viernes, 5 de noviembre de 2010

"CONTRA EL CAMBIO", EL NUEVO LIBRO DE MARTÍN CAPARRÓS


EL FANTASMA DE NUESTROS DÍAS
Diario EL PAÍS de España

Escribe Leila Guerrero (09/10/10)
http://www.elpais.com/articulo/portada/fantasma/dias/elpepuculbab/20101009elpbabpor_36/Tes

Cómo se hace para cuestionar una idea que millones no cuestionan? ¿Cómo se hace para plantarse en la orilla opuesta de periódicos, libros y ONG -incluida la ONG para la que uno trabaja- que se ocupan del tema, y sugerir que lo que creíamos tan bueno quizás no sea tan bueno ni tenga tan buenas intenciones? ¿Cómo se hace para contradecir aquello sobre lo que todo el mundo parece estar de acuerdo: que el cambio climático es un hecho; que la ecología es una causa encomiable? Cómo se hace para poner en duda un sistema de pensamiento y contar, de paso, la historia de unas ciudades, de unas mujeres, de unos hombres. Quizás así: quizás escribiendo un libro llamado Contra el cambio.
Martín Caparrós -nacido en Buenos Aires en 1957- es autor de una obra vasta de ficción (No velas a tus muertos, La Historia, Valfierno, A quien corresponda, entre otros) y no ficción (Dios mío, Larga distancia, La guerra moderna, Amor y anarquía, El interior, Una luna, entre otros) a la que hay que sumar Contra el cambio, cuya esencia podría resumirse en estas dos frases de la página 275: "En general el desastre en nuestras sociedades nunca vino de un hecho que las arruinara, sino de la construcción que las sustenta". Antes y después, Contra el cambio es el despliegue incómodo, incorrecto, inteligente, de esa idea.
La prosa y la mirada de Caparrós son un reactivo fuerte para almas sensibles o amigas de lo políticamente correcto. Ha escrito a favor de la fiesta del toro y embestido contra Teresa de Calcuta y el Dalai Lama, aplicando siempre una mirada al sesgo, sofisticada y compleja, la misma con la que construyó este libro que es una crónica que es un ensayo que es una crónica. Enviado por el Fondo de Población de Naciones Unidas, Caparrós viaja desde hace cuatro años para escribir historias de jóvenes afectados por diversas cuestiones: la emigración, el crecimiento de las urbes, el cambio climático. En esos viajes, al margen de su trabajo para la ONU, toma notas que cobran, después, forma de libros. El primero fue Una luna (Anagrama, 2009). El segundo es éste. Si se quisiera hacer un resumen sencillo se podría decir que Contra el cambio es un recorrido por la cuenca del Amazonas, Nigeria, Marruecos, Mongolia, Australia, las Filipinas, las islas Marshall, Estados Unidos, en el que se enhebran el viaje y una reflexión acerca de la existencia (o no) y los efectos (o no) del cambio climático. Pero ¿quién quiere hacer un resumen sencillo?
El libro está separado en capítulos y cada capítulo es una ciudad o un punto del planeta en el que Caparrós recorta, con maestría, escenas que iluminan realidades mayores: la ilusión lastimosa de un chico nigerino que se alegra porque su rostro, en una foto que él nunca tendrá, va a llegar a la Argentina; un mercado en Manila donde una vieja de mirada dulce vende pistolas. Entre esas escenas, y con su poderosa maquinaria narrativa, ancla preguntas incómodas tales como si el cambio climático es una cuestión urgente o un discurso funcional impuesto por Gobiernos, empresas y ONG. Busca nexos, conecta realidades distantes, hurga en el comportamiento del clima en otros siglos, recuerda que, si el cambio climático es el fantasma de nuestros días, fantasmas hubo siempre -como la destrucción de la humanidad por la energía nuclear- y a veces, incluso, exactamente los contrarios: en los años setenta los científicos auspiciaban una nueva edad de hielo porque temían que la acumulación de partículas lanzadas al espacio impidiera el paso de la radiación solar.
Aquí el ecologismo no es la ideología revolucionaria de jóvenes guerreros verdes, sino el pensamiento conservador de gente que resiste la idea del cambio; el cambio climático no es una realidad comprobada sino un dato esquivo, ambiguo, sospechoso: "Siempre desconfié de esas causas incuestionables, que no dejan la posibilidad del desacuerdo. Son -suelen ser- el modo en que ciertos sectores con poder le hacen creer al resto que sus problemas son los suyos". En Nigeria, por ejemplo, una chica llamada Fátima, que ha escuchado hablar del cambio climático por primera vez un año atrás, intenta conseguir un horno para dejar de cocinar con leña y bosta, y contribuir al alivio de ciertas emisiones. "Supongo que tiene sentido", escribe Caparrós, "pero parece un chiste: frente a los gases de cualquier central térmica norteamericana, frente a los cuarenta millones de coches de Alemania (...), el aporte del hollín de los fogones africanos o asiáticos es de una modestia espeluznante. Pero reducir las emisiones, claro, es una causa noble: señora Malamba, si por casualidad consigue algo para comer, por favor, cocínelo de forma que no moleste". La fortaleza del libro no reside en negar o afirmar la existencia de lo que discute sino en preguntarse si esa existencia es comprobable y si, en todo caso, es -sería- una catástrofe: "¿Cuánta más gente va a matar el hambre -y la pobreza y la violencia inútil y las enfermedades evitables- en los próximos treinta, cuarenta años, antes de que el cambio climático empiece a tener -si los tiene- efectos fuertes? Claro, los hombres y mujeres que van a matar el hambre son los que siempre matan el hambre: el hambre sabe dónde, cómo actuar, es un agente fiable".
En Una luna, Caparrós extremó una forma de escritura que había experimentado ya en El Interior (Planeta Argentina, 2006), un libro en el que contaba un recorrido por la Argentina utilizando una técnica en la que los bloques de textos se fragmentaban, las historias aparecían y desaparecían de la superficie como leños en el mar, interrumpidas por poemas o miniaturas que hacían que su sentido se potenciara y trascendiera, con mucho, el sentido de la información (pero que, necesariamente, lo incluía). Cada palabra estaba allí engarzada en una escritura de una dimensión sonora y visual pocas veces alcanzada por una pieza periodística, recorrida por una música en la que intervenían, también, el silencio, las pausas marcadas por los cambios de escena, de paisaje. Esa música -la música de lo que se dice, la música muda de lo que se calla- está, también, en Contra el cambio, y es parte inseparable del mundo que Caparrós vino a contar.

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CONTRA EL CAMBIO

Publicado por Araceli Otamendi

http://archivosdelsur-lecturas.blogspot.com/2010/09/contra-el-cambio-martin-caparros.html

Martín Caparrós (*)
Editorial Anagrama
(Buenos Aires)

Martín Caparrós recorrió varios países que sufren amenaza climática: Brasil, Nigeria, Níger, Marruecos, Mongolia, Australia, Filipinas, las Islas Marshall, los Estados Unidos y además estuvo de paso en Sydney, Australia para escribir estas crónicas-ensayo que integran el libro Contra el cambio editado por Anagrama.
El tema del cambio climático es el eje del libro.
Contra el cambio discute los sentidos del ecologismo, el lugar de la Naturaleza en nuestra sociedad, los intereses verdes de los grandes capitales, la ideología del conservacionismo.
Además de las reflexiones que Martín Caparrós realiza a lo largo de todo el libro acerca de estos temas, resulta enriquecedor leer las crónicas de viajes por distintos lugares del mundo adonde el viajero común no llega generalmente.
Un viaje a la Amazonía en barco para conocer un lugar donde se usa la permacultura para preservar la región sin destruir. El proyecto funciona en una hectárea atestada de cultivos y animales, en un lugar donde la cultura es: quemar, plantar y pescar.
El autor también estuvo en Abuja, Nigeria, “una ciudad planificada, inventada para ser capital por un Niemeyer de tercera”. “En un país tan desarmado, una capital completamente falsa, recién inventada, que no pertenece a ninguna de las partes en conflicto, es una herramienta que debería servir para crear una idea de unidad donde sólo hay celos, rivalidades, desconfianza: producir, a partir de una ciudad común, sensación de país”, así define Caparrós a la capital de Nigeria.
La crónica del viaje a Níger, el país más pobre del mundo, donde en el ránking de desarrollo humano de la ONU, aparece detrás de Afganistán, Sierra Leona, la República Centroafricana, Malí muestra a Niamey, su capital, como una ciudad destartalada, que parece un suburbio de sí, una ciudad tan pobre donde no hay espacios públicos para los ricos, sólo sus espacios privados, casas y refugios. Tampoco hay clase media ni luces públicas, “cuando llega la noche se hace de noche, y sólo queda, si acaso, el relumbrón de alguna casa, un negocito de ésos que se quedan, los faros de una moto”.
Durante esos viajes, Caparrós conoce gente, conversa para adentrarse en la situación de cada uno.
Así, en África, en cuanto a la alimentación, el autor dice: “Comer en África ofrece atisbos de cómo debían ser los animales antes de que la odiada manipulación genética y la producción en cadena los convirtiera en esos espléndidos productores de carne que ahora son. Acá no: los pollos son pájaros flacos oscuros correosos, la carne de vaca un amasijo de grasa nervio y nudos, cada cabra una bolsa de huesos”.
De paso en Sydney, Australia la mirada de Caparrós se detiene en la ciudad y sus orígenes como parte del imperio británico. El autor observa, se detiene en los detalles, no se le escapa ni la piscina climatizada donde aprenden a nadar los bebés ni los signos de bienestar económico de sus habitantes, siempre narrado con humor.
Pero el autor, instala la duda a lo largo del libro. La alarma por la amenaza del cambio climático que se ha difundido y se difunde mundialmente estaría relacionada con grandes intereses económicos y políticos.
Es una duda similar a la que despierta la lectura del libro El cisne negro de Nassim Nicholas Taleb *. Taleb se proclama en contra de muchos de nuestros hábitos de pensamiento ya que nuestro mundo está dominado por lo extremo, lo desconocido y lo muy improbable (improbable según nuestros conocimientos actuales). Y también proclama que a pesar de nuestro progreso y crecimiento, el futuro será progresivamente menos predecible, mientras parece que tanto la naturaleza humana como la “ciencia” social conspiran para ocultarnos tal idea.

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) se licenció en historia en París, vivió en Madrid y Nueva York, dirigió revistas de libros y revistas de cocina, recorrió medio mundo, tradujo a Voltaire, Shakespeare y Quevedo, recibió el Premio Planeta Latinoamérica, el Premio Rey de España, la beca Guggenheim, plantó un limonero, tiene un hijo y ha publicado unos veinte libros. Entre ellos, los relatos que lo consolidaron como "el más importante escritor del periodismo narrativo actual" (La Nación) -Larga distancia, Dios Mío, La Voluntad, La guerra moderna, Amor y anarquía, El Interior- y las novelas, traducidas a una docena de idiomas y consideradas "un aporte mayor a la narrativa latinoamericana contemporánea" (El Mercurio): Ansay o los infortunios de la gloria, No velas a tus muertos, La noche anterior, El tercer cuerpo, La historia, Un día en la vida de Dios, Valfierno. Publicó en Anagrama la novela A quien corresponda y el libro Una luna.

*Nassim Nicholas Taleb es un matemático empírico y Profesor de Ciencias de la incertidumbre en la Universidad de Massachussets en Amherst

Bibliografía: Nassim Nicholas Taleb, El cisne negro, Editorial Paidós Ibérica (Barcelona, 2008)

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CAPARRÓS: EL BIGOTE EN LA LLAGA

Por Andrés Acha.-
http://www.circuz.com.ar/caparros-el-bigote-en-la-llaga/2078

Martín Caparrós piensa que la única diferencia entre literatura y periodismo es el pacto de lectura: “El pacto que el autor le propone al lector: voy a contarle una historia y esa historia es cierta, ocurrió y yo me enteré de eso (el pacto de la no-ficción). Y el pacto de la ficción: voy a contarle una historia, nunca sucedió, pero lo va a entretener, lo va a hacer pensar, descubrir cosas, lo que sea”. Y a eso se dedica. A contar historias.
“En estos días terminé de escribir una especie de crónica-ensayo sobre el cambio climático y la ecología. Estoy en contra de los ecologistas. El libro va a salir en septiembre y se llama Contra el cambio. También estoy escribiendo una novela”, le adelantó Caparrós a Circuz durante su visita a Córdoba la semana pasada.
Pero su historia como narrador comenzó mucho antes, cuando se convirtió en el terror de la redacción de Noticias, una publicación a la que entró como cadete a los 16 años. Allí trabajaban Juan Gelman, Horacio Verbitsky, Francisco Urondo, Miguel Bonasso y Rodolfo Walsh, a quienes, dijo, les tiraba el café encima. A esa torpeza le atribuyó su paso de cadete a redactor y la primera nota que hizo fue sobre el hallazgo del pie izquierdo de un andinista japonés que se había perdido en el Aconcagua 10 años antes.
En esa redacción tuvo como jefe a Walsh. “Pero no era un buen jefe. Estaba un poco ausente. Su equipo de tres o cuatro jóvenes redactores no le importábamos un carajo. Estaba en sus cosas y de vez en cuando nos hacía una observación. Me encantaría poder decir que aprendí mucho de él en esos meses de Noticias, pero aprendí mucho de él leyéndolo”, contó en la Universidad Tecnológica de Córdoba, en la primera de un ciclo de charlas abiertas con el público.
Caparrós, autor de algunos de los mejores libros de crónicas en castellano, se fue del país un mes antes del golpe de Estado de 1976. Se había alejado de Montoneros, donde militaba, porque no estaba de acuerdo con el “aislamiento y la militarización cada vez mayor que llevaban al desastre”. Le aconsejaron que se fuera. “Al mes del golpe me enteré de que habían ido a preguntar por mí a mi casa”, recordó.
En Francia estudió historia en La Sorbona y luego vivió en España. En 1983 volvió a la Argentina e hizo un programa de radio que marcó, según coinciden quienes lo escucharon, una época: Sueños de una noche de Belgrano. “Ese programa cobró una triste notoriedad el 2 de abril de 1984, cuando unos muchachos muy violentos tomaron el estudio para protestar porque habíamos dicho que el primer mártir argentino en la guerra de Malvinas, el capitán Giaquino, de no haber muerto en las islas debería haber estado respondiendo por acusaciones muy graves por violaciones a los derechos humanos. Así fue como entraron estos animales diciendo que nos iban a matar. Y les creímos. Fue una sesión de radio muy curiosa en la que durante 25 minutos estuvimos al aire intentando convencerlos de que no valía la pena matarnos. Luego llegó la policía federal y nos llevó a todos presos”, contó.
El autor de Larga distancia, La guerra moderna y El interior también trabajó en El Porteño, una revista que fue “muy decisiva en periodismo argentino de los 25 años siguientes”, dijo. Y agregó: “Me sorprende que ahora, que cualquier cosa es de culto, no haya cierta mitificación de esa revista. Ahí había espacio para contar. Y el truco era que los periodistas que tenían que trabajar en diarios o revistas más o menos caretas para ganarse la vida, publicaban ahí lo que hubieran querido publicar en sus medios y no podían”. Jorge Lanata la dirigió desde 1985 hasta 1987, año en el que, a sus 26, fundó el diario Página 12 con gran parte de la redacción del El Porteño.

Inventos.
"El libro como objeto es un gran aparato que funciona muy bien. No se le gastan las pilas, no se rompe cuando se cae, pero tiene problemas. Necesita de luz externa. Para mí era un quilombo leer con una linterna debajo de las frazadas cuando de chico me mandaban a la cama. Si hubiese tenido un e-book se solucionaba el problema. Y hubiese tenido adentro 500 libros y no uno. El e-book tiene sus ventajas y acaba de empezar. El libro duró 600 años y hay pocas cosas que hayan durado tanto. La escalera, por ejemplo, es un invento increíble que durante miles de años fue la mejor manera de pasar de un nivel A a un nivel B. Era imbatible. Pero ahora no hay ninguna buena razón para subir 12 pisos por la escalera. Con el libro va a pasar lo mismo. Yo soy del libro, los leo, los escribo y he vivido rodeado de ellos, pero no me parece mal que si hay una máquina que lo haga mejor, la usemos. Y seguramente va a permitir conseguir textos con mucho menos dinero. Para empezar porque no hay que tirar árboles, convertirlos en papel, transportarlos y hacer todo el ciclo de la mercancía”, dijo.
También dijo que no escribe para provocar ni para meter el dedo en la llaga. “En todo caso, busco una llaga en la que me interese pensar, me meto, trato de pensar en eso y lo escribo”. Además habló de política, de la nueva Ley de Medios Audiovisuales, del fútbol y su estética, del kirchnerismo y de la oposición, de su trabajo para las Naciones Unidas donde cuenta la vida de jóvenes migrantes, de la vuelta de la democracia argentina y de la española, de Internet, le restó importancia a la polémica con el programa 678 de Canal 7, dijo que votaría a Pino Solanas, contó que se siente en San Petersburgo en 1905 porque está leyendo una biografía de Trotsky, dijo que en realidad no quería ser periodista sino fotógrafo, dijo que gracias por venir, que buenas noches.


Subido por Circuz

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LO NUEVO DE MARTÍN CAPARRÓS
 
Por Mario Favole.-
http://elconjuro.blogspot.com/2010/09/contra-el-cambio-de-martin-caparros.html

En su nuevo libro, editado por Anagrama, Martín Caparrós -el dueño de los bigotes más viajados del periodismo vernáculo- pone su mirada sobre la ecología, sus negocios, la apropiación de la derecha de la palabra "cambio" y la discusión de fondo: cómo se reparte la torta y a quiénes no les tocan ni las migas.

Lo que sigue son algunas de las ideas que rondan en este nuevo trabajo de Caparrós, al que llegué vía Eblog:
"La ecología suele suponer un mundo estático donde los mismos métodos requerirán siempre los mismos recursos naturales, y se aterra porque proyecta las carencias del futuro sobre las necesidades actuales: porque todo lo que imagina son Apocalipsis.
Es una de sus grandes ventajas: la ecología es la forma más prestigiosa del conservadurismo. La forma más actual, más activa, más juvenil, más poderosa del conservadurismo. O, sintetizado: el conservadurismo cool, el conservadurismo progre, el conservadurismo moderno."
"(…) la ecología, que para algunos empezó siendo un modo de oponerse a los desastres de las corporaciones y otras aves rapaces, termina por ser el modo en que corporaciones y otras aves lavan barato su conciencia. Quizá no sea definitivo, pero ahora es lo que hay. Lo que domina."
"Los acuerdos internacionales basados en Kyoto determinan cuánto gas de efecto invernadero puede mandar a la atmósfera cada país, y los gobiernos de los países ricos reparten esa cuota nacional entre sus empresas. Entonces las que prefieren emitir más gas para seguir haciendo sus negocios compran “créditos de carbono”: derecho a poluir que les venden las empresas y comunidades que no llegan a usar toda su cuota. En teoría, esto sirve para que las compañías que se preocupan por reducir sus emisiones –moderando su consumo, modernizando sus equipos – reciban algún beneficio; en la práctica, las empresas despilfarrantes suelen comprar sus créditos a las nuevas compañías especializadas que los consiguen a través de supuestas inversiones verdes en el tercer mundo.
Los compradores de créditos son como el millonario en el yate: no deja de ser un rico despilfarrador, pero paga unos pesos para comprar dispensas –bulas. La religión del cambio climático tiene, como todas ellas, sus evangelistas, sus sacerdotes, sus feligreses, sus recaudadores."
"Creo que la enorme atención que gobernantes y empresarios de los países más ricos le están dando a la amenaza del cambio climático se relaciona, sobre todo, con tres ventajas políticas y económicas que pueden obtener de esos temores:
–retrasar la industrialización de las nuevas potencias emergentes y, así, mantener su hegemonía unas décadas más;
–cambiar el modelo energético global para modificar ciertas relaciones geopolíticas, y para conseguir que nuevos actores se hagan fuertes en uno de los mayores mercados mundiales;
–ganar fortunas con el mercado de bonos de carbón.
Y creo, por fin, que su mayor ganancia es ideológica: convencernos de que lo mejor es lo que ya tenemos, lo que estamos siempre a punto de perder si no lo conservamos: que no hay nada tan peligroso como el cambio."

Adelanto de "Contra el Cambio".

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