martes, 12 de abril de 2011

REGRESION (Por Óscar Contreras)



Todos los seres humanos tenemos tendencias autodestructivas. Julio Ramón Ribeyro hablaba de la tentación del fracaso, rondando la mente quebradiza de los hombres. Y Abraham Lincoln de “los ángeles oscuros del alma” que laceran los corazones de las personas y destruyen sus proyectos de vida. Eso, desde que el mundo es mundo.


72 horas antes de las elecciones, circulaban por la ciudad varias encuestas presidenciales -reales o apócrifas- que generaron desánimos hondos y entusiasmos desbordados. Se decía en ellas que Ollanta Humala y Keiko Fujimori (alias, los candidatos de nombres paganos) se habían desmarcado del resto y marchaban sin presiones al ballotage. Aunque, considerando la hipertensión política de esa hora, una encuesta de opinión era un valor deteriorado.

El hecho de que Humala y Fujimori hayan pasado a la “segunda vuelta electoral presidencial” no puede ser sino una circunstancia decadente y penosa. En doscientos años de republicanismo, el Perú jamás pudo consolidar un Estado de verdad (ubicuo, eficiente, planificador, articulador de derechos y libertades). No pudo integrar funcionalmente las diversidades nacionales a una utopía (siquiera a una entelequia), a su historia, a sus posibilidades estratégicas de desarrollo. No tuvo élites, tampoco espacios de ciudadanía, no tuvo funcionarios doctos y menos desarrollo humano y justicia social.

Doscientos años después, luego de soportar todas las plagas del Apocalipsis (terrorismo, hiperinflación, shock económico, narcotráfico, autoritarismo, violencia de Estado, fenómeno El Niño) el Perú experimenta un momento de esplendor económico sin precedentes. El Milagro Económico Peruano, le llaman. Nunca antes hubo tanto dinero en el Estado y en el país: 100 meses de crecimiento económico sostenido con tasas promedio anuales del 8,7%. La movilidad social es un fenómeno sorprendente.

Las oportunidades de negocios, la competitividad, la actividad comercial boyante, los índices de empleabilidad, las expresiones culturales, la inversión pública y privada, son evidencias palmarias del fenómeno. Factores de integración. Pero nada de eso ha sido apreciado por el votante. El éxito puede devenir -como en este caso- en un componente autodestructivo. Volverse casi un “aneurisma” alojados en el cerebro viejo y cansado del Perú, capaz de estallar en cualquier momento y hacer mucho daño.

Entonces, un evento crítico como el actual (“los paganos” ad portas de la segunda vuelta electoral) plantea la paradoja del hombre que se autodestruye. O mejor dicho, la paradoja del ciudadano al que se le quiso destruir (v.gr. el artículo “El Perro del Hortelano”); y que, a la primera oportunidad, no duda en sancionar el abuso de los gobernantes y a los inversionistas. Si el ahorcado tiene derecho al pataleo, el poblador rural peruano tendría derecho a tomar las carreteras e incendiar locales públicos, no obstante que esto constituye un delito. Es una cuestión de perspectivas. Piénsese en las comunidades campesinas y nativas; en el poblador rural empobrecido; y en las localidades adyacentes al gran stock de recursos naturales; ellos son componentes neurálgicos del crecimiento económico actual. Y nadie hizo de ellos un leit motiv de la campaña. A propósito ¿Hubo algún candidato que recorriera el país silenciosamente, por todos los pueblos y villorrios, a lomo de bestia como Fernando Belaúnde, haciendo evangelización política?

Por cierto que el ciudadano peruano recuperó en los últimos diez años sus oportunidades de sustento, de satisfacer más necesidades y de tener mejores perspectivas de vida. Pero lo que no recuperó, o no le ayudaron a recuperar, fue la autoestima. Se le desestimó y, en ocasiones, se le subestimó. En lo que le cupo al gobierno actual y en una proporción grande también a los candidatos a la Presidencia que no supieron marcar distancia en lo que correspondía.

Creemos que el modelo es muy bueno pero necesita apuntalarse. Necesita un rostro humano, un enfoque social; y urgentemente la presencia estratégica del Estado; la voluntad política de prever, resolver y transformar conflictos sociales; de manejar sostenible y racionalmente los recursos naturales, los ecosistemas, el agua y los suelos; y promover agresivamente el desarrollo rural a la vez que se consolida la competitividad del Perú urbano.

Como no se lanzaron señales sobre cómo resolver estos temas, la primera vuelta de las elecciones presenta el panorama actual.

Los peruanos estaríamos a punto de adoptar un comportamiento hiriente, sado-masoquista, lleno de frustración y encono; sin que nos importen nuestros hijos o el prójimo. Nadie en la campaña contravino ese malestar; las opciones políticas pro modelo no fueron lo suficientemente persuasivas ni se mostraron cordiales, honestas e inclusivas.

Por cierto que nuestros compatriotas están equivocados. Son ciudadanos que -con excepciones- tienen la peor educación del mundo; no comprenden lo que leen; consumen abundante televisión basura; responden a nombres como John, Jocelyn, Freddy, Jimmy, Johan, Gerson, Jennifer, Jahaira y Jonathan; “putean” porque la combi no avanza; porque no les alcanza el sueldo no obstante que el año pasado no tenían trabajo; conciudadanos a los que no les llega el agua potable, el alcantarillado, la luz; que “engañan” el estómago con un pan con huevo y un emoliente; prestos a “trafear” y a sacar ventaja a la primera. Compatriotas que nunca vieron la justicia aparecer en sus vidas. Compatriotas a los que los “poderosos de la economía” les deben más de una cuenta del alma.

Como éste no es un discurso paternalista, ni discriminador, ni aristócrata (ustedes los de abajo, nosotros los de arriba) es de justicia reportar la frustración que se respira en el ambiente pro modelo. Ningún convencido recreador (CONFIEP, Sociedad de Minería, Petróleo y Energía, Centros de Investigación, Universidades, ONGs, vaya Partidos Políticos) desarrolló un intento serio –siquiera un amago- por consolidar una candidatura única. Un frente democrático honesto, popular, moderno y en pro del desarrollo económico. Ni Alejandro Toledo, ni Pedro Pablo Kuczynski, ni Luis Castañeda Lossio, ni Susana Villarán, ni el APRA, ni el PPC, ni AP, ni Rafael Belaúnde, ni nadie. Nadie lo propuso. Nadie quiso extrapolar la experiencia chilena de la "coalición democrática", por ejemplo; o propiciar un sustrato político a la brasileña o a la colombiana. Nadie.

Tenemos “apologadores” del modelo; pero no tenemos élites políticas. Tenemos “mercantilistas” por toneladas; pero no tenemos visionarios ni estrategas. Los estupendos CADE; el periodismo económico; los programas de responsabilidad social; el aporte solidario y voluntario, no fueron suficientes. La factura se viene pasando en este momento. No existe reacción sin acción.

Finalmente, lo que más embarga, lo que más duele -apreciados lectores- es el posicionamiento antidemocrático, autoritarista y enjuagador de corruptos que estaría a punto de imponerse. Los peruanos tenemos memoria y vocación democrática muy frágil. Una bolsa de víveres entregada en un arenal, hace 15 años, de noche, es un evento que un ciudadano de a pie no olvida y valora más que, por ejemplo, la recuperación de la Democracia o el milagro económico de la última década.

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