sábado, 31 de julio de 2010

EL CINE ITALIANO DE DUELO: FALLECIÓ LA GUIONISTA SUSO CECCHI D´AMICO


ROMA- Suso Cecchi D´Amico, la célebre guionista del cineasta italiano Luchino Visconti, autora de los guiones de El gatopardoLadrón de bicicletas, falleció en Roma a la edad de 96 años, según informes de prensa.


Nacida el 21 de julio de 1914 en el seno de una familia de la burguesía intelectual, Giovanna Cecchi, hija del escritor y crítico Emilio Cecchi y de la pintora Leonetta Pieraccini, creció en una atmósfera impregnada de cultura inglesa e hizo sus estudios en el liceo francés de Roma.

Mujer de temperamento rebelde y resueltamente antifascista, comenzó su carrera de guionista después de la Segunda Guerra Mundial, obteniendo un gran éxito con su colaboración en el guión de Ladrón de bicicletas (1948), filmada por Vittorio de Sica.

Amiga de grandes escritores (Alberto Moravia, Ennio Flaiano) y de actores (Anna Magnani, Aldo Fabrizzi) trabajó para los más grandes directores del cine italiano (Michelangelo Antonioni, Francesco Rosi, Mario Monicelli); pero fue su encuentro con Luchino Visconti el momento decisivo para que su obra alcanzara cotas altìsimas.

Después de sus comienzos con Bellissima (1951, con actuación notable de Anna Magnani) seguirán trabajando juntos hasta el proyecto no realizado por Visconti sobre En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.

Vinieron luego una serie de obras maestras: Senso (1954), Noches blancas (1957, con Marcello Mastroianni y Jean Marais), Rocco y sus hermanos (1960, con Alain Delon y Annie Girardot), y por supuesto El gatopardo (1963).

También escribió los guiones de Sandra (1965), El extranjero (1967), Los Malditos (1972), Grupo de Familia (1974) y El inocente (1976).

En 1994, el Festival de Venecia le otorgó un León de oro por la totalidad de su carrera.
Otras colaboraciones suyas:
Fuente: AFP

EL ESPECTACULO CINEMATOGRÁFICO EN LIMA: NO NOS GANAN (Tomado del Diario EL COMERCIO)


En la prensa limeña se leen noticias desorbitadas como las "transferencias millonarias e imposibles" de Claudio Pizarro y "El Loco" Vargas a superclubes del mundo. El periodismo económico innunda los medios con historias mercantilistas (disfrazadas de éxito); y las cifras macroeconómicas del INEI se alternan con parrafadas celebratorias de la gastronomía peruana.
Cuando leemos estas noticias no podemos dejar de pensar en un diálogo del filme El Padrino, en donde Michael Corleone, en junta de familia, a poco de ocurrido el atentado contra su padre, pregunta a sus hermanos "¿Tenemos periodistas a sueldo? ¿Gente que trabaje para nosotros y desprestigie a Solotzo...?"
Acabamos de regresar del cine.
Hoy vimos El origen (Inception, 2010) de Chistopher Nolan que debe ser uno de los más grandes adefesios que nos tocó ver en los últimos veinte años.
De eso no tienen la culpa ni los exhibidores, ni la distribución, ni el público.
Solo Christopher Nolan, quien bajo el precepto hollywoodense "una para ellos, la otra para tí" se sintió con la autoridad suficiente para urdir este thriller futurista tan ambicioso como enrevesado, absurdo y caótico.
Su ilegibilidad es el signo de los tiempos. En realidad, el cine en el mundo está en crisis.
El hegemónico cine norteamericano vive una época de "vacas flacas" pues sus mejores creativos (naturalmente formados para ejercer en Hollywood) se fueron a PIXAR o a la televisión. Y hoy, ni el cine de géneros, ni el cine independiente, ni el cine industrial hecho en los Estados Unidos, dan la talla. Los esfuerzos de Paul Thomas Anderson y James Gray son aislados. Y nadie filma como Clint Eastwood o Tarantino. 
De manera que los cinéfilos y los millones de asistentes al cine en el Perú estamos desamparados: debemos soportar la sentencia de ése cine norteamericano en crisis, que acapara todas las pantallas.
Porque, de verdad, lo acapara todo.
En Lima, existen multiplexes de diez o doce salas cada uno; que exhiben cinco títulos al día (blockbusters gringos mayoritariamente); en once funciones o más; con taquilla vendida.
El programa está pensado para niños, adolescentes o gente con mentalidad de niño o adolescente. O sea, las comedias románticas más mediocres de todos los tiempos; el peor cine terror; dramas insoportables sobre personajes que se sobreponen a la adversidad, etc. Y los filmes en 3D, mayoritariamente películas de animación, donde destacan los productos PIXAR.
Hartos chicharrones con harta necroleína. Que circulan, recirculan y vuelven a recircular porque tenemos la entrada más barata de Sudamérica.
Los dueños de las salas son responsables absolutos de esta situación; por no reservar un espacio para el disfrute de un cine alternativo, distinto al norteamericano. No necesariamente más inteligente, artístico o snob. Sino distinto. En honor a la diversidad cultural de los pueblos.
De momento, un complejo de cines en Santa Clara y otro en San Isidro ofrecen idéntica oferta: las mismas películas, el mismo olor a cancha, el mismo gusto a gaseosas con sabor de Cola, los mismos decorados. Todo igual. Las butacas pueden ser mullidas en un sitio; en otros, el beso o el retozo con la pareja, se vuelven dificultosos. Pero, a la larga, el montaje es el mismo.
Se dice que el cine es entretenimiento puro; que nació como un espectáculo de feria; y que el Mercado ha resuelto todas las dudas y contradicciones al respecto: las películas distractivas que vemos en la cartelera son las que siempre deben exhibirse porque le gustan a la gente. Las cifras son contundentes.
Pero hay que construir el gusto, pues. Si no lo manda el mercado por lo menos que lo ordene el Estado. Porque este negocio -apreciados lectores- es radicalmente distinto a la venta de camote, arroz o maní. Esa "distracción" de la que todos hablan, es cultura ante todo; y ha dado lugar a piezas excepcionales en los últimos cien años.
Marco Aurelio Denegri repite frecuentemente este ejemplo: "La televisión necesita regularse. Es un medio penetrante y poderoso. Que en la mayoría de casos idiotiza a las personas. La mala televisión es como aquella panadería, que con afán de lucro y para abaratar costos, agrega aserrín en lugar de harina a la masa del pan. La gente puede consumir -per seculum seculorum- ese pan adulterado sin darse cuenta del engaño. Igual pasa con los medios: soportan todo, por eso deben ser objeto de medición y vigilancia ciudadana".
Medir el éxito del negocio del cine a partir de la asistencia masiva a los multiplexes; o al crecimiento geométrico de la oferta de éstos; o al equipamiento de muchas pantallas con el sistema 3D, no puede ser sino una medición incorrecta y sesgada.
Habría que medir -en todo caso- la sostenibilidad del DVD pirata que sigue teniendo consumidores de todas edades a partir de su oferta variada. La oferta que nos niegan los exhibidores y distribuidores.
Oscar Contreras Morales.-


A PESAR DE LA PIRATERÍA, VAMOS MÁS AL CINE

Por Manuel Marticorena.-

http://elcomercio.pe/impresa/notas/pese-pirateria-vamos-mas-cines/20100726/613997
Muchos peruanos no habremos ido a Nueva York pero podemos decir que conocemos algo de Manhattan, la Quinta Avenida y la Estatua de la Libertad, por el cine. Probablemente tampoco jamás aterricemos en Teherán, Praga o mucho menos en una ciudad imaginaria del futuro, pero podemos tener la suerte de ser trasladados a ellas y vivir sus conflictos, divertirnos con sus contradicciones o simplemente intentar entenderlas, todo esto gracias a que en el Perú el cine está cada vez más al alcance de un mayor público.
La constumbre de ir al cine se ha revitalizado en el país, pasando de una situación penosa como la de 1995 y 1996 —donde prácticamente se declaró la muerte de las salas de cine— a una en franco crecimiento. En esos años, las salas registraban apenas 3,4 millones de asistencias, lo que significaba una drástica caída respecto a los casi 15 millones que solían visitar los cines de barrio en 1981.
Esta historia, que ya es parte de la anécdota, fue totalmente superada el año pasado cuando las salas de cine llegaron a captar 17,2 millones de espectadores, lo que evidencia una situación de franca recuperación. Hay muchos aspectos que son obvios en este resultado: mayor número de salas de cine, un precio por entrada que se adecuó a la economía de los peruanos (una de las más bajas de la región) y una oferta cada vez más agresiva de estrenos que han logrado que más público invierta su tiempo y se entregue a la fantasía del séptimo arte.
Pero su crecimiento no queda ahí. Existen muchos elementos para pensar que este negocio seguirá con su derrotero de expansión, veamos por qué.

DIMENSIÓN CONOCIDA
Marlon Manay, gerente general de Andes Films, distribuidora en el Perú de los estudios Disney y Sony, explica que existen factores recientes que han llevado a que el crecimiento del cine sea muy agresivo en los últimos dos años: el principal es el ingreso del cine tridimensional (3D) que dio un nuevo aliento al sector logrando, por ejemplo, una curva de crecimiento de 17% el 2009, paradójicamente en un año de crisis.
El aporte del 3D no quedaría ahí, Álvaro Sedano, gerente comercial de Cineplanet, cree que la magia del 3D aún no ha alcanzado su mayor magnitud, la cual podría ser lograda en los próximos tres años —donde habrá una preeminencia de películas animadas— con la inclusión de géneros como el cine de terror y ciencia ficción, que usarían este soporte.
Esto generaría algunos cuellos de botella en la proyección de película 3D. Este problema incluso se ha detectado este año considerando que varios multicines tuvieron que reducir el tiempo de proyección de algunas películas de cinco a tres semanas para poder incluir más títulos en la cartelera.
En ese sentido, el hecho de que un multicine tenga solo una sala de 3D resulta insuficiente. Manay calcula que por el número de estrenos que se vienen en 3D los multicines tendrán casi la obligación de orientar hasta tres salas para proyectar filmes con esa característica, lo que se traducirá en una mayor inversión.

CINE DIGITAL
Sin embargo, la inversión no solo estará de ese lado. Las exigencias respecto a la proyección de las películas en el mundo están cambiando. Mónica Ubillús, gerenta administrativa de UVK Multicines, indica que están orientando sus esfuerzos también a implementar el cine digital que, a diferencia del actual formato de 35 milímetros, permitiría más estrenos mundiales simultáneos. Según manifiestaUbillús, la inversión en tener una sala digital oscila entre US$150 mil y US$200 mil y solo el 25% de las 257 pantallas de Lima tienen esta tecnología.
Álvaro Sedano estima que convertir una sala digital requiere entre seis y siete veces el capital desembolsado en una de 35 mm. En el caso de Cineplanet han logrado que 19 salas tengan tecnología digital de las 121 que actualmente operan.

INVERSIÓN DE VUELO
Sin embargo, la mayor inversión que están por desplegar estas empresas es en la construcción de multicines. Enbuena parte de los casos, ello está yendo de la mano con la construcción de centros comerciales en Lima pero, en especial, en provincias.
UVK ya ha programado su ingreso a cuatro proyectos de centros comerciales, dos de ellos ubicados en Huacho y Piura (de la mano con el grupo Romero); uno en el Agustino (con Graña y Montero) y uno con Parque Arauco (cuya ubicación exacta aún no ha sido dada a conocer).
La empresa acaba de abrir un establecimiento en San Isidro con una nueva marca: UVK Platino, orientada a un segmento A y B con una propuesta de cine de butacas más amplias y una barra gourmet. Bajo este concepto ya han planificado otros dos proyectos.
A tono con ello, el pasado viernes Cine Planet inauguró un complejo en Santa Clara, el cual es el primero en el cono este de Lima. Sedano adelantó que la cadena concluirá antes que termine el año dos establecimientos, uno de los cuales estaría localizado en La Molina, en un proyecto comercial del grupo Brescia.
En general, se estima que en los próximos dos años se abrirán alrededor de unas quince salas de cine, las cuales requerirían una inversión aproximada de US$40 millones, a ser desembolsados en Lima y en otras ciudades del país.
La cadena Cinemark también está en este caudal de inversiones y cuenta con dos proyectos en los centros comerciales Mall Aventura Plaza: Uno se ejecutará en Arequipa y culminará antes de diciembre de este año; y otro, en Santa Anita (entre la Carretera Central y la Vía de Evitamiento), el cual quedará listo en el 2011. Además, tiene en construcción dos establecimientos en los Open Plaza de Surquillo y Piura.
Mientras, la cadena Cine Star ya confirmó su participación en el proyecto comercial a cargo del grupo Ekimed en Chimbote y se espera que la cadena mexicana Cinépolis —que abrió un multicine de 14 salas en el centro comercial Plaza Norte, en el distrito de Independencia— también busque su expansión.
Ubillús dice que esto ni siquiera será suficiente, pues el techo para el crecimiento es demasiado alto, considera que, mínimo, debería haber un multicine por provincia en el Perú. ¿Cuándo sucederá esto? Si el negocio sigue pintando bien, seguramente muy pronto.

AFECTÓ POCO
¿Y la piratería?
¿Por qué la piratería no está afectando el crecimiento de los cines? Los operadores creen que por una sencilla razón: cada vez se hacen más estrenos mundiales en el Perú. En ese sentido, antes de ver una mala copia de película en DVD pirata el público prefiere ir al cine.
El gerente comercial de Cine Planet, Álvaro Sedano, señala que esta situación mejorará en la medida en que más salas de cine se conviertan al formato digital.
El sociólogo Santiago Alfaro, sostiene que las cadenas deberán tender a apostar por nuevos públicos, como aquellos que gustan del cine indio y coreano, que tienen como única opción para satisfacerse acudir a la piratería.

viernes, 30 de julio de 2010

GIACOMO CASANOVA, LA HISTORIA DE MI VIDA (Letras Libres, México)


por Jorge Carrión

Cuando yo tenía quince años, mi padre siempre me decía que no confundiera la libertad con el libertinaje. Esa confusión, a sus ojos, caracterizaba los años de la adolescencia. Historia de mi vida, de Giacomo Casanova (1725-1798), por supuesto, resume la vida de un libertino estricto, en el sentido histórico del término, esto es, de un seguidor de la filosofía del libertinaje; sin embargo, el frenesí, el exceso, la intensidad, la corporalidad hormonal del personaje que nos narra su biografía en primera persona apuntan hacia la adolescencia. Apuntan insistentemente hacia la adolescencia. Casanova crece, madura, envejece, sin duda; pero hay en su trayectoria vital un tono, una vibración que es propia de la hedonista primera juventud. Es entonces cuando el ser humano más cree en esa abstracción llamada libertad y tiende a relacionarla con el impulso anárquico que mi padre llamaba libertinaje. Así empieza el aventurero, seductor, espía, músico, tahúr, bon vivant y brillante escritor sus memorias: “Empiezo declarando a mi lector que, en todo lo que de bueno o de malo he hecho en mi vida, estoy seguro de haber merecido elogios y censuras, y que por lo tanto debo creerme libre.”


La libertad, por tanto, no sólo es una cuestión individual, sino que se trata de una tensión dinámica entre el sujeto y la sociedad. El comedido libertinaje de Casanova –que asume como una utopía–, por tanto, va a ser desarrollado biográficamente, va a ser expuesto públicamente, porque su extraordinaria vida, en tanto que ejercicio constante y adolescente de reafirmación de la libertad, necesita de la aprobación o, al menos, del juicio de los lectores. Más de dos siglos después, nuestra lectura no puede ser más que aprobatoria. Y entusiasta. Ante una prosa libérrima en el fondo y en la superficie: el francés en que fue escrito es absolutamente cosmopolita, colmado de extranjerismos, convencido como estaba su autor de que una lengua se enriquece con las palabras ajenas. Ante una demostración de que el ser humano es capaz de inventarse y reinventarse, en contra de sus orígenes, si sabe adaptarse e incluso metamorfosearse. “Ésta es, querido lector”, leemos, “toda la historia de mi metamorfosis y de la feliz época que me hizo saltar del vil oficio de violinista al de señor.”


Hijo de actores que no deseaban que sus hijos se dedicaran profesionalmente a la comedia, la vida de Giacomo Casanova estuvo no obstante marcada por la presencia constante de la máscara. La música de carnaval constituye su banda sonora. Fue a bailes de máscaras en muchísimas ciudades, como si las seleccionara según una agenda dictada por las mascaradas. Y en todas ellas asistió a representaciones teatrales y a espectáculos de ópera. Frecuentó a comediantes, cantantes, actores y sobre todo actrices. Pero su relación con el teatro no se limita a esas circunstancias: penetra su actuación vital y sus relaciones personales. El disfraz, el transformismo, la peluca, lo bufo o el eunuco invaden la página. El viaje y la vida se observan y son narrados desde la conciencia del theatrum mundi. Leemos: “a menos que fuera una mascarada que me hicieron adrede”; o “fingiendo no darse cuenta”; o “fingiendo sorpresa”; o “escena” y “teatro” en referencia a espacios de la vida cotidiana. El relato, por tanto, se articula a menudo como si la vida fuera una representación teatral: “Empleamos las dos horas que pasamos en el vis-à-vis en interpretar una farsa que no pudimos acabar. Cuando llegamos a Roma, tuvimos que echar el telón. Yo la habría terminado, de no haber tenido el capricho de dividirla en dos actos.” El escritor concibe su escritura como una performance: la vida se somete a los rigores de una meditada y atractiva puesta en escena.


La cultura de Casanova, alimentada vorazmente sobre todo en la juventud, es menos libresca que fruto de la experiencia: “empecé a conocer el mundo, estudiándolo en el gran libro de la experiencia”, leemos al principio; y hacia el final: “Como no tenía suficiente dinero para participar en las partidas de los jugadores, ni para conseguir alguna relación amorosa con alguna muchacha del teatro francés o del italiano, me aficioné a la biblioteca de monseñor Zaluski [...] Pasaba en ella casi todas las mañanas, y de él recibí documentos auténticos sobre todas las intrigas y los secretos tejemanejes que tendían a desmantelar todo el antiguo sistema de Polonia.” La jerarquía parece clara: el juego, el erotismo y, por último, la biblioteca como archivo político. Experto en oratoria, aficionado a la filosofía, capaz de charlar durante horas sobre Horacio o sobre historia contemporánea, Casanova entiende la cultura como un fenómeno más social que íntimo o intelectual. La conversación por encima de la lectura. En sus recuerdos, la escritura está sobre todo vinculada con el protocolo y las relaciones sociales (esto es, con la seducción). Si bien desde joven sufre apuros económicos y las deudas de juego se suceden a lo largo de las décadas, de modo que la economía se encarna en pagarés, billetes, letras bancarias y otros formatos de papel, no hay duda de que mayor importancia tuvo en su vida otro tipo de escritura y de documentación: la epistolar. Se diría que más que de las monedas, la economía de Casanova dependió de su capacidad para escribir cartas. Cada vez que llega a una ciudad –de Lisboa a Moscú, pasando por Venecia, Roma, Nápoles, París, Riga, Londres o Varsovia–, lo primero que hace es escribir un gran número de epístolas y entregarlas en los domicilios de los poderosos locales, a menudo acompañándolas de cartas de recomendación. Algunas de ellas tuvieron en su vida mucha más importancia que un pasaporte, un visado o algún otro papel de legalidad internacional. En alguien de su vitalismo, las cartas son, sin duda, la conexión entre la vida y la escritura. Por momentos, leyéndolo, he tenido la sensación de que en el siglo xviii Europa era sobre todo un espacio de la epistolaridad, en que la información y las ideas fluían incisamente porque estaban relacionadas con asuntos prácticos. Tras semejante entrenamiento (una vida dedicada a defender la subsistencia mediante la escritura de cartas) se entiende que Historia de mi vida sea un libro tan envidiablemente bien escrito. Y tan seductor.


“El espíritu depende del cuerpo”, afirma el casanova. En lo que respecta a la concepción del amor y del erotismo, el momento clave de las Memorias es la orgía romana de 1761. Cien botellas de vino para veinticuatro comensales. Sodomización (“donde los abates brillaron tanto en su papel activo como pasivo”), prostitución, apuestas, juegos sexuales: “fui el único en ser respectado”. Al escribir que aquello fue un “desenfreno infernal”, un “abominable teatro”, del que no obstante aprendió mucho, Casanova se revela irrefutablemente como el reverso de Sade, su contemporáneo. Lo hace en muchas ocasiones, por ejemplo cuando declara que desfloró a una muchacha pero que no “se divirtió” porque no “estaba enamorado”; incluso con las prostitutas busca complicidad, cariño, algo más que la mera piel. Pero la descripción de la orgía romana, dos siglos y medio más tarde, se revela como una declaración enfática en contra del libertinaje orgiástico y sadomasoquista. En su prólogo a los dos volúmenes, Félix de Azúa recuerda el consenso académico acerca del antidonjuanismo de Casanova: “Allí donde el aristócrata sevillano, infectado por la teología, se muestra vengativo, psicópata, misógino y engañador, en ese mismo lugar luce el burgués veneciano cómplice de las mujeres, su secuaz y su salvador en más de una ocasión.” La metamorfosis histórica del mito no puede ser ajena al signo de los tiempos. Si el xviii es ciertamente el Siglo de las Luces, la relación entre el hombre y la mujer debe ser iluminada por los mismos rayos que lentamente irán revolucionando la sociedad europea. El donjuanismo cambia al ritmo que lo hace la sociopolítica del Viejo Continente. No hay duda, en cambio, de que Casanova es el anti-Sade. Si en la obra de este los nodos son precisamente las orgías (la multiplicidad), en la de Casanova lo que importa es el encuentro con el otro y, a lo sumo, los pequeños núcleos humanos: la madre y la hija, las hermanas, la amante y su protector, incluso la familia.


Las tres últimas líneas de libro hablan de cómo Casanova conoció íntimamente a una niña de doce años, hija de una vieja amiga actriz. Lo hizo “tres años después” del punto y final. El viejo patético se agarra al recuerdo de su contacto con la preadolescencia. Carpe diem porque tempus fugit. Poco antes ha mencionado el carnaval. Y mil ochocientas páginas antes ha escrito: “¡Éstos son los placeres de la vida! Pero ya no puedo procurarme otra cosa que el placer de seguir gozándolos con el recuerdo. ¡Y pensar que hay monstruos que predican el arrepentimiento, y filósofos necios que sostienen que los placeres no son más que vanidad!” ~

lunes, 26 de julio de 2010

GASTÓN ACURIO, UN LÍDER DE OPINIÓN (Entrevista de Milagros Leiva para el Diario EL COMERCIO)


Por Milagros Leiva Gálvez



Hoy Gastón duerme en España. Ha viajado a ver cómo camina su restaurante Tanta que acaba de inaugurar en Madrid. También estará en San Sebastián porque ha sido invitado a formar parte del comité consultivo de Basque Culinary Center, la universidad gastronómica más importante del mundo que preside Ferrán Adrià. Solo son ocho los cocineros elegidos. Quisimos iniciar la celebración de Fiestas Patrias conversando con este cocinero que ha hecho hasta lo imposible por poner nuestro nombre en la vitrina mundial. Esta es su visión del futuro.

Una vez dijiste que si los políticos tuvieran el mismo cariño que tienen los cocineros por el Perú, otra sería nuestra historia.
Sigo pensando lo mismo. En el Perú hay que recuperar el sentido del honor. Debemos recuperar el honor de ser policía, juez, político, el honor de ser empresario.

¿Qué implica vivir con honor?
Tener mucha dosis de humildad, de renuncia. Ponerse en el lugar del otro antes que en el propio, pensar en el mañana y no en el presente. Pensar que lo que hacemos es para los que vienen y no para nosotros. La cocina peruana siempre existió, y ahora es un “boom” porque los cocineros hicimos un esfuerzo muy grande. Queríamos demostrar que la señora que vendía anticuchos en una esquina era igual de importante que un cocinero que sale en televisión. Ya hemos entendido que todos somos parte de un mismo proceso que se llama cocina peruana, y esta representa al Perú en el mundo.

Unión que falta a los políticos…
Falta que los políticos se unan en torno a un objetivo común y diseñen una estrategia para conducir al Perú al Primer Mundo en el más breve plazo. Hay que renunciar a las carreras basadas en la ambición personal. Debemos construir una verdad que pertenezca a todos, pero lo más importante es entender que no son los políticos los que tienen toda la responsabilidad de lo que pasa en el Perú.

¿Por qué dices eso?
Porque dejar en manos de los políticos todo lo bueno y lo malo es arrogante y egoísta. Hablo desde la perspectiva de un empresario, por ejemplo, que evade impuestos, vive en una gran casa, se pasa la luz roja y en las reuniones sociales se queja de los políticos. Con qué cara, ¿no? O lo mismo pasa con un dirigente sindical que se queja eternamente, pero por lo bajo negocia sus propios intereses. Lo que pasa en el Perú es responsabilidad de todos los peruanos.

Pero la clase política tiene una gran responsabilidad.
Por supuesto, como conductora de las decisiones específicas que requiere un Estado, pero en nuestro país hay una buena cantidad de empresarios que no entienden su privilegio. El rol del empresario moderno no es acumular riqueza, sino generarla. Y esto no significa repartir lo que tienes sino reinvertir con valores y ejemplos.

¿Qué hacemos con los pequeños empresarios informales?
La verdadera revolución que debería emprenderse en el Perú actual es encontrar el camino para que los pequeños empresarios y microempresarios se conviertan en grandes empresarios. Viajo por todo el Perú y puedo decir que existe una sed de triunfar sin que el Estado te asista. Esa sed está presente en todos, pero el sistema frena esta energía. ¿Cómo hacer que este país de las oportunidades perdidas se convierta en el país de las oportunidades para todos? Ese es el reto.

¿Tienes alguna receta?
Hay que fomentar el emprendimiento, la eficiencia, la creatividad, la innovación. No hay mayor secreto. Lo más importante es entender que estamos a pocos años del bicentenario de nuestra independencia y que quienes conducimos el Perú tenemos el privilegio de poder vivir un momento histórico. Debemos ser responsables para que en diez años el Perú esté en el Primer Mundo. Para poder lograrlo debemos crecer 10% en los próximos años, y eso no es imposible. Tenemos un Perú que comienza a unirse y a sentirse orgulloso como nación, y esa gasolina es fundamental para cualquier país que aspira a algo importante.

El problema es qué entendemos por país de Primer Mundo…
Eso es lo más importante: definirlo. Yo no quiero ser Francia o Estados Unidos. Tenemos que mirarnos hacia adentro, reconociendo nuestra multiculturalidad y viéndola como una oportunidad, como una ventaja competitiva frente al mundo. Somos un país de muchas razas y de muchos pueblos que deben reconocerse y admirarse mutuamente. Tenemos todo para ser líderes en los paradigmas que regirán el mundo moderno: respeto al medio ambiente y comercio justo. Podemos crear jurisprudencia a escala mundial; eso es liderazgo, eso es estar en el Primer Mundo.

Siempre hablamos de la agroindustria, pero la gran mayoría son pequeños agricultores que viven en extrema pobreza.
Pero esa misma pequeña agricultura tiene inmensas oportunidades en nichos especializados en todo el mundo y necesita una política agraria orientada a hacer de estos pequeños agricultores prósperos empresarios globales. El ejemplo es el que acaba de ganar el mejor café orgánico del mundo: una comunidad a seis horas a pie en la selva de Puno. Una comunidad que vive próspera porque vende sus tres hectáreas de café a precios exorbitantes a Suiza y Alemania. Historias como esas hay muchas. Tenemos miles de pequeños agricultores que pueden asociarse exitosamente y convertir al Perú en país líder de productos orgánicos. Los cocineros lo entendemos así.

Hay cadenas imperfectas de valor. Por ejemplo, la papa.
Los peruanos nos sentimos orgullosos de nuestra causa. Quien cocina una causa rellena es feliz, quien la come es mucho más feliz, quien vende la papa también; pero quien la produce es un campesino que se pasa todo el año viviendo con una economía de subsistencia. Esa cadena injusta tenemos que solucionarla con un comercio justo. La verdadera revolución hará que un productor de papas nativas pueda venderla al mejor cocinero del mundo porque este descubrirá que con esa papa puede hacer el mejor puré.

¿El camino es lo orgánico?
Así es, debemos apostar por la agricultura orgánica. Tenemos armas para conquistar el mundo, y todo tiene que ver con un reto superior que es la educación. La idea del gobierno aprista de hacer un colegio de talentos en Huampaní me parece poderosa. Recibir una educación de élite acorde con los talentos es un ejemplo de liderazgo importante, y eso debería trasladarse a todas las provincias. Así como vivimos orgullosos de Machu Picchu y de nuestra comida, tenemos que soñar con tener la mejor educación pública del mundo. ¿Por qué tendría que ser imposible? Por eso quiero insistir: todos somos responsables. Miremos el Poder Judicial. ¿Quién corrompe a un juez? ¿De qué nos estamos quejando? Quiero decir que todos los peruanos somos el gobierno.

No es algo lejano, como dicen.
Para nada. El gobierno está en nuestra casa, en nuestro trabajo, en las calles cuando respetamos las leyes de tránsito, cuando no la ensuciamos. Me parece muy egoísta esperar que otro resuelva los problemas sin aportar nada. ¿Critican al gobierno como responsable mientras están tomando una piña colada? Por favor. El Perú somos todos, y por eso debemos vivir con honor. Un buen peruano devuelve siempre al país todo lo recibido.

Cuando te preguntan afuera ¿cómo ves al Perú qué dices?
Con mucho optimismo, con ganas de triunfar. Hemos recuperado el orgullo por lo que somos. Eso se respira, se escucha y se siente. Somos un país mucho menos racista que antes, más integrado; pero el gran reto de los próximos años es recuperar la confianza entre los peruanos. ¿Es tan difícil? No lo creo. Confiar implica sacar el mejor lado del ser humano y matar el peor.

Haces política a través de la cocina, y si decidieras postular, estoy segura de que ganarías cualquier elección.
Esto lo voy a repetir siempre: no soy ni seré nunca candidato a un cargo político. Nunca porque yo he nacido para ser cocinero, y desde la cocina ayudaré en todo lo que pueda. Lo equivocado sería sucumbir ante la tentación de ego y vanidad y de pensar que porque uno hace bien su trabajo se merece cuotas de poder en las que no está preparado. La cocina pertenece a todos los peruanos, no tiene ideología. Que los cocineros nos metamos en política significa abrir frentes y heridas innecesarios. No podemos meternos a la derecha o a la izquierda porque representamos a todos los peruanos.

¿Decidiste tu voto?
Voy a votar por programas de gobierno, quiero escuchar. Quiero votar por un plan que coincida con la responsabilidad histórica de pasar al Primer Mundo.

¿Qué le pides al próximo alcalde o alcaldesa de Lima?
Que conduzca a Lima a que sea la ciudad más importante de América del Sur y que contagie a los limeños de que tenemos que construir esa Lima líder y hermosa donde los niños puedan caminar sin miedo a ser atropellados. Como cocinero le pido que construya el mercado más hermoso de la región. Somos la capital gastronómica de América, y eso sí nos hace falta.

Una curiosidad: ¿conversas con el presidente García?
Sí, es necesario; sobre todo de cuestiones gastronómicas. Llevamos diez años contando con el apoyo del Estado. El gobierno de Toledo y de García acompañaron el despegue de la comida peruana, y estamos seguros de que el próximo gobierno también lo hará. Los cocineros representamos al Perú, pero ten la seguridad de que si existe un quiebre democrático, los cocineros saldremos a protestar. Estaremos siempre en contra de cualquier dictadura y de los productos transgénicos.

¿Por qué, Gastón? La gente no entiende el tema de los transgénicos.
El Perú no es un país de un monocultivo. Tenemos muchos climas, pequeñas producciones agrícolas. La biodiversidad es nuestro patrimonio y la biogenética modificada puede alterarla y eliminarla. No aceptamos los productos transgénicos porque ponen en peligro nuestra biodiversidad. Las filas están cerradas. Los cocineros protegemos la biodiversidad, respetamos las distintas culturas y los distintos escenarios, por eso nos parece ilógico el proyecto inmobiliario con que se pretende atentar contra la isla San Lorenzo. No se pasen. Veinte edificios no pueden atentar contra miles de años de historia ni contra nuestra fauna. Los cocineros impediremos este atropello.

¿Y cuándo llegará el día en que no se coma pulpo bebe?
Es tan culpable quien la cocina como quien la pide. A quienes encuentran el placer en lo prohibido les digo lo de siempre: no construimos nada bueno para nuestro país vulnerando las reglas. La cocina no es más un acto lúdico, es un punto de partida para actos importantes y coherentes. El cocinero que sirve camarones en tiempo de veda es repudiado, y antes no era así. Por eso termino con lo que empecé: hay que vivir con honor. Es el único camino.

sábado, 24 de julio de 2010

ROY ORBISON, LA SOLEDAD COMO ESTADO MÁGICO (Por Fernando Navarro, para la revista EFE EME, España)


"A nadie se le parte el corazón por el primer amor. Sólo por el último”

“La ley de la horca” (“Tribute to a Bad Man”, 1956), dirigida por Robert Wise.

Cuando el rock’n’roll se popularizó a finales de los cincuenta, Roy Orbison podía haber sido una superestrella, un ídolo juvenil de masas, pero fue un hombre solitario. Como tantos que desfilaron por los cincuenta y setenta, podía haber sido uno de esos chicos con una voz especial y un marcado estilo que se instalaban en las listas de éxito como fulgurantes aves de paso, mientras firmaban autógrafos y bebían las mieles de la fama, pero Roy Orbison no estaba llamado a sonreír al primer tiro de cámara. Tras sus gafas de sol, el caballero de la triste figura escondía siempre una mirada tímida, y en su colosal voz latía la herida del puñal de la nostalgia.

Como en el viejo Oeste, la soledad guarda un encanto distinto y guía los pasos por su propio camino. En el mundo de la música popular, el camino de Orbison se hallaba en tierra de nadie. A pesar de su edad, no perteneció a la conocida Clase del 55, ese grupo de pioneros liderados por Elvis Presley al que se sumaba gente como Eddie Cochran, Gene Vicent, Chuck Berry o Little Richard. Le faltaba el descaro de todos ellos. Apenas surgió poco después del estallido del rock, dentro de esa generación que la industria discográfica moldeó para ofrecer cantantes menos rebeldes, más amables al gran público, que se llamó la generación High School. La frescura y el desenfreno originales perdían fuerza ante la actitud romántica y complaciente. Sin embargo, Orbison planeaba por distintos paisajes sentimentales que Paul Anka, Bobby Darin o Frank Avalon, todos ellos compañeros de generación. Sus canciones cruzaban la frontera de lo humano, caían en el abismo emocional, se teñían de una solemne desazón, hasta hacerse únicas e imperecederas.

Nacido en 1936 en Vernon, en el Estado de Texas, Orbison se crió en pleno desierto. Con menos de diez años, ya tenía una guitarra y se las arreglaba para tocar en la emisora local. Con la llanura como principal horizonte, no es de extrañar que empezara su carrera musical en el country. Su primera banda, los Wink Westerners, pasa a llamarse los Teen Kings y con ellos graba ‘Ooby dooby’, su primer tema importante para la casa Sun Records. Sam Phillips ve en él a un tipo con un interesante potencial para el rockabilly, pero en ese género Orbison no consigue despuntar. De alguna manera, el chico inocente y retraído no transmite la fuerza y atractivo de Johnny Cash o Elvis Presley. Tampoco en el sello RCA, a las órdenes del gran Chet Atkins, se desarrolla el potencial de Orbison.
Asentado en las raíces pero sin un estilo majestuoso, el músico pasa por ser un artista más que correcto con destacadas cualidades vocales. Sin embargo, su fichaje por la discográfica Monument supone el cambio definitivo. Se deja de imposiciones y explora su sentido musical marcado por el drama, la emoción desbordante. Canciones de menos de cuatro minutos que se desenvuelven como un torrente sentimental, cogiendo fuerza, hasta terminar en una cascada de instrumentos y una voz en el infinito. ‘Only the lonely’ es el punto de inflexión de su carrera, que llega a lo más alto de las listas de Estados Unidos y Reino Unido. La primera de una serie de baladas que revelan a un músico excepcional en el terreno de las emociones.

Con su voz estratosférica y esos arreglos operísticos, Orbison desarrolla en el comienzo de los sesenta una carrera repleta de éxitos. Durante cinco años, desde 1960 a 1965, consigue 17 tops, entre los que destacan ‘Crying’ o ‘In dreams’, con la cumbre de ‘Oh, pretty woman’. Una vez que se ha quitado la etiqueta de cantante de rockabilly, el músico se reconoce en su ámbito baladístico, en la nueva intensidad que adquieren sus viñetas musicales sobre el deseo, el amor perdido o la oportunidad fallida. Orbison se convierte en otro destacado rastreador de la soledad hiriente que forma parte de la mitología de EE UU.

La soledad que acompaña a la búsqueda personal, el anhelo que guía los pasos hacia la promesa incierta de una tierra prometida, la tristeza que se respira en la medianoche de la vida, cuando lo único verdadero son los acompasados latidos del corazón. Con el desamparo etéreo de sus baladas, Orbison se sitúa en esa línea narrativa y vital de la soledad norteamericana, un afán que ya nacía en el aire lúgubre del capitán Ahab, en el “Moby Dick” de Melville. O en el desencanto y fragilidad de Scott Fizgerald, en los rutilantes años veinte, cuando afirmaba: “Cuando oscurece, siempre se necesita a alguien”. Es la noche estrellada de Jack Kerouac en su obra “En el camino”, “esa noche que es una bendición para la tierra, que oscurece los ríos, se traga las cumbres y envuelve la orilla al final, y nadie, nadie sabe lo que va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos”. El llanto perdido de ‘In dreams’, una de las pocas canciones que fueron compuestas única y exclusivamente por él e incluida en la película de David Lynch “Blue velvet”, guarda el mismo instante solitario, el mismo hechizo, que todas esas obras y que cualquier trasnochador, pintado en la penumbra, de Edward Hopper.

"Su mujer Claudette, a la que dedicó una canción, sufre un accidente de moto y muere. Dos años más tarde, su casa es pasto de las llamas y en el incendio fallecen dos de sus hijos. El músico es víctima de la desdicha, se encierra en sí mismo y desaparece de la vida social durante años”

Pero la vida se encargó de que el personaje de sus canciones fuera también una existencia real. La tragedia se llevó por delante la vida de Orbison. En 1966, su mujer Claudette, a la que dedicó una canción, sufre un accidente de moto y muere. Dos años más tarde, su casa es pasto de las llamas y en el incendio fallecen dos de sus hijos. El músico es víctima de la desdicha, se encierra en sí mismo y desaparece de la vida social durante años. A partir de entonces, la aureola trágica que rodea a Orbison adquiere una categoría sobrenatural al verle escondido en sus gafas oscuras, con su sonrisa rota, interpretando canciones como ‘It’s over’, ‘Falling’ o ‘In the real world’. Es el forajido que conoce sus fantasmas, y los invoca.

A mediados de los setenta, varios músicos empiezan a reivindicarle. Linda Ronstadt o Don McLean recuperan clásicos suyos como ‘Blue bayou’ o ‘Crying’, respectivamente. John Lennon llega a afirmar que siempre quiso parecerse a Roy Orbison por encima de cualquier otro músico. Bruce Springsteen le rinde tributo en su épica ‘Thunder road’. “Roy Orbison está cantando para los solitarios. Esto lo que soy y sólo te quiero a ti”, escribe el de Nueva Jersey. Emociona aún más verle en los ochenta en los grandiosos Traveling Willburys, ese proyecto espontáneo, divertido y fabuloso que reunió a Bob Dylan, Tom Petty, George Harrison, Jeff Lynne y el mismo Orbison. Fichaje de última hora, Orbison se suma cuando andaba cerrando su magnífico disco “Mystery girl”, producido por Lynne. En el documental de aquellas sesiones de grabación en Malibu, se ve el respeto que le profesan todos. Allí están todo un Dylan y un Harrison, piezas angulares de la historia de la música popular, pero Orbison es el padre de familia. Nadie duda de su categoría. Lo dicen todos. Cuando Roy canta, se para el mundo. Existe una lejanía en su canto al que no llega nadie. Pone los pelos de punta observar cómo Dylan, Harrison, Petty y Lynne retroceden un paso cuando en ‘Handle with care’ llega la hora de Orbison.

Este respeto también se palpa en el magnífico “Black & white night”, homenaje a toda una carrera que reúne a Elvis Costello, Springsteen, Tom Waits, Jackson Browne, T-Bone Burnett, Bonnie Raitt, J.D. Souther y k.d. lang. Esta cosecha de oro se rinde ante sus paisajes sentimentales y su intensidad operística. En blanco y negro, hay una complicidad artística con el músico que con sus canciones les acompañó durante su adolescencia e inspiró sus posteriores obras. Según Waits, una balada suya era suficiente para llenar la noche con una chica. Tras emborracharse de Orbison durante su juventud, el propio Waits, vagabundo bendito, bardo callejero, autoestopista nocturno, aseguró a la revista “Newsweek” en 1976: “Hay una soledad común que se extiende de costa a costa. Es como una inconexa crisis de identidad común. Es la oscura, cálida, narcótica noche americana”. Posiblemente, esa noche americana, la de las grandes llanuras con estrellas o la de las palpitantes luces de neón al girar la esquina, guarde el secreto del llanto estratosférico de Roy Orbison, que recorre con ardor las tribulaciones del alma.

LA DIMENSION DESCONOCIDA, UN SUPERCLÁSICO DE LA TELEVISIÓN


Que nos perdonen los seguidores de la serie de televisión LOST pero todo eso ya lo habíamos visto antes; y contado maravillosamente en la serie francesa de los años setenta La isla misteriosa, dirigida por Juan Bardem, a partir de una novela de Jules Verne y con la actuación estelar de Omar Shariff en el papel del Capitán Nemo.
Otros referentes son la extrañísima serie británica El Prisionero de sólo seis capítulos; y, por cierto, La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-64) un superclásico de todos los tiempos..
El creador, guionista y presentador de Dimensión Desconocida, Rod Serling incursionó en el cine como guionista de las muy interesantes El Planeta de los Simios (Franklin Schaffner, 1968) y Siete días de mayo (John Frankenheimer, 1964). Serling es uno de los grandes héroes de la ciencia ficción moderna que espera reivindicación. Todos le deben una: Spielberg, Lynch, Lucas, Burton, Landis, Carpenter, Dante, Miller, De Palma.
Si la cinefilia se sustenta en el coleccionismo y en la búsqueda arqueológica ¿Por qué los teléfilos emergentes no trascienden el mero entretenimiento semanal y revisan sus clásicos?
Óscar Contreras Morales.-

Por Facundo García
Diario "Página 12"
www.pagina12.com.ar

Hace cuarenta y seis años se emitía el último episodio de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone). Con el final de la serie –que estuvo al aire entre 1959 y 1964– concluía una época y nacía otra, en la que casi cualquier innovación que se hiciera en el terreno de la fantasía y la ciencia-ficción iba a ser copia de lo planteado en aquel laboratorio creativo. El programa fue una supernova que estalló en decenas de derivaciones, desde Volver al Futuro hasta The Truman show, pasando por los Expedientes Secretos X. Hoy la secuela más célebre es Lost, uno de cuyos creadores, Jeffrey Jacob “J.J.” Abrams, no tiene pruritos en asumir que el viejo clásico de la pantalla chica “fue lo mejor que se hizo en la toda la historia de la TV”.

Las cinco temporadas explorando el lado oculto de la realidad tuvieron una plataforma de despegue puntual: el cerebro de Rod Serling. El petiso fue –junto con Alfred Hitchcock– uno de los pioneros de la televisión “de autor”; y su voz inauguraba cada capítulo sobre el fondo de una melodía histérica que resultaba tan molesta como hipnotizante. Sus palabras iniciales pasarían a la posteridad: “Hay una quinta dimensión más allá de lo que conoce el ser humano. Es una dimensión tan vasta como el cosmos y tan fuera de tiempo como el infinito. Es la zona intermedia entre la luz y la sombra, entre la ciencia y la superstición, y se ubica entre la fosa de los miedos y las cumbres del saber. Es la dimensión de la imaginación. El área que llamamos

The Twilight Zone (que en una traducción literal vendría a ser algo así como ‘la zona del crepúsculo’)”.

Detrás de su apariencia sobria, Serling escondía mil monstruos, capaces de asomar cada vez que surgía de súbito en una escena. Entonces inquietaba con su traje negro y su elegancia fumadora, ofreciendo ante las cámaras la introducción a casos que eran siempre distintos y casi siempre fascinantes. Había nacido el día de Navidad de 1924. “Fui un obsequio que llegó sin envolver”, chanceaba. Detrás del chiste, no obstante, había mucho de verdad. Porque el muchacho criado en la pequeña ciudad de Bin-ghamton (estado de Nueva York) fue un regalo del cielo para la audiencia. Y es que al asumir el control total de lo que ocurría en LDD su talento estaba alcanzando el cenit. Su mente estaba en llamas y lo que antes requería cinco o seis meses de preparación le salía en menos de cuarenta horas. En efecto, de los ciento cincuenta y seis episodios que se realizaron, más de noventa salieron del cráneo de ese ex combatiente de la Segunda Guerra que se había vuelto adicto al trabajo y no bajaba de los dos paquetes de cigarrillos por día.

En noviembre del ’59, a días de haber lanzado el proyecto, Serling le contó a la revista TV Guide lo que pretendía hacer. “LDD es una antología dividida en entregas de media hora. Hurga en lo extraño, lo bizarro, lo inesperado. Entra en el terreno de la imaginación pero cuidando el buen gusto de una audiencia que usualmente es menospreciada y considerada idiota. No es de una galería de deformidades y tampoco se encontrará allí nada tan nostálgicamente familiar que permita a los espectadores adivinar los diálogos de los actores”, definió. Se ha dicho que su obra maestra se popularizó en un contexto en el que el mundo parecía irse al tacho; y que la prodigalidad de paradojas y aporías era espejo de las contradicciones que generaba el combo de Guerra Fría, terror atómico, prosperidad económica e injusticias sociales. Sin ser de izquierda, Serling criticó al macartismo y el racismo imperante en Estados Unidos. “Creo que el mal de la actualidad es el prejuicio –repetía–. Es desde allí que salen los otros demonios y se multiplican. En casi todo lo que he escrito hay un rastro de esto: la necesidad del hombre de endilgarles atributos negativos a los demás antes de analizar sus propias fallas.”

Esa postura –que a veces caía en la moralina– no les quitó ni una pizca de frescura a aquellos mediometrajes repletos de noches en las que tipos desesperados corrían por ciudades de medio pelo, atravesando calles adonde iba a derramarse la luz de los semáforos o el combustible de las naves espaciales. “Me di cuenta de que les podía hacer decir a los marcianos cosas que los republicanos y los demócratas no mencionaban”, comentaba el guionista. La narración solía dispararse en un paisaje familiar, para ir enloqueciendo y descolocar en el último segundo, con explicaciones que no por sorpresivas eran menos creíbles. A diferencia de lo que ocurre en la actualidad con quienes escriben para la tele, Serling –que también se embarcó en el film El planeta de los simios– daba la cara antes de difundir cada capítulo. Como si esto fuera poco dos por tres se peleaba con los sponsors. “Nadie puede hacer arte si cada quince minutos aparecen tres conejos vendiendo golosinas”, se quejaba. Cuando se animó al negocio publicitario, se arrepintió y lo consideró uno de sus pecados capitales.

Hay quien opina que LDD construyó un puente entre el consumo de masas y el surrealismo. Otros resaltan su preanuncio de la psicodelia. Por debajo de esos rótulos, los que participaron en los rodajes recuerdan detalles que sitúan el mito en un terreno más pedestre. A muchos fans les sorprenderá saber que debido a que el presupuesto que otorgaba la cadena CBS nunca era suficiente los actores no tenían oportunidad de repetir las tomas. Salían o salían. Y si hacían falta platillos voladores, nadie tenía pudor en pedirlos prestados a otras producciones. Con todo, ninguna de esas carencias impide que revisitar la colección sea una demostración contundente de los niveles de maestría que había alcanzado el arte del blanco y negro a fines de los cincuenta. En 1961, el director de fotografía George T. Clemens llegó a contarle a la revista Variety que su trabajo consistía en “diseñar para aprovechar al máximo lo que se ve en los aparatos más populares”, que eran bastante primitivos. Por lo tanto la insistencia empresarial no consiguió que se contemplara la posibilidad de hacer el paso a color. Fue el propio Clemens el que advirtió a Serling que sin el blanco y negro se perdería la magia. Así fue que los personajes de la serie –por lo general seres un poco fracasados que de pronto encontraban la oportunidad de darle un volantazo a su vida– quedaron inmortalizados en una gama de grises que a través de su perfección los coloca “tan fuera de tiempo como el infinito”.