sábado, 24 de julio de 2010

RODOLFO WALSH Y ¿QUIÉN MATÓ A ROSENDO? (Por Edgardo Dobry para el Suplemento BABELIA, Diario EL PAÍS)


Rodolfo Walsh (Choele Choel, Río Negro, 1927-Buenos Aires, 1977) fue periodista y gran aficionado a la novela policial, y ambas líneas -la investigación del cronista y la del detective- se anudaron en Operación masacre (1957), vivaz y punzante reconstrucción de la matanza -infame, a sangre fría- que siguió a un intento de sublevación peronista bajo el Gobierno militar autodenominado "revolución Libertadora". Ese libro fue considerado, con justicia, un antecesor del nuevo periodismo estadounidense y de las novelas de no-ficción de Capote y de Mailer. Doce años más tarde, Walsh repitió la operación en ¿Quién mató a Rosendo?, relato construido a partir de los "doce segundos" de tiroteo que tuvo lugar en un bar de Avellaneda -en el Gran Buenos Aires- el 13 de mayo de 1966. Se trataba entonces de la guerra larvada en la compleja y violenta galaxia del sindicalismo peronista que Perón, desde su exilio madrileño, dirigía con consignas volubles y crípticas. Walsh quiso demostrar que el autor intelectual y hasta material de la matanza fue Augusto Timoteo Vandor, poderoso líder metalúrgico, corrupto y acomodaticio, que a su vez sería asesinado poco después de la publicación de ¿Quién mató a Rosendo? En 1977, justo un año después del golpe de Estado de Videla, Walsh -cuya hija, montonera, de 26 años, había muerto después de un tiroteo con militares- envía una hoy célebre Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Horas más tarde fue herido de muerte en pleno centro de Buenos Aires. Para los salvajes uniformados que por entonces convirtieron el Estado argentino en una máquina de robar, torturar, matar y arrojar cadáveres desde aviones, Walsh fue una víctima entre miles. Para algunos intelectuales argentinos posteriores a la dictadura, Walsh es una efigie, un evangelista del compromiso político del escritor que debe ser venerado antes que leído. Menos fuerte y contundente que Operación masacre, el Rosendo es, sin embargo, un documento de gran interés. No solo de la línea que, en Argentina, remonta a Roberto Arlt y a la atracción de la calle y la lengua popular, sino de la inflexión rioplatense de un fenómeno universal en los años cincuenta y sesenta: el ideal de encuentro entre los destinos del intelectual y de la historia, del escritor y del pueblo, de la biblioteca y la revolución. Porque Walsh renueva su vitalismo y entusiasmo a cada lectura, sus libros subsisten notoriamente al desvanecimiento de ese sueño.

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