domingo, 26 de septiembre de 2010

THE SOCIAL NETWORK, LO NUEVO DE DAVID FINCHER (Por Manuel Yañez Murillo)


Nueva York 2010: Una apertura extraordinaria con el sello del mejor David Fincher

Crónica del 26/9

Manuel Yáñez Murillo, desde Nueva York

http://www.otroscines.com/festivales_detalle.php?idnota=4694&idsubseccion=91

The Social Network (en la Argentina se estrena el 21/10 como Red Social) es mucho más que "la película sobre Facebook": se trata de un enorme film que sintoniza a la perfección con el estado de las cosas en el universo de la juventud "digital" modelo siglo XXI, un despiadado retrato sobre la soledad, un cuento moral sobre el precio de la avaricia con el director de El club de la pelea y Zodíaco en el pináculo de su carrera y con un majestuoso trabajo de escritura de Aaron Sorkin, creador de un referente de la televisión como The West Wing.
(Atención: Este texto revela ciertos detalles de la trama)


Paradoja Nº 1: The Social Network, la película sobre Facebook -una red social formada por millones de “amigos”-, es una película sobre el final de la amistad.
No resulta fácil esquivar la tentación de calificar The Social Network como “una película de nuestro tiempo”. Como entusiasta miembro de Facebook, no puedo negar que aporté al visionado de la película un grado extra de épica: la emoción de asistir al relato fundacional de uno de los vértices de mi quehacer cotidiano. Sin embargo, pasada la efervescencia inicial post-visionado, la película de David Fincher (director) y Aaron Sorkin (guionista) empezó a desvelar sus raíces, su verdadera cara. Más adelante me centraré en el clasicismo formal de la propuesta, pero de momento me gustaría bucear en sus motivaciones temáticas y su comentario social.

De partida, cabe decir que The Social Network retrata la elegíaca odisea vivida por Mark Zuckerberg: el chico que inventó Facebook y que, por el camino, perdió a su mejor amigo. Zuckerberg, interpretado con eficiencia por Jesse Eisenberg (la marioneta perfecta para los vertiginosos diálogos de Sorkin), se erige en representante de la gran aristocracia huérfana de nuestro tiempo: un genio formado en Harvard, sin raíces rastreables -la película se encarga de no desvelar nada acerca de su pasado-, que termina convertido en el “chico de oro” de una nueva nación, Internet, ansiosa por coronar a su realeza.

Por el camino, este joven aprendiz de Gatsby, o de Charles Foster Kane, deberá hacer frente a los heridos miembros de la vieja nobleza, representada por los hermanos Winklevoss (interpretados, ambos, por Armie Hammer), que denunciarán a Zuckerberg por violación de la propiedad intelectual -de hecho, la película aclara que este nuevo Bill Gates inventó Facebook mediante el “perfeccionamiento” de la idea de los Winklevoss-. A la postre, el triunfo de Zuckerberg (en el fondo, su vendetta personal contra el mundo) confirmará la preeminencia de su imperio nerd: un reinado en el que el talento informático sustituye al prodigio físico, en el que la cotización en bolsa cuenta más que el prestigio académico o institucional, y en el que el número de amigos de Facebook es el verdadero termómetro del éxito social.

De entre todas estas batallas de egos y rencores, la que sirve de hilo conductor y núcleo dramático de la acción es la que conecta a Zuckerberg con su mejor amigo, Eduardo Saverin (interpretado con determinación y emoción por Andrew Garfield, el próximo Hombre Araña). Una amistad corrompida por la envidia y por la no menos relevante presencia del fascinante y mefistofélico personaje de Sean Parker (un magnífico Justin Timberlake, que sabe transmitir su aura de estrella pop a la figura del creador de Napster). Un enfrentamiento a tres bandas perfectamente modulado por el guión de Sorkin, que disección con claridad la trágica condición de estos chicos: jóvenes a los que se les permite jugar con armas de adulto gracias a los millones de dólares amasados en el mundo de las vertiginosas finanzas del e-business. De algún modo, su juventud es su condena, lo que los convierte en figuras todavía más trágicas que las de Kane y Jedediah Leland enEl Ciudadano (1941) o las de Noodles y Max en Erase una vez en América (1984).

Paradoja Nº 2: Siendo una película ambientada en el mundo de la tecnología y rodada en formato digital, The Social Network luce como un film de corte más bien clásico.
Hoy en día, resulta difícil cruzarse con una película de Hollywood que no apele al universo estético implantado por la tecnología digital. De hecho, el hermanamiento de la pantalla cinematográfica con la de los ordenadores se ha convertido en una suerte de lugar común: las películas están llenas de confesiones vía web-cam, e-mails, videos de YouTube... En este contexto, no hubiese sido extraño que David Fincher, el chico prodigio de la era digital, hubiese convertido The Social Network en un terreno para la experimentación multimedia (una posibilidad sí explotada en el arranque del sensacional trailer del film). Nada más lejos de la realidad. Más allá de algunos planos de pantallas en el arranque del film -cuando Zuckerberg despotrica de su novia en su blog y pone en práctica su primer mini-proyecto web- y del uso de la pirotecnia digital para reunir en un mismo plano a los hermanos interpretados por Armie Hammer, una necesidad narrativa, The Social Network parece aposentarse en los métodos y texturas del modelo clásico. En conjunto, parece un objeto casi anacrónico, con la notable excepción de la extraordinaria y magnética partitura electrónica compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross, ambos de Nine Inch Nails.

No deja de sorprender que en la película de Facebook no haya casi ningún plano de los célebres “muros”, “grupos” y convocatorias de “eventos” de la red social. Aunque, en realidad, la elegante austeridad de la apuesta de Fincher, todavía más contenida que la de Zodíaco (2007), forma una alianza perfecta con el majestuoso trabajo de escritura de Aaron Sorkin, creador de un referente de la pequeña pantalla como The West Wing y de la muy reivindicable Studio 60 on the Sunset Strip. Basado en la obra literaria de no-ficción The Accidental Billionaires, de Ben Mezrich, el guión de Sorkin perfila con todo lujo de detalle el background cultural y las aspiraciones sociales de sus personajes, echando mano de sus características baterías de diálogo -a ratos, el film parece una screwball dramedy-.

Mientras, a nivel estructural, la película se construye a partir de flash-backs, tomando como eje del relato las audiencias preliminares de las demandas a las que se enfrenta Zuckerberg (por parte de los Winklevoss y su amigo Eduardo Saverin). Así, la fuerza dramática de la narración, la fluidez de su estructura en varios tiempos, su humor descarado (al borde del cinismo) y el preciso desarrollo psicológico de los personajes hacen pensar tanto en Shakespeare como en Welles o Griffith. Podría aventurarse que The Social Network es un objeto del siglo XXI, forjado con las herramientas cinematográficas del siglo XX y cimentado sobre una herencia literaria anterior -como apunta con acierto Manhola Dargis en su crítica de The New York Times, la sombra de Balzac planea sobre toda la película-.

Finalmente, para dilucidar las claves del prodigioso trabajo de Fincher, cabe atender al modo en que el director consigue trasladar a las imágenes la rítmica emocional del texto de Sorkin. Funcionando como las sensibles agujas de un electrocardiógrafo, el montaje se entrecorta y los planos adquieren una fuerza cinética en los pasajes más excitantes de la acción -el objetivo es certificar la velocidad del éxito de Zuckerberg y, en la secuencia/videoclip de la regata a remos, manifestar la fuerza física de la antigua nobleza-. Mientras, en los momentos cruciales del relato, cuando la confianza y la amistad de los protagonistas se resquebraja, el trabajo de edición y puesta en escena se concentra de forma pausada, generando el espacio y tiempo suficientes para que el drama adquiera su justa resonancia.

En conjunto, la película muestra a un cineasta en la cumbre de su inteligencia formal, algo que puede tener mucho que ver con la familiaridad con la que Fincher maneja el material narrativo. De hecho, como en El club de la pelea (1999) o Zodíaco, y a diferencia de la menor El curioso caso de Benjamin Button (2008), aquí Fincher trabaja en el marco de un universo marcadamente masculino -de hecho, la película pone de manifiesto el machismo imperante entre cierta juventud norteamericana-. Un mundo de hombres (o más bien chicos) adeptos a la rivalidad y abocados al limbo que se abre entre la sed de victoria y un perenne estado de frustración.

Paradoja Nº 3: El marketing de The Social Network bebe (y alimenta) la mitología de Facebook, mientras la película critica de forma indirecta su faceta más alienante.
No es la primera vez que el marketing de una película juega con la ambivalente relación entre el film y el tema que aborda. Sin ir más lejos, la reciente secuela de Wall Street crítica abiertamente el actual sistema financiero al tiempo que se sirve y ensalza la dimensión mítica del personaje de Gordon Gekko, el “villano” del film de 1987, convertido en el ídolo de varias generaciones de brokers. En cuanto a The Social Network, si bien es cierto que durante su tramo inicial la película se apropia de esa euforia juvenil inherente al funcionamiento de Facebook (la alegría de ser “aceptado” por un amigo o un grupo), su desarrollo y conclusión no dejan dudas sobre el posicionamiento crítico que adoptan sus creadores respecto a la célebre red social.

Y es que no hace falta escarbar demasiado para certificar que The Social Network es una película sobre la soledad. La mirada cercana al film nos revela la soledad del triunfador -asistimos a un cuento moral sobre el precio de la avaricia-, mientras la mirada lejana nos revela algo más. De hecho, puede que Sorkin y Fincher hayan dado con el “Rosebud” de nuestro tiempo, aquella palabra que en boca de Charles Foster Kane representaba la humanidad perdida en su senda de poder y triunfo. El “Rosebud” de The Social Network no es una palabra, sino una tecla en la que el drama de Zuckerberg invoca una aflicción casi universal, un desamparo global: la compulsión solitaria del [F5].

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