miércoles, 12 de mayo de 2010

MUCHO OJO CON LOS EXTRATERRESTRES (Por Mirko Lauer, LA REPUBLICA)


Mirko Lauer nos conduce a una reflexión interesante y oportuna: cómo es que la "utopía extraterrestre", construída a la medida de nuestras necesidades, de nuestros miedos y de nuestras fortalezas mundanas, ha oscilado históricamente en sentido colonialista o a contramano xenófoba.
Hominem lupus hominem.

El reciente comentario del célebre físico Stephen Hawking sobre la posible peligrosidad de un contacto con extraterrestres le da un barniz científico a un socorrido tópico de la ficción. Además su comparación de ese encuentro con el descubrimiento de América, la Tierra en el rol de los nativos de 1492, añade a sus palabras un giro de reclamo histórico con cierta actualidad.

No todo ha sido conquista desde el cosmos. La película Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) sugiere la posibilidad de una cooperación interespacial. El trotskista Francisco Posadas esperaba la llegada de socialistas desde el espacio exterior. La TV tiene decenios alojando extraterrestres benévolos como el peludito comegatos Alf, o el enternecedor E.T.

Pero esos tres ejemplos benévolos ya tienen sus años, y parecen albergar sentimientos de otra era. La norma de estos tiempos es que nada bueno puede llegar del exterior. Las obras que más han pegado son aquellas en que los invasores son rechazados, como en La guerra de los mundos (1898), de H.G. Wells, y ahora último la película Independence Day (1996), un rotundo triunfo de Washington.

Una parte de la comparación de Hawking no es gratuita. El sentido común dicta que quienes logren cruzar el espacio hasta aquí serán tecnológica y militarmente mucho más avanzados. El argumento se vuelve polémico en la identificación de ese hecho con un deseo de conquista. ¿Qué podría atraerlos sino la posibilidad de rapiña? Sin duda esa es la experiencia terrícola, pero quizás no necesariamente la de otros mundos.

Una visión más optimista, si esa es la palabra, la dan las historias en que los terrícolas descendemos de la clásica estación espacial para invadir otros mundos, como científicos, exploradores o explotadores de recursos naturales. Esto último está en la franquicia cinematográfica Alien, ahora a punto de producir una nueva entrega, o en Avatar, una frustración en la conquista de una nueva América.

Son, pues, dos utopías contrapuestas. Una Tierra con capacidad de prolongar agresiva e indefinidamente sus programas espaciales, y una Tierra expuesta a las amenazas del espacio exterior. Cada una de estas versiones, entre las cuales hay un abismo científico y tecnológico, tiene un extraterrestre a la medida. En la ficción nunca somos aniquilados, siempre nos salvamos por un pelo.

En la novela Solaris (1961) de Stanislas Lem, un equipo de astronautas terrícolas se encuentra con un planeta que es un océano que piensa, en términos que sus mentes no pueden comprender, y cuyo mecanismo de defensa es psicológico: confrontar a los humanos con sus peores temores. Parece una temprana metáfora de la advertencia ambientalista: terrestres contra sí mismos.

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