viernes, 30 de diciembre de 2011

CINE 2011: LO QUE MÁS NOS GUSTÓ (Por Óscar Contreras)

 
 
 
 
 
  
La cinefilia no se está muriendo. Se reiventa. Es distinta. Resiste. A la agresión de las grandes corporaciones multinacionales que controlan el negocio a partir de la programación de una sóla y hegemónica forma de cine. Una forma oligopólica, planetaria, rentista. Una forma de cine degradada. Caracterizable por su entraña adolescente, irresponsable, distraída; por su esencia de videojuego; por su gusto por la comedia romántica berreta; por la escatología y la subnormalidad; por la degeneración del género; por la entronización del héroe de comic. Y -como zorrillo en perfumería- reconocible por sus trailers fragmentarios, sincopados, atolondrados; llenos de "Carminas Buranas" tan desubicadas como Pachacútecs en la Guerra de las Galaxias.
Ese cine que domina las carteleras del Perú y el mundo; que forma gusto y opinión; que da de comer a algunos medios; nos disgusta mucho.
En 2011 nos alejamos de las salas -entre otras razones privadas- porque "ese cine" volvió a interesar a los distribuidores y exhibidores. Y frente a la mediocridad de la cartelera, nos refugiamos en nuestra torre de marfil de alta tecnología doméstica, con riesgo a hacer mal la tarea. Procurando copias originales en DVD del cine más valioso (también copias piratas). Viajando eventualmente a algún país con oferta de estrenos más diversa. O siendo selectivos en nuestras incursiones en las salas.
Ojalá los estrenos de 2012 sean más diversos y selectos. Para volver a la Tierra.
Compartimos esta lista sobre lo que nos gustó de la cartelera limeña en 2011. Incluyendo una tabla de preferencias en DVD.
Oscar Contreras Morales.-

  
LOS MEJORES ESTRENOS COMERCIALES DE 2011 

1. CARLOS (OLIVIER ASSAYAS) -  
Edición para cine de la estupenda serie de televisión de 06 horas producida por la Televiisón Francesa. Tuvo estreno comercial en la Sala Azul del CCPUCP.
2. CARANCHO (PABLO TRAPERO)
3. LAS AVENTURAS DE TINTÍN (STEVEN SPIELBERG)
4. RANGO (GORE VERBINSKI)
5. TRISTE SAN VALENTÍN (DEREK CIANFRANCE)
6. MEDIANOCHE EN PARÍS (WODDY ALLEN)
7. SUPER 8 (J.J. ABRAMS)
8. TEMPLE DE ACERO (JOEL & ETHAN COEN)
9. LAZOS DE SANGRE (DEBRA GRANIK)
10. LA NOCHE DEL DEMONIO (JAMES WAN)
11. MISIÓN IMPOSIBLE 4: PROTOCOLO FANTASMA (BRAD BIRD)
12. LOS X MEN: PRIMERA GENERACIÓN (MATHEW VAUGHN)
13. LAS MALAS INTENCIONES (ROSARIO GARCÍA MONTERO)
14. EL ESCRITOR OCULTO (ROMAN POLANSKI)
15. EL ORIGEN DEL PLANETA DE LOS SIMIOS (RUPERT WYATT)
16. EL MENSAJERO (OREN OVERMAN)
17. COWBOYS vs ALIENS (JOHN FAVREAU)
18. MÁS ALLÁ DE LA VIDA (CLINT EASTWOOD)
19. UN CUENTO CHINO (SEBASTIAN BORENSZTEIN)
20. CAMINO A LA LIBERTAD (PETER WEIR)

 
 
 
 LO MEJOR VISTO EN DVD

1.       MISTERIOS DE LISBOA (RAOUL RUIZ)
2.       DRIVE (NICOLAS WINDING REFN)
3.       DE DIOSES Y HOMBRES (XAVIER BEAUVOIS)
4.       EL EXTRAÑO CASO DE ANGELICA (MANOEL DE OLIVEIRA)
5.       NADIR Y SAMIN, UNA SEPARACION (ASYHAR FARHADI)
6.       EL ARBOL DE LA VIDA (TERRENCE MALICK)
7.       COPIA CERTIFICADA (ABBAS KIAROSTAMI)
8.       YUKI & NINA (NOBUHIRO SUWA & HIPPOLYTE GIRARDOT)
9.       NOSTALGIA DE LA LUZ (PATRICIO GUZMAN)
10.   MELANCHOLIA (LARS VON TRIER)
11.   SENNA (ASIF KAPADIA)


martes, 27 de diciembre de 2011

MI AMIGO ALDO Y EL CANCILLER, por Ricardo Vásquez Kunze (gatoencerrado.net)

 
 
 

Escribe Ricardo Vásquez Kunze.-
 
Soy amigo de Aldo Mariátegui desde hace 30 años. Ingresamos juntos a la Universidad Católica en 1982. Lo respeto, lo admiro y lo quiero. Lo respeto porque tiene una inteligencia superior, lo que en este país es un lujo. Además, porque es una de las personas más cultas que conozco y, en un país donde la cultura se ha convertido en "tragar", conversar con él es uno de los pocos placeres que nos van quedando a aquellos que no nos gusta llenarnos la boca de comida, por más prodigiosa y peruana que esta sea. Lo admiro porque tiene la rara virtud de no hablar a media voz en un país donde todo el mundo lo hace. Eso nos une más porque como él yo tampoco tengo pelos en la lengua. Compartimos muchas ideas liberales y no tenemos prejuicio alguno en declararnos abiertamente de derecha. Finalmente lo quiero por todo lo anterior y porque lo conozco y sé que es leal y sincero y, pues, porque uno quiere a sus amigos de juventud para toda la vida, tal cual son. Y cuando digo "como son" hablo también de sus defectos. El más grave quizás es que contempla la política en blanco y negro y esto hace que personalice a sus actores en buenos y malos. No hay matices con Aldo como en los televisores de tubos de los años 50 del siglo pasado. No hay color y por eso sus odios políticos e ideológicos se convierten en odios personales. Ese es el caso de su relación y, por lo tanto, del diario que dirige, con el Canciller Roncagliolo.
 
Trabajo para el Canciller. Soy su asesor. Antes de trabajar con él no lo conocía. Seré sincero. Tenía de él la misma impresión que Aldo cuelga en cuanta oportunidad se le presenta en sus portadas. Todo cambió cuando lo conocí. Fue a su pedido. Al parecer le gustaban mis artículos y, evidentemente, aunque discrepaba de mis opiniones políticas, valoraba muchas de ellas. Quería, supongo, otro enfoque para no encapsularse en el mismo circulo ideológico de amigos y allegados que terminan siempre por cegar con sus consejos. Y un político ciego termina en el abismo (así como cualquier director de diarios). Eso me dio buena espina. Conocí a un hombre que sabía preguntar, escuchar, atender y aprender. También a un señor que, con una gran capacidad de síntesis, tenía la virtud de conciliar. El resto fue trabajar con él y su gabinete. Yo también aprendí a respetarlo y a estimarlo. Resultó así evidente cuando lo conocí en el día a día, porque hay que conocer a las personas para hacerse un juicio cierto, que no era lo que mi amigo Aldo piensa y escribe de él. Ni "intolerante" ni "desastroso" ni "argollero". Si no yo no estaría ahí, ¿verdad?
 
El pecado del Canciller es muy simple: no piensa como Aldo. Eso es todo. También, supongo, porque no le ha pedido "perdón" a mi amigo por su pasado velasquista, como si mi amigo se hubiera convertido en Dios para prodigar indulgencias y ordenar penitencias. ¿Que no le ha pedido perdón al Perú? Por favor, ¿quién en el Perú se acuerda hoy de Velasco si ni si quiera saben quién fue San Martín? Me corrijo. De Velasco se acuerdan cuatro viejos resentidos a los que les quitaron los diarios y otros cuatro más a los que les quitaron sus haciendas. ¿Y? Así es la vida, así es la política. Si esos veteranos se quedaron amargados en los años 70 del siglo pasado es su problema, no de los que con sus hechos han evolucionado políticamente hasta casi los antípodas de lo que fueron. De más está decir que a mi amigo Aldo no lo considero en el grupo de esos vejestorios avinagrados porque, como yo, apenas tiene 46 años y una juventud radiante en su espléndida sonrisa.
 
El Canciller, dice el diario que dirige mi amigo, prosigue con su manejo desastroso de Torre Tagle. El "manejo desastroso" es nombrar a embajadores políticos en embajadas codiciadas por embajadores de carrera porque, vamos, esa es la madre del cordero: la plata que los de carrera quieren ganar en el exterior y que no ganan aquí. Esa y que los embajadores políticos nombrados o por nombrar tampoco piensan ni tienen la simpatía de Aldo. El Presidente tiene la potestad absoluta de nombrar a doce embajadores políticos donde le dé la gana. Así lo establece la ley. Y el Presidente no es un pelele del Canciller como tampoco lo sería de los diarios que, como el de mi amigo Aldo, ensalzan su potestad absoluta para indultar a quien le dé la gana, para más señas al ex presidente Fujimori.
 
Nunca vi entre 2006 y 2010 ninguna portada del diario que dirige mi amigo que criticara al ex Canciller García Belaunde por nombrar embajadores políticos a José Barba Caballero, en Panamá; a Hugo Otero, en Chile; a Judith de la Mata, en Argentina; a Rafael Rey, en Italia; al recientemente fallecido Carlos Franco, en Uruguay; o a mi excelente y buen amigo Ricardo Ghibellini, en Brasil. Nunca. Ahí sí las "embajadas no eran premios consuelos" para políticos en desgracia o amigos queridos. Será pues porque entre García Belaunde y Aldo había una amistad y entre Aldo y Roncagliolo hay ¿el odio de Aldo? ¿Se maneja así, no digo Torre Tagle, sino la línea editorial de un diario?
 
Oh!, y qué gran pecado nombrar a García Sayán como Presidente de la "Comisión de Alto Nivel para el Lugar de la Memoria". ¡Como si el susodicho fuera muy distinto a Mario Vargas Llosa y a Fernando de Szyszlo en su pensamiento y convicciones! Y como si el famoso "lugar" fuera a ser la National Gallery o el British Museum concurrido por millones, cuando en el Perú ni el mismo Aldo va a pisar un museo. ¿Qué puede importar pues quién presida esa aparatosa comisión de bocaditos beluga?
 
Ah!, y la OEA. ¡Gran organismo internacional donde se deciden los destinos del Nuevo Mundo! Qué trascendental resulta nuestro embajador ahí, ¿verdad? Permítanme reírme como seguramente lo está haciendo mi amigo Aldo: ¡jua jua jua jua!
 
Y qué políticamente incorrecto nombrar, dice un ex embajador amargado, a un político de izquierda ante un nuevo gobierno de derecha, como el de España (yo no nombraría a Eguiguren). "Es como manejar contra el tráfico", dice espeluznado. Como si el gobierno de los EE.UU no hubiera nombrado en su tiempo a un embajador negro ante el oprobioso régimen sudafricano del Apartheid. O como si el católico Joe Kennedy no hubiera sido embajador político en la corte protestante de Londres. Oigan, ¿y este era uno de los "genios" que se negaban a ser cesados por atornillarse hasta las calendas griegas en Torre Tagle? ¡Y escribe para el periódico de Aldo! Amigo, por favor, mándalo de embajador al reino de la estupidez, donde seguro será un eximio representante.
 
Finalmente debo decir que en los pocos meses que llevo trabajando en Torre Tagle nunca he visto una Cancillería a la deriva ni una política exterior desenfocada. He visto a profesionales de primera orientando el liderazgo del Canciller para crearle al Perú una mejor situación de poder en el mundo y, sobre todo, ganar nuestra causa contra Chile en La Haya, como le consta a los numerosos colegas con los que el Canciller se reune para informar y recabar sus oponiones. También, es cierto, he visto a profesionales de segunda, intrigantes y cortesanos que, no queriendo perder sus privilegios, son las fuentes turbias que alimentan las antipatías personales y los prejuicios que no deberían tener cabida en una mente brillante, como la de Aldo.
 
Espero, querido amigo, que aprecies estas líneas sin medias tintas. Te renuevo mi amistad de siempre, con las cosas claras y el chocolate espeso, como debe ser en Navidad.
 
Lima, 24 de diciembre de 2012.
 
 

ALBERTO VERGARA: A SUSANA VILLARÁN, COMO A RUPERTA, "EL SANTO SE LE HA VOLTEADO" (Diario LA REPÚBLICA)


http://www.larepublica.pe/27-12-2011/alberto-vergara-susana-villaran-como-ruperta-el-santo-se-le-ha-volteado

N.R. (Diario LA REPUBLICA) 
*Agradecemos al politólogo y a la Revista Poder 360° por permitirnos la publicación de este muy interesante artículo que salió en su edición impresa del mes de Noviembre. Susana Villarán: Siete ensayos, por Alberto Vergara (Candidato a doctor en Ciencia Política por la Universidad de Montreal, en Canadá)

Escribe Alberto Vergara.-
"Entre la gestión pública y la relación con los medios (los problemas de “imagen”) gravita el mundo de la política, el de las decisiones y estrategias decididas a puerta cerrada. Ese espacio es el que no ha funcionado. De ahí surgió el naufragio de Villarán".
Una tarde del último mes de octubre, mientras recorría los portales de los periódicos nacionales, caí sobre las últimas encuestas de popularidad de nuestra alcaldesa Susana Villarán. Aunque sabía que el manto sagrado de la aceptación popular se le venía deshilachando sostenidamente, mi bourdieusiano desdén por las encuestas de popularidad (y su hijastra, la “opinión pública”), me había impedido percibir la crudeza de las proporciones: 14% de aprobación y 82% de rechazo. Fui a ver el detalle de los números y no encontré ninguna manipulación sospechosa. Era y es contundente: a Villarán, como a Ruperta, el santo se le ha volteado. Siempre he creído que las apuradas respuestas que la gente brinda a preguntas sobre las cuales no ha reflexionado previamente son irrelevantes para construir una supuesta “opinión pública”. Pero en este caso concreto, puesto que en el Perú tenemos revocatorias para alcaldes, la impopularidad de estas autoridades ya no es solo una rechifla del respetable sino puede convertirse en la antesala a ser defenestrados. Y eso es lo que asusta a Susana Villarán y a su equipo ahora. Entonces, me propuse indagar por su descenso a los infiernos de la antipatía. ¿Qué pasó? Mandé correos electrónicos y pacté algunas entrevistas por skype para averiguar por el fenómeno. Aquí transmito mis sensaciones.
Uno. Como no vivo en Lima me pareció que debía comenzar por averiguar si la ciudad se había ido al diablo en apenas unos meses. La mayoría me dijo que no: Lima no se abisma hacia alguna desgracia reciente o particular, el servicio de transporte no ha empeorado, el crimen es constante, no hay ni más ni menos basura en las calles que hace un año. Solo un par de personas mencionaron que unos cuantos ambulantes han vuelto al centro. El diagnóstico me parece sensato: hasta para arruinar una ciudad se necesita más que diez meses. Es decir, no hay ninguna proporción objetiva entre la gestión de la ciudad y la ira de los limeños hacia su alcaldesa. Aun si la gestión hubiese decaído, no lo ha hecho en la proporción en que se multiplicaron los descontentos.  
Dos. La inferencia siguiente era previsible: Villarán ha sido prensada. La prensa no le dio tregua y entre Correo, La Razón y Expreso le crearon la imagen de haragana, pegó la chapa de Lady Vaga, le hicieron fama de florera y sucumbió ante tal campaña. Es, a grandes rasgos, lo que ha declarado recientemente el Teniente Alcalde Eduardo Zegarra. Sin embargo, varios de mis entrevistados descartan el impacto de esta campaña. Eduardo Dargent afirma que esos diarios no se leen en los sectores populares, justamente donde la desaprobación ha aumentado en mayor medida y agrega que portadas similares en Perú 21 y El Comercio no desplomaron la popularidad de Castañeda. Patricia del Río, por su parte, en la misma línea, concluye que los medios nunca han tenido la capacidad para encumbrar o destruir a nadie a menos que haya un elemento real a partir del cual hacerlo. O sea, si a Humala lo acusaran de florero o vago la caricatura difícilmente pegaría. Susana Villarán, entonces, es blanco de una campaña dura desde algunos medios, pero el desplome de su popularidad no parece deberse directa o exclusivamente a dicha campaña.
Tres. Ahora bien, ¿qué hay del otro lado de la ecuación mediática? Una cosa es cómo la tratan los medios y otra cómo se vincula ella con los medios. Carlos Meléndez me dice que su problema es que ya no tiene Bayly que la defienda. Efectivamente, él entendió aun mejor que sus asesores lo que ella debía significar en la campaña, captó su mejor ángulo frente a una cámara. Y ahora recuerdo una escena que me parece ilustrativa de este punto. En una entrevista con Bayly durante la campaña electoral, Villarán citaba intelectuales o políticos internacionales sin reparar en que el público podía no tener idea de quiénes eran esos personajes. Así, por ejemplo, ella decía “Fernando Henrique Cardoso” y Bayly completaba “el ex Presidente del Brasil”. Es decir, ella no era consciente de que el público podía estar perdiéndose con esas referencias, pero él, que vive del rating, sí lo era. Él fue su gran médium; su mejor traductor. Y no ha conseguido ningún reemplazo.          
Cuatro. El punto anterior me acerca adonde creo radica el centro del problema: hacer política. Ni la ciudad se ha sumido en el desgobierno, ni una campaña todopoderosa ha arruinado la simpatía de Villarán. Entre la gestión pública y la relación con los medios (los problemas de “imagen”) gravita el mundo de la política, el de las decisiones y estrategias decididas a puerta cerrada. Ese espacio es el que no ha funcionado. De ahí surgió el naufragio de Villarán. A los políticos y sus asesores les encanta diagnosticar sus antipatías como problemas de “imagen”. Es una buena forma de evitar sus responsabilidades y de dejar sin trabajo al encargado de comunicaciones. Toledo los cambiaba como al agua de los floreros y no consiguió gran cosa.
Digresión: Hace algunos días, Bill Clinton notaba que en los años setenta el Presidente americano aparecía en promedio entre 30 y 45 segundos diarios en los noticieros, mientras que hoy Obama solo asoma 8 segundos diarios. Esto obliga, cada día más, a distinguir cuidadosamente aquello que será mostrado o ensombrecido en las apariciones públicas de un político. Lo fundamental es la tarea de alta cirugía política que discrimina entre los temas en que un político debe opinar y aquellos en que debe callar. Esta tarea debe estar a cargo de asesores políticos. No es asunto de publicistas.   
Cinco. Susana Villarán ha carecido de brújula política (e, insisto, determinar el norte no es asunto de un técnico en “imagen”). Nadie la ubicó con precisión en el tablero de la política nacional. Como Alan García, creyó que podía ser un actor determinante en la elección presidencial. Y como Alan García consiguió ser percibida como metiche, metida a derrumbar la candidatura presidencial de Castañeda. Movida más por la sangre en el ojo de su regidora Marissa Glave (maltratada por la gestión de Castañeda en los cuatro años precedentes) que por necesidades propias, Villarán abrió fuego contra el más popular de los alcaldes limeños. No lo soltó; sus apariciones principales estuvieron destinadas a denunciarlo, a empapelarlo. En la municipalidad pensaron que si la regidora Glave monopolizaba las cámaras en el tema Comunicore, Villarán no se salpicaría con el aspaviento pleitista. Error. Entonces, todo esto no es un problema de “imagen” de metiche, peleona y criticona, el problema son las decisiones que llevaron a creer que era un buen negocio tener como principal adversario al popular ex alcalde. Porque sí, en el Perú la gente está harta de la corrupción de sus políticos, pero, sobre todo, de la corrupción de los políticos que no hacen nada. De ahí que sea buen negocio para todo el mundo pegarla de moralista con los congresistas que no tienen un mango para hacer obras. Pero es distinto levantar el índice contra un corrupto que sí hace obra. Me temo que para una parte de nuestra población eso no es corrupción, es un bono informal de reconocimiento a lo construido. Por eso fue un mal cálculo creer que denunciar la corrupción de Castañeda sería un trampolín a la popularidad.
Y al lado de esta postura llegaron en bloque una serie de decisiones que convirtieron a la municipalidad en un ejemplo de transparencia en el Estado: la municipalidad eliminó los sombríos atajos que permitían construir obras saltándose los procedimientos regulares; desaparecieron los tranquilizantes avisos que ella solía prodigar a la prensa amiga; se esfumaron los paneles que suelen publicitar la figura del alcalde en la vía pública; las sesiones del concejo empezaron a ser transmitidas en vivo lo cual excitó a los concejales opositores que ya no debatían en el anonimato sino ante esos poderosos esteroides que son las cámaras. Aunque encomiable y corajudo, todo puesto en práctica al mismo tiempo parece mucho. Acaso faltó eso que Isaiah Berlin llamaba el sentido de la realidad.
Segunda digresión: ¿qué significa construir un perfil público a partir de diferenciarse de Castañeda? En primer lugar, significaba distinguirse de aquello que la gran mayoría de limeños recompensaba en su alcalde anterior. Pero, sobre todo, implicaba pelearse contra algo más grande, contra los hospitales, las escaleras, el cemento; abreviando, pelearse contra una cultura política. Si Alberdi dijo que gobernar es poblar, en el Perú gobernar es construir. Para emprender la quijotada hacía falta un nuevo principio concreto y atractivo con qué reemplazar a la cultura política anterior. No lo es, por cierto, el “sentido común tecnocrático” que, me dice Martín Tanaka, predomina en el círculo de Villarán. Que no se me malinterprete, no sugiero que Castañeda debiera pasar piola por lo de Comunicore ni hago un elogio del político-gerente, mi punto es la decisión política que llevó a que la alcaldesa construyese un perfil público que terminó asemejándola a ese escritor de Borges que juzgaba a sus pares por lo que habían escrito y esperaba ser juzgado por lo que iba a escribir.
Seis. Tengo la impresión de que Ollanta Humala y Susana Villarán no pueden ser populares simultáneamente. No hay espacio para dos izquierdas exitosas. Paradójicamente, el humalismo ha construido una imagen contenida, recatada, con Humala cargando al señor de los Milagros y evitando peleas, mientras Villarán levanta banderas post-modernas, belicosas y controvertidas (¿quién diablos podría querer que le instalen la zona rosa en su distrito?, me dijeron). Por si fuera poco, durante la campaña municipal y presidencial, Villarán y sus cuadros partidarios hicieron permanentes y explícitas declaraciones de asco respecto del humalismo, por lo cual no es una sorpresa que Humala siga sin concederle una entrevista a Villarán después de casi cuatro meses en el poder. Tal vez él también intuye que no hay espacio para dos izquierdas exitosas.
Siete. Comencé preguntándome por el declive de la popularidad de Susana Villarán pero termino intrigado por algo distinto: ¿por qué fue popular alguna vez? La razón de fondo (más allá de Bayly, de la eliminación de Kouri o el rechazo a Lourdes Flores), es un clásico de la política peruana: era una perfecta desconocida, la burbujeante novedad de aquella elección. Pasada la novedad, se ha hecho notorio aquello que solo unos pocos iniciados sabían: la impopularidad de la izquierda tecnocrática (la conservadora Lima no eligió a Villarán por izquierdista, sino a pesar de su izquierdismo). Ahora bien, la impopularidad no debe ser un argumento para revocar a nadie. Y menos aún cuando los argumentos provienen de opinantes para los cuales los electores peruanos son tarados, hasta que las pulsiones de los tarados se alinean con las suyas. El punto principal, en realidad, es que hasta para ser transparente y tecnocrático hace falta un plan político. Quizás, para enfrentar a la ética populista haya que inventar el populismo de la ética. Quedan tres años.




(*)  Autoficha de Alberto Vegara
Nací en Lima, en 1974. Estudié en el Colegio Franco Peruano... Me invitaron a retirarme y pasé a Los Reyes Rojos. Mis padres son sociólogos. La mía fue una casa hiperpolitizada y, cuando uno es hijo único, no lo mandan a jugar con su hermanito cuando se habla de política; creo que a los 10 años ya podía nombrar todos los grupos que formaban Izquierda Unida. Estudié Derecho en la Católica y Ciencias Políticas en Bruselas. Estoy haciendo un doctorado en Montreal.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Y EL CINE Y LA MÚSICA SE CASARON, un texto de Carlos Boyero (Diario EL PAÍS, España)

 
 
 
 

http://www.elpais.com/articulo/portada/cine/musica/casaron/elpepuculbab/20111224elpbabpor_54/Tes

La poética de los momentos más emocionantes en la historia del cine está asociada la mayoría de las veces a esos sonidos que expresan, exaltan o aclaran los sentimientos de las imágenes. The artist o El topo son buenos ejemplos de ello

Creo recordar que el lema publicitario de la admirable discocráfica ECM era: "El sonido más bello después del silencio". Y aunque resulte cursi y obvio es difícilmente contestable la certidumbre de que el complemento sonoro del amor es la música. Viendo The artist constatas con gozo que cuando el cine no había aprendido a utilizar el sonido los pianos o las orquestas ilustraban o subrayaban en directo desde la sala lo que estaba ocurriendo en la pantalla. Por mi parte, siempre he recurrido a la música para que expresara, tradujera, exaltara, aclarara lo que le estaba ocurriendo a mis sentimientos.
Pero si busco algunos de los momentos en la historia del cine que inapelablemente me despiertan emoción o la renuevan descubro que los acompaña la música. Hace tiempo que no reviso la obra de Robert Bresson, aquel director inimitable que aseguraba sin arrogancia que él hacía cinematógrafo mientras que el resto de sus colegas vivos o muertos hacían teatro filmado, pero entre otras cosas asocio sus películas no ya a la inexpresividad y la desdramatización que les exigía a sus actores y actrices sino también a la ausencia de música, a ningún ornamento adornando o manipulando lo que pretendía contar. Es probable que en alguna secuencia de la maravillosa Un condenado a muerte se ha escapado sonara Bach, pero dudo que suene ninguna música en esa impresionante secuencia final en la que el protagonista y el chaval que le acompaña saltan el último muro de la cárcel y se pierden en la noche. Tampoco existe en el epílogo de otra obra maestra titulada Picpocket, cuando el encarcelado carterista y la mujer que ama tocan por primera vez sus manos, mientras que el primero afirma: "Qué camino tan extraño tuvimos que recorrer para llegar a encontrarnos". O igual me estoy imaginando esa confesión tan lírica, ya que los parlamentos de los personajes de Bresson nunca son tan explícitos ni tan poéticos.
Tal vez haya escuchado esa confesión en los desenlaces de la atractiva American gigoló y de la extraordinaria aunque infravalorada Posibilidad de escape, ambas dirigidas por Paul Schrader, ese hombre que sabe tanto de infiernos y de redenciones, y que homenajeó legítimamente a Picpocket en los finales y en el espíritu de esas dos perturbadoras y aromáticas flores del cine norteamericano. Y tampoco hay una sola nota musical en las nueve horas y veinte minutos de metraje de Shoah, el documento, testimonio, indagación, reflexión, reconstrucción y notaría del Holocausto más escalofriante que se ha filmado jamás.
Lo anterior son gloriosas excepciones. Estoy convencido también de que si Murnau hubiera trabajado en el cine sonoro haría poemas conmovedores sin necesidad de ilustrar con música sus imágenes.
Y, por supuesto, hay un millón de películas que me han hecho feliz y en las que el recuerdo de la retina va inevitablemente asociado a esa música que guardan celosamente mis oídos. Oyendo las genialidades sonoras que compuso un tal Bernard Hermann para determinadas películas, pero especialmente para Alfred Hitchcock, logrando en Psicosis que durante quince minutos en los que no se pronuncia una palabra estemos sobrecogidos, viendo el rostro de Janet Leigh intentando huir después de haber cometido el robo hasta llegar a ese motel solitario que regenta Norman Bates y acompañando su angustia con una música obsesionante. O el perdido y necrófilo James Stewart en Vértigo paseando su desolación por San Francisco. O Cary Grant intentando descubrir por qué le quiere atrapar o matar todo el mundo en Con la muerte en los talones. Hay melómanos a los que se les abre la boca de pasmo admirativo cuando hablan de la música que creó Stravinski. Con razón. Pero, con todo mi respeto, yo me quedo con Hermann. Escribir partituras para el cine no es el camino adecuado para que tu nombre figure con letra de oro en los diccionarios de música clásica. Scorsese, que lo sabe todo del rock, tuvo la inmensa suerte de que Herman accediera a componer su última e impresionante banda sonora en Taxi driver. La soledad y la paranoia de Travis Bickle, la noche más amenazante de Nueva York, la lava en erupción de un cerebro y un corazón enfermos, está descrita con genialidad por esa música.
Los talones irresistibles de los productores, o el capricho, o la necesidad, o la obstinación de algunos directores, consiguieron que dioses del jazz, o de la gran música a secas, alquilaran su sensibilidad y su genio a determinadas películas. Ascensor para el cadalso es una intriga más que correcta, pero la banda sonora que le regaló la trompeta de Miles Davis mantendrá eternamente su condición de obra de arte. En Anatomía de un asesinato el talento de Preminger estaba a la altura, o incluso superaba, la impagable música del rey Duke Ellington. Este, incluso, era tan generoso que en una secuencia invitaba a James Stewart a que tocara a cuatro manos el piano con él. Sonny Rollins también prestó su potente saxo para ambientar las seducciones del cockney Alfie. Quincy Jones y Herbie Hancock han trabajado con éxito más de una vez para el cine. Y el sonido volcánico, el romanticismo desesperado. El grito sensual del saxo de Gato Barbieri logró algo tan maravilloso como trágico en Último tango en París. No podría definir como jazz la música que hace Tom Waits, aunque a ratos lo bordea. Su música y sus canciones en Corazonada serían una de las tres o cuatro bandas sonoras que me llevaría a una isla desierta.
Nadie duda del fértil talento, la capacidad dramática y la heterodoxia de compositores que asociamos al gran Hollywood en blanco y negro, como Max Steiner y Alfred Newman. Pero mi preferido de esa época es Miklos Rozsa. Oyendo la versión restaurada de Ben-Hur que acaba de aparecer en Blue-Ray te impresiona lo que inventó Rozsa. Y siempre se me saltan las lágrimas al escuchar sus violines en La vida privada de Sherlock Holmes. Y llegan los años sesenta con una nómina impresionante de compositores al servicio del cine: Henry Mancini, Maurice Jarre, George Delerue, Nino Rota, Jerry Fielding, John Barry, John Williams. No incluyo a Ennio Morricone. De acuerdo, es precioso lo que hizo para Novecento, La misión, Los Intocables, Érase una vez en América, pero eso no me hace olvidar que fue el venerado padre musical del infame spaghetti western.

 


Que yo sepa, Zbigniew Preisner solo trabajó para Kieslowski, pero eso le sobra para ocupar un lugar de honor en la música cinematográfica. Y no me olvido de cómo ilustró Dave Grusin el amor imposible de Jeff Bridges y Michellle Pfeiffer en Los fabulosos Baker Boys. O el misterio y la inquietud que se desprende de las partituras del gran Jerry Goldsmith en el mejor cine de terror. Ni de la brillante aportación de Thomas Newman al cine de Sam Mendes, o de James Horner al de James Cameron, o de Hans Zimmer al de Christopher Nolan. Ni del magnífico Alberto Iglesias, algo constatable en El topo. Pero el compositor actual que me tiene irremediablemente enamorado se llama Alexandre Desplat. Comprueben la lógica de mi certidumbre en las últimas películas de Polanski, o en ese poema hecho cine que se titula El árbol de la vida.

jueves, 22 de diciembre de 2011

EL TOPO, escribe Carlos Boyero para el Diario EL PAÍS

 
 EL TOPO
Dirección: Tomas Alfredson. Intérpretes: Gary Oldman, John Hurt, Mark Strong, Colin Firth, Tom Hardy, Ciarán Hinds, Toby Jones. Género: thriller. Reino Unido, 2011. Duración: 127 minutos.

Existen territorios imaginarios que nos resultan más familiares que nuestro propio barrio. Si te gusta leer, por supuesto. El condado de Yoknapatawpha, que inventó con aroma infinito William Faulkner. Esa Santa María trágica y nihilista, que creó Onetti. O el Circus, sede central del espionaje británico, nombre creado por un novelista inmenso que utilizó el seudónimo de John Le Carré, alguien que escribió mejor que nadie sobre la Guerra Fría y que aunque después siguiera creando una obra muy interesante, nos dejó a sus enamorados lectores con monazo permanente para el resto de nuestra existencia cuando decidió que la batalla entre George Smiley y Karla había terminado.
Debido al conocimiento y la pasión de tantos fanáticos con causa hacia el universo de Smiley, siempre vamos a observar las sucesivas adaptaciones de ese mundo al cine y a la televisión como si fueran algo nuestro. Alec Guinness y James Mason, dos actores grandiosos, se introdujeron con convicción en la gastada piel, el poderoso cerebro y el torturado corazón de Smiley. Y, lógicamente, nos pusimos muy nerviosos al enterarnos que un profesional del numerito como Gary Oldman iba a interpretarle. Pero el proyecto era esperanzador por otra parte. Oldman iba estar rodeado por casi todos los pura sangre del cine inglés (John Hurt, Colin Firth y Toby Jones, entre otros) y El topo iba a ser dirigida por Tomas Alfredson, el retratista de aquella inolvidable, perturbadora y compadecible niña vampira en Déjame entrar.
Despejadas ya las dudas y los prejuicios. Es una película excelente, densa, compleja, sutil, con clima, con una ambientación, unos diálogos y unos personajes que huelen por todas partes a autenticidad, a la geografía física y emocional que imaginamos al leer la saga del Circus.
Alfredson se las ingenia para mostrar las esencias de una intriga tan complicada como turbia, utiliza con sentido y claridad algo tan peligroso como los flashbacks, llena de bruma y tortura el paisaje y el alma de los retorcidos personajes, prefiere la sugerencia a la machaconería, dibuja sensaciones intensas con gestos y detalles sobrios, describe con precisión una galería muy amplia de personajes (sentiremos el peso psicológico del maquiavélico Karla y de la infiel Ann, pero nunca veremos su rostro), utiliza muy bien la extraordinaria música que ha compuesto Alberto Iglesias (Alfredson tiene la osadía de cerrar con Julio Iglesias cantando La mer) y dirige con mimo a secundarios de lujo.
El penetrante Smiley, ese hombre introvertido y taciturno que nada sin quitarse las gafas en un lago invernal, que espanta con un leve gesto a la avispa que se ha introducido en su coche, al que solo los tormentos del amor pueden distraer su lucidez, que juega un ajedrez mental a muerte con Karla, está admirablemente comprendido e intepretado por un Gary Oldman que no mueve un músculo de la cara ni altera su voz, que compone a su inteligente y triste antihéroe desde fuera y desde dentro. He visto varias veces este retrato de la traición y de la impostura, de la sordidez del espionaje, de la supervivencia mental cuando se ha conocido el infierno. Me siguen acompañando sus imágenes y su atmósfera. No puedo ni quiero olvidarlo.

RYAN GOSLING, EL ACTOR NORTEAMERICANO DE MODA (Diario EL PAÍS)


Hace 15 años, había siete chavales que presentaban El Club Mickey Mouse en el canal Disney. Cuatro de ellos eran -bueno, aún son- Christina Aguilera, Britney Spears, Justin Timberlake y Ryan Gosling, el canadiense que no sabía bailar muy bien. Hoy, este cuarteto marca el showbusiness. Probablemente, Gosling sea el menos conocido del grupo, pero ha ido realizando su escalada cinematográfica a fuego lento, intercalando cine indie con dramas sentimentales taquilleros. En esta temporada ha metido en esa olla ingredientes suficientes (Crazy, stupid, love, Drive o Los idus de marzo) para que 2012 sea el año gosling. La gente dejará, por fin, de confundirle con otro canadiense de oro, Ryan Reynolds.
"Bueno, he tenido suerte... aunque creo que yo he ayudado algo", asegura con media sonrisa. Gosling (London, Ontario, 1980) recibe a la prensa en Cannes con camiseta blanca de tirantes, pantalón del mismo color, deportivas y gafas de pasta. En la mano, una taza de té. Tamaña combinación chirría en cualquier otra persona y en otro lugar. Pero esta es la playa de La Croisette, él es Ryan Gosling y acaba de presentar Drive, un thriller cool con aroma a Melville y a Hill que ha dejado anonadados a crítica y público. Todo encaja. "He tenido suerte porque mis comienzos fueron raros. Crecí en Cornwall, a una hora de Montreal. A mis ocho años, yo cantaba en bodas con mi hermana, que tenía 12, y mi tío, que imitaba a Elvis. Mi experiencia se multiplicó con El Club Disney, un montón de tele y la serie El joven Hércules. Y ahí vino la suerte: aún estaría con sandalias y luchando con monstruos imaginarios, si no hubiera protagonizado El creyente".
Gosling confiesa su dualidad con el cine indie: "Me encanta hacer ese tipo de películas, pero siempre que ruedo una -y he hecho muchas- sufro pensando si alguien va a verla". Sorbo a la taza de té y reflexión: "Para un actor, el rodaje, el proceso de creación es más importante que el estreno, porque nunca controlas el resultado. Los premios son importantes no por mi ego, sino porque son la única manera de que la gente se entere a veces que existen esos filmes". Y ni siquiera así: uno de sus mejores trabajos, Blue Valentine (2010), con Michelle Williams, sigue sin estrenarse en España.
El canadiense tiene aspiraciones más allá de las interpretativas. Durante dos años se alejó del cine para rematar el álbum de debut en 2009 de su banda, Dead Man's Bone. Y paró justo cuando había enlazado trabajos como Asesinato... 1, 2, 3 (con Sandra Bullock, con quien salió un par de años), El mundo de Leland, El diario de Noah (basada en una novela de Nicholas Sparks, el sucesor estadounidense de Corín Tellado, y otra película en la que acabó emparejado con su partenaire, Rachel McAdams), Tránsito, Half Nelson (su candidatura a los Oscar), Fracture y Lars y una chica de verdad. "En cuatro años pasé de secundarios a personajes de peso". Sí, de peso, pero siempre muy muy raros: asesinos, profesores drogadictos, chicos enamorados de muñecas hinchables...
Y tras Blue Valentine y la comedia Crazy, stupid, love decidió generar él mismo sus películas. Fue Gosling quien llamó al danés Nicolas Winding Refn para que dirigiera Drive, basada en la novela de James Sallis. "Nos citamos en un restaurante en Los Ángeles. Había visto sus películas, conocía bien su trabajo. Sin embargo, la cena fue un desastre. Luego descubrí que estaba resfriado y que se había pasado con la medicación. Nos despedimos, y como Nicolas no tenía coche, me ofrecí a acercarle a su hotel. Noche cerrada, calles de Los Ángeles. Encendimos la radio y empezó a sonar una canción pop que ambos conocíamos y que cantamos a voz en grito, con lágrimas y todo. Eso es Drive: un coche, un tío solitario que conduce de noche y música pop. En ese instante supe que Nicolas era el director". Drive, que se estrena en España el miércoles que viene, está protagonizada por un tipo silencioso con palillo en la boca y chupa blanca como armadura, que de día conduce como especialista en rodajes cinematográficos y de noche como chófer de bandas de ladrones. "Me gusta cómo por amor a su vecina se involucra en sentimientos y acciones que jamás hubiera llevado a cabo". Por ese amor también cae en la podredumbre que siempre le ha rodeado pero que hasta ese momento había logrado que no le salpicara. Un tipo frío, con un aire a Steve McQueen. "Compararme con McQueen es un halago, pero soy canadiense y peor actor, gracias". En Cannes, Winding Refn obtuvo el premio al mejor director; Gosling, la admiración del público.
Todavía tiene en la recámara Los idus de marzo, el drama político dirigido por George Clooney en el que encarna a un idealista que entra a trabajar en el equipo de un político corrupto, el mismo Clooney. "Escojo películas como Fracture o Los idus de marzo para poder trabajar al lado de maestros. Clooney ha sido como un hermano mayor". Los Globos de Oro le han concedido una doble candidatura (por Crazy, stupid, love y por Los idus de marzo) y la selección al Oscar no debería escapársele. Otro sorbo al té y publicista que salta por detrás: se ha acabado el tiempo. "De verdad no soy tan buen actor. No puedo crear personajes de la nada, y por eso en todos mis papeles hay algo de mí. Mi ídolo es Gene Wilder porque te hacía reír y a los dos segundos te llevaba al llanto. Te lo da todo". La humildad no impedirá que 2012 sea el año gosling en Hollywood.

Sin descanso

Ryan Gosling ha decidido no parar en su acelerón cinematográfico. Desde que acabó Los idus de marzo ha filmado The place beyond the pines, en la que da vida a un piloto de acrobacias de motocicletas que roba para mantener a su familia (en ese rodaje se ha emparejado con Eva Mendes); y The gangster squad, thriller policial en Los Ángeles de los años cincuenta con Sean Penn y Josh Brolin. En las próximas semanas arranca su nueva película con Winding Refn, el drama Only God forgives con Kristin Scott Thomas. Y para más adelante está Lawless, dirigido por Terrence Malick, y La fuga de Logan, nueva versión que dirigirá su director de cabecera, Winding Refn.

martes, 20 de diciembre de 2011

EL PUÑO INVISIBLE, escribe MARIO VARGAS LLOSA para los Diarios EL PAÍS (España) y LA REPÚBLICA (Perú)


 http://www.larepublica.pe/columnistas/piedra-de-toque/el-puno-invisible-18-12-2011

No creo que nadie haya trazado un fresco tan completo, animado y lúcido sobre todas las vanguardias artísticas del siglo XX como lo ha hecho Carlos Granés (*)  en el libro que acaba de aparecer: El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales (Taurus).  Lo he leído con la felicidad y la excitación con que leo las mejores novelas.
La ambición que alienta su ensayo es desmedida, pues equivale a la de querer encerrar un océano en una pecera, o a todas las fieras del África en un corral.  Y no sólo ha conseguido este milagro; además, se las ha arreglado para poner un poco de orden en ese caos de hechos, obras y personas y, luego de un agudo análisis de las ideas, desplantes, manifiestos, provocaciones y obras más representativas de ese protoplasmático quehacer que va del futurismo a la posmodernidad, pasando por el dadaísmo, el surrealismo, el letrismo, el situacionismo, y demás ismos, grupos, grupúsculos y sectas que en Europa y Estados Unidos representaron la vanguardia, sacar conclusiones significativas sobre la evolución de la cultura y el arte de Occidente en este vasto período histórico.
El mérito mayor de su estudio no es cuantitativo sino de cualidad.  Pese a su riquísima información, no es erudito ni académico y no está estorbado de notas pretenciosas.  Su sólida argumentación se alivia con un estilo claro y  vivaces biografías y anécdotas sobre los personajes centrales y las comparsas que, pintando, esculpiendo, escribiendo, componiendo, o, simplemente imprecando, se propusieron hacer tabla rasa del pasado, abolir la tradición, y fundar desde cero un nuevo mundo radicalmente distinto de aquél que encontraron al nacer.  Eran muy distintos entre sí pero todos decían odiar a la burguesía, a la academia, a la política y a los usos reinantes.  Todos hablaban de revolución aunque la palabra tuviera significados distintos según las bocas que la pronunciaran.  Querían liberar el amor, cambiar la vida, dar derecho de ciudad a los deseos, traer la justicia a la tierra, eternizar la niñez, el goce y los sueños, y eran tan puros que creían que los instrumentos adecuados para conseguirlo eran la poesía, los pinceles, el teatro, la diatriba, el panfleto y la farsa.
Había entre ellos verdaderos pensadores, poetas y artistas de gran valía, como un André Breton o un George Grosz, y abundaban los agitadores y bufones, pero todos, hasta los más insignificantes entre ellos, dejaron alguna huella en un proceso en el que, como muestra admirablemente el libro de Carlos Granés, la literatura, las artes y la cultura en general fueron cambiando de naturaleza, reemplazando el fondo por las puras formas, y trivializándose cada vez más, en tanto que, en el curso de los años, pese a sus insolencias y audacias, el establecimiento iba domesticando a unos y a otros y reabsorbiendo toda esa agitación contestataria hasta corromper literalmente –mediante la opulencia y la  fama– a los antiguos anarquistas y revolucionarios.  Algunos se suicidaron, otros desaparecieron sin pena ni gloria, pero los más astutos se hicieron ricos y célebres, y alguno de ellos terminó invitado a tomar el té a la Casa Blanca o ennoblecido por la reina Isabel.  Andy Warhol recibió un balazo en el estómago por el delito de ser hombre (según explicó su victimaria, Valerie Solanas), pero, en vez de quince minutos, su gloria duró decenios y todavía no se  extingue.
Pese a lo amenas y pintorescas que suelen ser las páginas de El puño invisible cuando relatan las matonerías de Marinetti, las extravagancias de Tzara, las audacias de Duchamp, el cerebralismo de John Cage y sus conciertos silenciosos, las locuras de Isidore Isou, el frenético exhibicionismo de un Allen Ginsberg, o el salto del taller de pintura al terrorismo de algunos vanguardistas italianos, alemanes y norteamericanos, el libro de Granés es profundamente trágico.  Porque, con todo el respeto y la simpatía con que él investiga y se esfuerza por mostrar lo mejor que hay en aquellas vanguardias, no puede evitar que su ensayo sea la constatación de un enorme desperdicio, de un absoluto fracaso.  Un verdadero parto de los montes del que sólo salieron ratoncillos.
¿Qué quedó de tanta alharaca y desvarío?  En cuanto a obras concretas, casi nada.  Lo menos
perecedero que en pintura, poesía, música e ideas se produjo en Occidente en esos años no formó parte o, si lo hizo, se apartó pronto de la “vanguardia” y tomó otro rumbo: el de Mahler, Joyce, Kafka, Picasso o Proust.  Aquélla acabó por convertirse en un ruidoso simulacro que, a menudo, galeristas, publicistas y especuladores del establecimiento trastocaron en pingüe negocio.  O, todavía peor, en una payasada ridícula.  Una vez más quedó claro que el arte y la literatura progresan con realizaciones concretas –obras maestras– más que con manifiestos y bravatas, y que la disciplina, el trabajo, la reelaboración inteligente de la tradición, son más fértiles que el fuego de artificio o el espectáculo-provocación.
Una de las últimas escenas que describe El puño invisible es una exposición muy peculiar de Yves Klein, quien, por ese entonces, propugnaba la teoría de la “desmaterialización del objeto”.  Fiel a su tesis, el artista presentaba una galería vacía, sin cuadros ni muebles.  El visitante recibía al ingresar un cóctel azul “que lo mantenía orinando del mismo color durante varios días”.  ¿Y la obra exhibida?  “No existía: o sí, la llevaba el visitante en la vejiga”, explica Granés.  Por esos mismos días, Piero Manzoni convertía en arte todos los cuerpos humanos que se cruzaban en su camino, con el dispositivo mágico de estamparles su firma en el brazo.  Otros, comían excrementos, adornaban calaveras con brillantes, o, como el celebrado Michael Creed, ganador del Turner Prize, prendían y apagaban la luz de una sala, proeza que la Tate Britain celebró explicando que, a través de este paso de la oscuridad a la claridad, el artista “exponía las reglas y convenciones que suelen pasar desapercibidas”.  (Y es seguro que se lo creía).
Después de muchas páginas dedicadas a rastrear una de las más perversas derivas de la cultura posmoderna, es decir, la dictadura de la teoría que en nuestro tiempo pasó de justificar a reemplazar a la obra de arte, Carlos Granés afirma, con toda razón: “No se puede premiar sistemáticamente la estupidez y esperar que esto no traiga consecuencias sociales y culturales”.  Esta frase resume de manera prístina la absorbente historia que cuenta su libro: cómo una voluntad de ruptura y negación que movilizó a tantos espíritus generosos desde los comienzos del siglo XX y que conmovió hasta las raíces las actividades artísticas y literarias del mundo occidental, fue insensiblemente deshaciéndose de todo lo que había en ella de creativo y tornándose puro gesto y embeleco, es decir, un espectáculo que divertía a aquellos que pretendía agredir, arrastrando por lo demás, en esta caída en el infierno de la nadería, a los cánones, patrones y tablas de valores que habían regulado antes la vida cultural.  Acabaron con ellos pero nada los reemplazó y desde entonces vivimos, en este orden de cosas, en la más absoluta confusión.
Por eso, sólo al terminar este magnífico libro descubren los lectores la razón de ser de su bello título: aunque en cien años de vanguardia no construyera muchas cosas inmarcesibles en el dominio del espíritu, el poder destructivo de ese “puño invisible” sí fue cataclísmico.  Ahí están, como prueba, los escombros que nos rodean.

Lima, diciembre de 2011


(*) Carlos Granés Maya.- Ganador del III Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco, fallado  en la ciudad de Guadalajara (México), en octubre de 2011,con su obra El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales.
El jurado del premio, presidido por Fernando Savater e integrado por Héctor Abad Faciolince, José Balza, Rafael Rojas, Margarita Valencia y Gonzalo Celorio, en calidad de secretario permanente, otorgó el galardón a Granés por “la importancia del tema que aborda y de la tesis que sustenta, por la amplitud y la profundidad de la documentación que subyace en la obra y la creatividad con que la maneja, por la calidad de su escritura —rica, amena, apasionante”. Asimismo, el jurado destacó que la obra “hace un recuento narrativo de las vanguardias occidentales del siglo XX, desde el futurismo hasta la postmodernidad. Con agilidad cinematográfica, Granés Maya le presenta al lector, escena tras escena, los principales episodios, muchos de ellos verdaderos escándalos, que ha vivido el arte moderno a lo largo de su historia”.
Carlos Granés Maya (Bogotá, 1975) estudió Psicología en la Universidad Javeriana de Bogotá y luego se doctoró en Antropología Social por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es asistente de Dirección de la Cátedra Vargas Llosa, una iniciativa de la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que pretende promover la literatura, las ideas y la cultura en América Latina y España.
Granés Maya es autor de numerosos ensayos, entre los que destaca La revancha de la imaginación. Antropología de los procesos de creación: Mario Vargas Llosa y José Alejandro Restrepo, un libro que compara los procesos de creación de un escritor y un video-artista. En 2009 seleccionó y prologó los artículos de Mario Vargas Llosa reunidos en el volumen Sables y utopías. Visiones de América Latina, publicado por Aguilar y compuesto por más de cincuenta ensayos, sobre política y cultura latinoamericana, que mostraban la evolución ideológica de Vargas Llosa. Otros ensayos suyos han aparecido en Antropología: Horizontes estéticos, publicado por Anthropos en 2010, y en la recopilación Pensar la realidad (2011), que reúne los mejores ensayos publicados en la revista Letras Libres.
El Premio Isabel Polanco, dotado con cien mil dólares y una escultura del artista canario Martín Chirino, quiere reconocer y destacar la importancia del ensayo como género de reflexión y conocimiento. La última edición del Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco, recibió 146 manuscritos inéditos provenientes de Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, España, Estados Unidos, México, Puerto Rico y Venezuela. La ceremonia de entrega se celebró en el mes de noviembre en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde fue presentada la obra de Granés, editada por Taurus, con una distribución global en América Latina, España y Estados Unidos prevista para el mes de diciembre.
La Feria del Libro de Guadalajara, en colaboración con la Fundación Santillana, instituyó, en junio de 2008, el Premio de Ensayo Isabel Polanco en honor de quien fuera consejera delegada de Grupo Santillana y se distinguió por su vinculación con Iberoamérica y por el enorme impulso que dio a la actividad editorial del Grupo. En la última edición del premio resultó ganador el académico Humberto López Morales (Cuba, 1936) por su obra La andadura del español por el mundo.