jueves, 31 de mayo de 2012

PERÚ DEBE GANAR ESTE DOMINGO A COLOMBIA (Oscar Contreras Morales)


Carlos “El Pibe” Valderrama, gloria del fútbol colombiano, ha dicho a la prensa de su país que si la Selección Colombia obtiene dos puntos en la próxima fecha clasificatoria para el Mundial Brasil 2014 (ante Ecuador y Perú) “hará fiesta”. Considerando el poder individual y colectivo de Uruguay; las individualidades de Colombia; y los lesionados de Perú, nuestra selección tendría que organizar un carnaval idéntico solo consiguiendo dos puntos. Pero esa es una visión conformista. Y Perú no tiene por qué ser conformista en ésta hora: es el Tercero de América, tiene una posición expectante en la eliminatoria, juega de local frente a Colombia y necesita sumar.

¿Importa que Radamel García sea el goleador de moda? Importa ¿Importa que coseche títulos por arrobas? Importa. Pero no es todo lo que importa. Al menos para este domingo. En el fútbol son 11 contra 11. Y Perú tiene que presentar un equipo competitivo, a pesar de sus lesionados, contingentes o “voluntarios”.

Y si existen factores en contra, también los hay favor de Perú. Factores que la indulgente prensa deportiva nacional no advierte. Es comprobable que los periodistas deportivos argentinos ningunean a sus rivales de turno en el fútbol; y que los periodistas futboleros del Perú se especializan en ningunear a su propio equipo, a sus propios jugadores. Comparando, acomplejadamente, a Radamel García con Paolo Guerrero, o a Donald Pabón con Pizarro; o lamentándose por la lista de lesionados. O por nuestro biotipo disminuido.

Basta.

Estas son las razones por las cuales Perú debe ganar el domingo. Razones no predicciones:


1) El partido lo jugamos en Lima a estadio lleno. Y eso cuenta muchísimo. La casa debe respetarse.


2) Colombia viene de perder dos partidos consecutivos en “la clasificatoria”. Y el que juega por obligación pierde por necesidad. A menos que se sienta muy seguro de sus potencialidades, maneje sus deficiencias y tenga un equilibrio sorprendente en sus líneas. Pero Colombia viene presionado. Su nuevo técnico, José Pékerman lo sabe bien. No juega Athlético Madrid, juega Colombia.


3) Colombia no va a salir a atacar desde el primer minuto sino a mantener el equilibrio con su fútbol de toque y potencia, de tres cuartos de cancha hacia adelante. Y buscar las posibilidades de Radamel García y Pabón en el área. Pero al frente va a tener a Perú, que tiene a un gran estratega como técnico. Que lo ha medido hace rato. Perú no es Guyana, ojo.


4) Pizarro se ha lesionado ¿Y? Se le cambia. Independientemente de si buscó la lesión, si es un irresponsable, que no valora su posición como jugador seleccionable, como capitán del equipo, etc. Lo cierto es que cuando un jugador no está, se le reemplaza. Lo demás es investigación deportiva de mala leche. O ¿Acaso creían que si no jugaba Radamel, Perú tenía el triunfo en el bolsillo?


5) Más que preocuparse por las lesiones de Pizarro o Farfán, Perú debe preocuparse por armar un buen bloque defensivo, volantes mixtos funcionales y buenos enlaces. Tener un equipo corto que busque el envío largo hacia Paolo Guerrero y Raúl Ruidíaz. Y una defensa ordenada.


6) Si Perú alinea el domingo con: Penny, Revoredo, Zambrano, Acasiete, Yotún, Farfán, Cruzado, Lobatón, Ramírez, Ruidíaz y Guerrero. Se puede.


No puedo firmar el triunfo ni el empate de Perú. Sólo que existen factores en contra. Y varios varios factores a favor. Hay que explotar todos y cada uno de ellos.


jueves, 3 de mayo de 2012

BOB DYLAN EN BUENOS AIRES (Varios)





BOB DYLAN, EL LOBO ESTEPARIO DEL ROCK


Los cuatro shows de Bob Dylan en Buenos Aires han dejado una estela que perdura. Es que si bien es cierto que asistir a uno de los conciertos alcanza para comprender la tremenda importancia de este artista, los conceptos que pone en acción terminan de apreciarse por completo en la repetición; justamente, porque no hay repetición. Y no sólo porque la lista de temas varía noche a noche (en los cuatro Gran Rex, cada uno integrado por 17 temas, presentó 33 canciones diferentes, algunas, como "Rollin' and Tumblin'" y "To Ramona", por primera vez este año), sino porque en los casos en que repite canciones nunca son ni suenan de la misma manera.

En tiempos en que la música popular parece estar mirando cada vez más hacia décadas pasadas -tanto que Simon Reynolds, el periodista y pensador cultural inglés, tituló Retromanía a su último libro-, Dylan sigue con su mirada tercamente fija en el presente. Nada de lo que sucede en sus shows se recuesta en el pasado, y aunque vaya hacia allí a buscar el material concreto de sus canciones, es para hacerlas respirar en el aquí y ahora. Como si se tratara de una suerte de meditación zen, Dylan utiliza su intuición y su genio, pero también una técnica (que describe en Crónicas ).

Con esta forma de asumir su compromiso musical, rompe con la idea de obra terminada (de allí que hace años que no publica álbumes en vivo) y desafía a sus oyentes, los saca de la escucha fácil, del piloto automático. Porque intentar descubrir qué canción suena puede ser un juego, pero también y, sobre todo, es un llamado a poner en acción los sentidos. Cuando se escucha, tan nueva, tan radicalmente diferente, "Like a Rolling Stone", el eco de lo que fue puede sacar a bailar a los fantasmas, pero la danza sucede hoy. No hay repetición posible ni siquiera del estribillo. La nostalgia no está invitada. No hay lugar cómodo aquí.

En el polo opuesto al hipercontrol (y la repetición real) de los megashows de hoy, Dylan está abierto a la incertidumbre. Tanto que ni siquiera se alteró casi cuando, en los últimos minutos del show de anteanoche, un fan poseído por un exceso de amor se subió al escenario a intentar abrazarlo.

Por Adriana Franco
Fuente: La Nación
Más información: www.lanacion.com.ar

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BOB DYLAN EN EL GRAN REX: ELEVADOS A LA EXPERIENCIA

¿Cuarta visita de Bob Dylan a la Argentina? ¡Increíble! Pensar que en 1990 viajé a Brasil para verlo en el Hollywood Rock Festival, pensando que ya nunca vendría a nuestro país. Y lo más increíble es que, con sus bien llevados 70, Bob sigue sorprendiendo. Posiblemente este haya sido el mejor concierto de todos los que dio en Buenos Aires. Quizás fuera la acústica del Gran Rex - mucho más apta para su música que el sonido de los estadios-, que la banda tuvo una noche inspiradísima, o simplemente que Dylan tuvo un encuentro con sus musas, la cuestión es que el recital fue una experiencia cercana a la epifanía para las 3500 personas que colmaron el teatro, y lo abandonaron con una sensación parecida a caminar a treinta centímetros del piso.

Nueve y media en punto, el cantante - de traje negro y sombrero blanco - y su banda, todos impecablemente trajeados, se adueñaron del escenario, que no abandonarían hasta casi exactamente dos horas más tarde, luego de 17 temas y una exhibición impar de música y poesía. Es completamente extraordinaria la manera en que Dylan continúa reinventándose a sí mismo, en cada nueva vuelta de la "gira que nunca termina". Ya en su visita anterior (Vélez, 2008) nos había sorprendido con un nuevo esquema, que lo tenía al costado del escenario tocando teclados durante la mayor parte del show. Ahora, ha decidido dinamitar el esquema de cantante y guitarrista parado en el centro del escenario acompañado por su banda, en dos direcciones. Por un lado, cuando canta en el centro de la escena acompañado por su armónica, en una actitud de crooner casi teatral, acompañando gestualmente el desarrollo de las letras, como en "Things Have Changed" y "Tangled Up In Blue". Por el otro, cuando se planta al costado al mando de un viejo órgano Korg (como sucedió en la mayor parte de los temas), o se cuelga la guitarra eléctrica, funciona como un músico más de la banda, haciendo solos o intercambiando pequeñas frases instrumentales, en un diálogo permanente y apasionante con sus músicos.

Que merecen un párrafo aparte. Un gigante (en todo sentido), Charlie Sexton ocupa un lugar central en guitarra eléctrica, Stu Kimball alterna entre la eléctrica, la acústica y mandolina, Donnie Herron maneja con igual maestría distintos instrumentos de cuerda - especialmente steel guitar, pero también banjo, violin y guitarra-, y la base está integrada por George Recile en batería y Tony Garnier, viejo escudero de Dylan, en bajo acústico y eléctrico. Casi todos cambian de instrumentos en cada tema, logrando una variedad muy sutil de timbres y combinaciones. El sonido que consiguen es absolutamente único, enhebrando sutilmente las distintas vertientes de la música norteamericana de raíz, incluyendo blues, rock, soul, gospel, rockabilly, R&B, jazz, folk, bluegrass en una verdadera lección de historia viviente. Dylan, con su característica imprevisibilidad, los tiene permanentemente atentos, combinando una intensa concentración con un visible disfrute. Estos tipos descubren la magia de la música cada noche, en una experiencia que es casi lo opuesto de los shows donde cada movimiento ha sido ensayado y repetido hasta el cansancio. Por otra parte, ya se sabe que el cantante acostumbra reinventar sus temas cada vez que los interpreta, haciendo imposible para el público intentar seguir la melodía. Los que esperan las versiones del disco, van a tener que remitirse a éste, porque el juego de Dylan es la metamorfosis perpetua.

Para su repertorio, el artista establece una línea muy clara, rescatando sus clásicos de los 60 (más "Tangled Up In Blue", de Blood On The Tracks, 1975), junto a temas de su última etapa, que comienza en Time Out Of Mind (1997), ignorando olímpicamente todo lo que pasó en el medio. Entre los numerosos momentos memorables, un "Beyond Here Lies Nothin'" (de Together Through Life, 2009) a cuatro guitarras, con Bob sorprendiendo con unos solos fantásticos, o la combinación de "High Water (for Charlie Patton)", con Donnie en banjo y cierto aire de vaudeville, y "Spirit On The Water" (uno de los tres temas que interpretó de Modern Times, 2006). Para el final, después de una furiosa versión de "Thunder On The Mountain", se reservó una seguidilla de tres clásicos absolutamernte insuperable, como para rematar con un sublime knock-out: "Ballad Of A Thin Man", "Like A Rolling Stone" y "All Along The Watchtower", que comenzó cantando en el centro para luego culminar en el teclado. Luego llegó un solitario bis con "Blowin' In The Wind". No hubo palabras, excepto para presentar la banda, pero sí alguna sonrisa (cosa absolutamente inusual en Bob) y un clima descontraído que evidenciaba su buen humor. Dylan no permite fotógrafos, pero igual quedará grabada para siempre en mi retina la imagen del saludo final del grupo. Seis caballeros sureños, serios, mirando al público desde sus instrumentos, como una imagen trasladada desde el Viejo Oeste hacia un futuro impreciso. Lo cual resulta una metáfora apta para la música del gran Bob, una síntesis a la vez arcana y moderna, confluyendo en una remota ciudad del Hemisferio Sur en una noche mágica.

Por Claudio Kleiman
Fuente: Rolling Stone
Más información: http://www.rollingstone.com.ar/

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UN PRESTIDIGITADOR MÁS ALLÁ DE TODO

Es histórico. Bob Dylan es un parco. No quiere que le saquen fotos. No habla. No entrega lista de temas. No hace entrevistas ni antes ni después de cada recital. Mantiene, cuando no le da por tirar alguna bomba en palabras, sus fueros íntimos en el más estricto anonimato. Como el Dios cristiano de la Baja Edad Media, Bob Dylan sólo se manifiesta a través de sus obras. Puede que sean reveladoras, geniales, rupturistas o maravillosas, como de hecho lo fueron ciertos discos-faro de la década del ’60 (Highway 61 Revisited o Blonde on Blonde), alguna perla de su período intermedio (Slow Train Coming) o la tardía tríada alucinante que lo reubicó en el panteón de los máximos referentes de la música popular universal (Time Out of Mind, Love and Theft y Modern Times), luego de algunos deslices. O pueden ser desabridas, monocordes, sin sal, “feítas”. Knocked Out Loaded (1986) sería un caso paradigmático, y el casi inescuchable Christmas in the Heart, último disco de su enorme acervo –36, sin contar vivos y compilaciones–, otro. Trasvasado a escala recital, la mecánica pendular es la misma. Robert Allen Zimmerman, de Minnesota, 70 años a la fecha, ha dado shows olvidables –muchos– y memorables –más–. El de Newport, en 1965, por rastrear un mojón clave, fue uno de estos últimos. Varios de la apoteósica gira con The Band, a mediados de los ’70, el de Vélez de marzo de 2008 –por tomar un caso cercano y criollo–, otros.

La retrospectiva dialéctica es ajustada, sintética, escasa, pero sirve a los fines de enmarcar las coordenadas binarias que revelan algo de un músico experto en ocultarse a sí mismo en todo, menos en sus obras. Vélez 2008, entonces. Unas 22 mil personas asisten a un recital de esos que vuelven el péndulo hacia el lado del bien. Ven y escuchan a un Dylan, sostenido en una banda impecable, que se parece más al padre de todos que a un hijo desorientado. Más al que vendrá que al que fue durante la poco convincente, en sonido, repertorio y ánimo, primera visita al país (Obras, 1991). Toca “Masters of War” (1963), salta a “The Levee’s Gonna Break” (2006), se monta en “Just Like a Woman” (1966), sigue su ruta y marca una agenda que deja a los fanas con ganas de volver ya, al otro día. No fue así, pero casi. Hubo un tremendo disco en el medio (Together Through Life), otro en los antípodas (el mencionado Christmas in the Heart) y Dylan volvió, y como muchos deseaban: bajo techo y, mejor aún, en un teatro, el Gran Rex.

Porque una cosa es escuchar su propuesta musical devota de ciertos principios, cercana a la más fiel tradición folk rock eléctrico (y afines) a cielo abierto, y otra, contenida por una calidez acústica intramuros. Primera señal. Segunda, el ánimo. Si hay un factor que determina hacia qué lado correrá el péndulo es precisamente el humor de Bob Dylan. No suele demostrarlo en sonrisas, gestos ampulosos o speechs de recital. En rigor, ni siquiera saluda en la noche debut. No dice nada. Toca. Se manifiesta en la obra. Juega. Guía a la banda como un prestidigitador más allá de todo y de todos. Mueve el pie derecho, siguiendo el compás como señal de aprobación. Y no frunce el ceño, como lo hace cuando está mal. Cambia las versiones sobre la marcha. Se orienta y desorienta. Marca y se desmarca. Se reinventa a sí mismo, en cada canción. Bob Dylan, señores, está contento y ésa es la clave que convierte a la primera noche de su vista a Buenos Aires (repite hoy y el lunes) en inolvidable. De esas que marcan hitos.

El repertorio es, en cuanto a época, similar al de Vélez. Excepto “Tanged Up in Blue”, gema de Blood on the Tracks (1975), Dylan omite todo material compuesto de Self Portrait (1970) para acá y de Time Out of Mind (1997) para allá, y centra el foco en el pasado más pasado, y en el presente más presente. La gira se llama Never Ending Tour y la banda, rigurosamente ataviada de negro como él, suena con precisión de reloj antiguo. Se suceden “It Aint Me, Babe” –certera–, “Things Have Changed” –rústica y sutil–, “Trying to Get to Heaven” –magistral–, “Spirit on the Water” y “Thunder on the Mountain” –apoteósica–. Dylan, depende lo que la canción demande, toca guitarra, su austero y añejo órgano Korg o armónica. Y canta. Su voz está cada vez más rancia y no llega al cenit emotivo –el estribillo, claro– de “Like a Rolling Stone”, como en sus épocas de gloria, pero el tacto de la banda supera la imposibilidad. La visita a la legendaria “Higway 61 Revisited” surca instancias épicas, hay momentos sublimes de improvisación (“Ballad of a Thin Man”, entre los picos) y el bis, apenas uno, pese a la insistencia popular, va a los orígenes de una genealogía sonora que, más allá de ciertos oscuros períodos intermedios, no rompió su devenir. “Blowin’ in the Wind”, la infaltable, es una versión muy libre, demasiado, tanto como el carácter indómito que selló su vida... El que descansa al péndulo, después de todo, en el justo medio.

Por Cristian Vitale
Fuente: Página 12
Más información: www.pagina12.com.ar

EL INGENIERO DE SONIDO GEOFF EMERIC HABLA DE LOS BEATLES (Diario La Nación)





"Quiero que mi voz suene como el Dalái Lama cantando desde la cumbre de una montaña..." Eso le pidió de entrada John Lennon a Geoff Emerick, para el tema "Tomorrow Never Knows", durante la grabación del álbum Revolver (1966).


Aunque había sido ayudante de sesiones anteriores, ése fue el debut oficial de Emerick como ingeniero de sonido de los Beatles. Después de entrar en pánico unos segundos, utilizó por primera vez un amplificador con dos altavoces llamado Leslie para obtener efectos como el vibrato (a partir de la voz), y el sistema de grabación ADT, para duplicar el sonido vocal. Gracias a estas experimentaciones, el disco se convirtió en uno de los más influyentes de la banda y el técnico ganó su primer Grammy.

Según relata Emerick en El sonido de los Beatles (Indicios, 2012), libro que escribió con la ayuda del veterano periodista Howard Massey y que acaba de ser presentado en la Argentina, no sería la última vez que Lennon le plantearía algo así. Mientras Paul McCartney solía decir cosas como "esta canción necesita metales y timbales", su compañero, más amante de las expresiones vagas, soltaba un "que suene como James Dean andando en moto a gran velocidad por la autopista".

La colaboración de Emerick con los Beatles comenzó después de la famosa gira por Estados Unidos, en la que Lennon declaró que eran más populares que Jesús. Entonces, habían decidido que no harían más tours en vivo. El afán del grupo por superar sus propios límites e incorporar otras sonoridades, aparte de guitarras, bajos y baterías, coincidió con el espíritu pionero de Emerick, que entonces tenía 19 años y estaba dispuesto a desafiar las normas estrictas que imponían los estudios EMI, en Abbey Road.

De eso habla el ingeniero londinense en las 412 páginas de su libro, prologado por otro artista británico con el que ha trabajado: Elvis Costello. Como observador de primera mano, Emerick, quien acompañó a los Beatles en su camino a la fama (y de pasó dejó su marca en otros tres títulos imprescindibles: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band , el Álbum blanco y Abbey Road ), recrea sus experiencias en la sala de grabación. Si bien no hace grandes revelaciones sobre la banda de Liverpool, sí muestra el costado más amargo de George Harrison ("quien recién vino a encontrarse en 1969 con Abbey Road") y cuestiona el rol del productor George Martin, a quien, según dice, los "Fabulosos Cuatro" siempre trataron como un ayudante, nunca como un igual.

Su relato es un manjar para los fans de la agrupación, ya que además de detallar las creaciones musicales y los ensayos sonoros de placas como Sgt. Pepper's (1966, el mejor álbum de todos los tiempos, según la revista Rolling Stone ), grafica las personalidades de cada beatle. También, los tira y afloja que se sucedieron a puertas cerradas, sobre todo, en las deprimentes y tensas sesiones del Álbum blanco (1968).

Desde el comienzo Emerick deja claro que, para él, los artistas del conjunto eran John y Paul. "La visión de mucha gente sobre la colaboración entre Lennon y McCartney suele ser muy simplista: que Lennon era el rockero duro y dispuesto a todo, mientras McCartney era el blando y sentimental. Si bien parte de eso era cierto, la relación entre ellos era mucho más profunda... John era la única persona del mundo que podía decirle a Paul: Esta canción es una mierda', y que Paul lo aceptara. A su vez, Paul era el único que podía mirar a los ojos a John y decirle: Has ido demasiado lejos'", apunta el autor en su libro.

Según dice, Paul era el más detallista, versátil y simpático de todos. John, el divertido, cáustico e impaciente, que siempre quería que su voz se escuchara distinta. George, el suspicaz, que hacía comentarios insidiosos, y que al principio no lograba tocar un solo de guitarra de corrido. Y Ringo, una especie de colaborador, con un sentido del humor particular, y que sólo abría la boca cuando realmente tenía algo que decir.

Con sorprendente detalle, Emerick aporta recuerdos vívidos de su experiencia con unos veinteañeros que, en los años 60, eran músicos que trabajaban arduamente. Al comienzo, bien temprano por las mañanas, y luego cada vez más tarde. Y con consideraciones mínimas por parte de los ejecutivos de EMI, que los miraban como "bichos raros", y por las noches, ni siquiera les dejaban abierta la cocina para que tuvieran leche con que acompañar su "té inglés".

Desde su casa en Los Ángeles, donde vive hace 34 años, Geoff Emerick hace un alto en sus tareas de ingeniero de sonido independiente para levantar el teléfono y contestar unas preguntas. Al hablar, este hombre, alguna vez apodado "Golden Ears" por su talento auditivo, aún conserva dos cosas de origen: el acento londinense y su pasión por los Beatles.

-¿Por qué publicó su libro tantos años después de la ruptura del grupo?
-Hace tiempo fantaseaba con la idea de escribir un libro, una recolección personal de lo que había vivido, pero no sabía cómo encararlo. Y no quería hacerlo mal. Conocí a Howard Massey porque me entrevistó un par de veces, una de ellas para una nota de la revista EQ sobre Philip Glass. Me gustaba como escribía, y decidimos hacerlo. En total, nos demoramos cinco años.

-¿Qué significan los Beatles para usted?
-Un montón de cosas. Así como yo contribuí a dar forma a su sonido, ellos moldearon mi carrera. La primera vez que los vi fue en 1962, cuando recién comenzaban, y yo también. Al año siguiente se convirtieron en el grupo más importante de Inglaterra. Ellos tenían algo especial. Una actitud que los hacía diferenciarse. También en la música. Cambiaron la forma de grabar discos. Esto, junto con las estructuras de sus canciones, fue una revolución musical. Recién ahora uno se da cuenta de la importancia de Sgt. Pepper's , un disco con el que los Beatles empujaron las fronteras de todo. Entonces, yo era un muchacho; para mí era algo divertido, y que sonaba bien, por supuesto.

-¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de ellos?
-Recuerdo la primera sesión en que los vi, cuando George Martin oficiaba como maestro de escuela, realmente. Al final de la grabación, dijo: "No sé si alguien quiere decir algo". Y GeorgeHarrison respondió: "Sí, no me gusta tu corbata". Eso grafica cómo eran.

-El título en inglés de su libro es Here, There and Everywhere , una de sus canciones favoritas del grupo. ¿Con cuáles otras se queda?
-Tengo recuerdos de todas, en realidad. Pero te diría: "For No One", "Strawberry Fields", "All You Need Is Love", y, por supuesto, "A Day in the Life", por todo lo que implicó (los fragmentos que escribieron John y Paul por separado, la orquesta adicional, el sonido fortuito de un despertador, etc.) y porque tan pronto como John comenzaba a cantar, uno sentía escalofríos.

-En su libro, dice que le sorprendió descubrir la faceta baladista de John con "Across the Universe" (1968).
-Es una de las melodías más mágicas de Lennon. Él era un genio que había vivido una infancia dura, y que podía ser antipático, y, por otro lado, tenía una voz muy dulce. Como que la voz no correspondía al hombre, por momentos, ¿sabés? Creo que hacía canciones como ésas pensando en su pasado.

-¿En algún momento se sintió intimidado por los Beatles?
-No. Muchas sesiones las hicimos en el estudio 2, cuyas salas de control y de grabación estaban separadas por una escalera. Eso formaba una especie de barrera natural. Nosotros estábamos arriba y ellos abajo, grabando. Al comienzo, había una suerte de fricción solapada. Un tema de actitud Entonces, todas las bandas destacadas eran londinenses. Ellos venían de Liverpool y tenían esa pose de clase trabajadora del norte, y nosotros éramos de la clase media de Londres. Afortunadamente, después se rompió el hielo.

-Con Paul Mc Cartney, grabaron Band on the Run (1973). También se hicieron amigos. ¿Aún están en contacto?
-Sí, supervisé la presentación con que cerró la última edición de losGrammy. Y asistí a un par de sesiones informales de grabación de su nuevo disco de jazz ( Kisses on the Bottom ).

-¿En qué anda usted ahora?
-Estoy trabajando con Tony Kaye, director de American History X , en el soundtrack de Attachment , con Sharon Stone como protagonista. También trabajo con una banda legendaria: America, y con Art Garfunkel.

-¿Y siente el mismo tipo de júbilo que cuando trabajaba con los Beatles?
-Sí, porque los admiro...

-¿Recibió comentarios de Paul o Ringo por su libro?
-No quise preguntarles nada, ni antes ni después, porque era mi proyecto personal y mis sentimientos, y no quería sentirme influenciado. Yo me siento muy afortunado de haber estado en el lugar correcto en el momento adecuado. Entonces, era un jovencito que quería hacer música...

-Usted dice que no se imaginaba que los Beatles se iban a separar luego de Abbey Road (1969)
-No, aunque ellos se sentían incómodos cuando estaban juntos, y las cosas habían estado mal en la grabación del Álbum blanco , y yo sabía que habían empeorado en Let It Be (disco del que no participé), en Abbey Road , como digo en mi libro, los Beatles de sus comienzos estaban volviendo. Tenían su propio estudio, Apple, para grabar los discos que quisieran? Cuando se separaron, nadie lo quería creer. Y mucho menos sus fans.

-¿El Álbum blanco fue un infierno?
-Sí, al menos para mí? Ellos habían vuelto de la India convertidos en otras personas. Personas enojadas y fastidiadas unas con otras. Había mucha agresión entre unos y otros, y en el aire.

-Entonces apareció Yoko Ono... Es chocante cuando cuenta que ella acompañaba a Lennon hasta al baño y se quedaba esperándolo afuera, sentada en el piso.
-Sí. Estábamos con George Martin y mi asistente en la sala de grabación y John entró y la dejó ahí. Y ella no dijo ni una sola palabra. De hecho, nunca decía nada. Sólo abría la boca para dirigirse a John. Y luego se instaló a su lado en el estudio, y no volvió a moverse de ahí.

-¿Piensa que fue juzgada mal por los fans?
-En cierto sentido sí. Instalarse con la cama en el estudio, mientras grabábamos Abbey Road fue incómodo para todos. Todo el mundo tendió a culparla por la separación de los Beatles, pero ella sólo fue una pequeña parte. Había muchos otros problemas, en el campo de los negocios. John, influenciado por Yoko, quería ir en una dirección más artística, Paul quería seguir haciendo rock & pop , y George quería hacer su camino propio.

-¿Habló alguna vez de esos tiempos difíciles con McCartney?
-No, sólo de los buenos tiempos. Supongo que es con lo que, finalmente, uno se queda.

John, Paul, George y Ringo, en primer plano

"Desde el día que nos conocimos, Paul me pareció una persona cálida y genuina. No se daba aires, pero sabía lo que quería, y, lo que es más importante, sabía salirse con la suya con diplomacia y sin necesidad de bravatas. En ese sentido, parecía realmente el líder de los Beatles, en lugar de John, como se suele creer. Estaba claro que era el músico ´puro' de los Beatles, tocaba bien muchos instrumentos diferentes, y cuando no estaba tocando, hablaba de música?"

"John era el más complejo de los cuatro. Los otros tres beatles tenían personalidades más estables y consistentes, aunque no compartieran su curiosidad intelectual. Cuando estaba de buen humor (que era la mayor parte del tiempo) podía ser dulce, encantador, afectuoso e increíblemente divertido. Pero tenía un humor cambiante, y en un mal momento, podía ser mordaz y desagradable? Me parecía muy inseguro. No tengo muy claro cuál podía ser la causa de dicha inseguridad, a no ser que fuera la rivalidad a la hora de componer canciones que mantenía con Paul? En cierto modo, John era un poco ingenuo. Todo lo que hacía tenía un cariz militante, había que hacer las cosas para apoyar esto o en contra de lo de más allá? Nunca podías tener una charla relajada con él? Era muy polémico. Pero también era muy auténtico."

"George Harrison fue siempre un misterio. Adusto y carente de humor, se quejaba mucho, y siempre parecía desconfiar de los que no pertenecieran al círculo íntimo de los Beatles. Era un solitario, un intruso, a su manera. Ringo y él parecían haber desarrollado una fuerte amistad, y a menudo lo veía arrimado a Lennon, trabajando en los arreglos de guitarra, pero nunca vi que hubiera una interacción positiva entre Paul y George. Paul ponía los ojos en blanco en las numerosas ocasiones en que el pobre George batallaba sin éxito con un solo o una parte solista. Probablemente, Paul pensaba que él podría haber tocado el arreglo más deprisa y mejor. Para ser justos, Harrison se enfrentaba a una batalla perdida de antemano ante el enorme talento de John y Paul... "

"Ringo era callado como un ratón. Podía ser ingenioso y encantador, pero también tenía un sentido del humor muy sarcástico. Utilizaba el sarcasmo para disimular la inseguridad. Precisamente porque hablaba poco, cuando expresaba una opinión musical, tenía más contundencia. Curiosamente, lo invadía el pánico cuando tenía que hacer un redoble de batería (y también cuando le tocaba cantar). Esa falta de confianza llegó a formar parte de su estilo, pero hay otra explicación para la insólita cualidad de sus redobles: no son rápidos y a menudo van un poco retrasados respecto del tempo de la canción. Esto no se debe a que no fuera bueno con el tempo (lo era) sino a que no era un hombre físicamente fuerte. Le llevaba cierto tiempo mover los brazos arriba y abajo, y por eso los redobles parecen tan relajados."

Por Francia Fernández
Fuente: ADN
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martes, 1 de mayo de 2012

TODO SOBRE BOB DYLAN (La Nación, Página 12, Clarín - Argentina)


Bob Dylan: el hombre invisible


Verano de 2009. Un vecino de Nueva Jersey ve desde la ventana a un hombre de aspecto sospechoso, vestido con un buzo con capucha, que anda merodeando por la zona. Llama, preocupado, a la policía. Los dos oficiales que llegan al lugar le piden identificación. El hombre no lleva documentos, pero asegura que es Bob Dylan y que, simplemente, estaba dando una vuelta, mirando casas, mientras hacía tiempo para el concierto que debía dar en un rato. A pesar del recelo, logró convencerlos para que lo acompañaran hasta el hotel en el que paraba y donde se resolvió el malentendido. "No se parecía en nada a Bob Dylan", contó luego uno de los policías a la agencia AP.

Una anécdota muy Bob Dylan. Porque el hombre considerado como uno de los artistas más importantes de la música popular del último medio siglo, de quien se han escrito centenares de libros y al que se le dedican congresos en las universidades, el que desde hace años es propuesto como candidato a un Nobel de Literatura, el que recibió premios y doctorados honoris causa, el que escribió más de quinientas canciones, muchísimas a prueba del tiempo, y a quien Bono ha definido como "el malabarista de la belleza y de la verdad; nuestro William Shakespeare con camisa a lunares", es también el artista más misterioso, el más impredecible, el más enigmático, el más inaprensible de las últimas décadas. El hombre que va a contramano. El hombre invisible. El eterno fabulador. El caballero errante.

Desde el 7 de junio de 1988 Bob Dylan anda por el mundo, como un gitano, con su circo musical a cuestas, recorriendo países y ciudades, teatros y casinos, incansable, en lo que se conoce como el Never Ending Tour.

Esta auténtica maratón de shows lo coloca en la vereda exactamente opuesta a la que indican las reglas de oro del negocio musical. Desde hace casi un cuarto de siglo, Bob Dylan burla y desafía el esquema generalmente impuesto que dicta que una banda o un artista deben grabar disco, salir de gira para promocionarlo, sacar el correspondiente álbum en vivo y luego llamarse a receso, para descansar, pero sobre todo para que el mundo descanse antes de que comience un nuevo ciclo. Dylan en cambio eligió el sistema cinta de Moebius. Un continuo sin fin, sin bordes ni aristas. A un promedio de cien shows anuales, ahí va por las rutas, rotando canciones, sacando de la galera viejas composiciones, pero dándoles una nueva e inesperada vida, en presentaciones en las que no hay la menor intención de complacer al público. Casi no habla, apenas saluda y presenta a los músicos.

En su peregrinar, la grabación de un disco es simplemente un alto en la ruta. A contramano también de lo que se acostumbra hoy, Dylan no se encierra largo tiempo en los estudios a grabar y regrabar buscando la toma perfecta o corrigiendo tecnológicamente las imperfecciones.

Son sólo algunas de las muchas maneras de andar contra la corriente de este artista cuya importancia no se mide por ventas, sino por influencia, sobre el que se han escrito infinidad de libros, incluido un extensísimo volumen dedicado a su obra del catedrático de Cambridge Christohper Ricks, y que obtuvo una mención especial de los Premios Pulitzer, por su "profundo impacto en la música popular y en la cultura norteamericana, por sus composiciones de un extraordinario poder poético". Para muchos, incluido el poeta británico Andrew Motion, Vissions of Johanna es la mejor letra de canción jamás escrita.

Pegar volantazos es su estilo. Y lo ha hecho desde el mismo comienzo. Apenas con un par de álbumes grabados, a principios de los 60, Dylan se había convertido en la gran promesa del resurgimiento del folk. Blowin in the Wind, The Times They Are A-Changin', Masters of War eran himnos del movimiento por los derechos civiles, en el clima enrarecido por la amenaza nuclear y la Guerra Fría. Sus canciones eran como latigazos que pegaban donde más dolía, que denunciaban las injusticias, que clamaban por un nuevo mundo y escupían verdades a una sociedad que aún toleraba el segregacionismo. Una de sus primeras composiciones, The Death of Emmeth Till, clamaba contra una injusta justicia que liberó a los asesinos de un joven negro, que había cometido el pecado de flirtear con una muchacha blanca. Así, el joven que había grabado su primer álbum a los 20 años, casi recién llegado a Nueva York, a los 22 estaba cantando sus canciones junto a Martin Luther King, en aquella gran marcha del Tengo un sueño. También interpelaba a los poderes: "Senadores, congresistas, por favor escuchen el llamado, no se paren en la puerta, no nos cierren el paso" (The Times They Are A-Changin'); formulaba ardientes preguntas como "cuántos caminos tiene que transitar un hombre, antes de merecer ser llamado hombre", y tenía visiones de mundos en ruinas, mares muertos y tierras secas.

Comenzaron a llamarlo la voz de una generación, era quien le ponía palabras a lo que parecía sucederles a todos. Aquel que tenía la verdad. Muy pronto, ese lugar en que lo habían puesto, lo incomodó. Como buen geminiano, el hombre que había nacido en el frío norte de los Estados Unidos el 24 de junio de 1941 sintió que las ataduras lo estaban limitando. Grabó entonces un disco más intimista, Another Side of Bob Dylan, en el que la búsqueda poética primaba por sobre las denuncias o los relatos sociales, inspirado en sus frenéticas lecturas de Rimbaud, Keats, el surrealismo y los poetas beats.

Y poco después, en rotundo golpe de timón sacudió al movimiento folk cuando dejó de lado la guitarra acústica, sumó músicos y electricidad, y comenzó a aullar sus temas. En 1965, en el festival de Newport, un encuentro tan tradicional como supo ser nuestro Cosquín, quisieron cortarle el sonido mientras el público lo abucheaba por tamaño atrevimiento. De allí viajó a Inglaterra donde recibió desde la platea, en una de las anécdotas más famosas de la historia del rock, el grito de Judas por la traición de electrificar su sonido en la segunda parte del concierto. La respuesta a tamaña acusación fue contundente: "Toquen más fuerte", les pidió a sus músicos antes de comenzar con Like a Rolling Stone, el extenso tema que, según una reciente encuesta de la revista Rolling Stone norteamericana, es la mejor canción de rock de todos los tiempos. Un tema bisagra que cambió el panorama de la música popular, que le dio forma definitiva al rock al separarlo del rock and roll y que ha ameritado un libro entero de Greil Marcus, el ensayista que hizo del rock su material de trabajo, en un análisis que busca entender no sólo al artista, sino, a través de él, a toda una época.

Con sus seis minutos rompió otra regla de oro: que las canciones, para su difusión radial, no debían extenderse mucho más allá de los tres minutos. No fue así, trepó al segundo puesto de los rankings, y lo convirtió en héroe ya no del folk, sino del rock.

Sería el primero de sus muchos cambios de dirección. Sus fans debieron acostumbrarse a que Bob Dylan nunca esté en el lugar que uno esperaba. Si en esos tiempos veloces y revolucionarios de los años 60, el Festival de Woodstock fue el clímax del movimiento hippie, Dylan estaba por allí, pero no participando de esos tres días de música, paz y amor, sino en la casa que se había comprado en medio del campo, retirado del mundo tras un accidente en moto del que tampoco se supo mucho, dedicado a la vida en familia, a criar a sus hijos. Tras haber encandilado a los Beatles y al mundo con uno de sus mayores álbumes, Blonde on Blonde, desapareció de la vista, se recluyó y se la pasó tocando y zapando en el sótano de su casa.

La lista de sus virajes sigue. Judío de nacimiento, a principios de los 80 sintió el llamado de Cristo y se convirtió al cristianismo, para alarma y disgusto de aquellos de sus seguidores que buscan respuestas en sus inesperadas acciones (y porque los álbumes de ese período, Slow Train Coming, Saved, Shot of Love, no son los más brillantes de su carrera). Tampoco entendieron cuando en 1997 se encontró con el papa en Bolonia y tocó Knocking on Heaven's Door (Dylan siempre tiene un tema para cada ocasión: en 1991, en plena Guerra del Golfo, fue a recibir un Grammy a la trayectoria y tocó Masters of War, la gran canción antibélica). Y mucho menos aún se esperaba que posara para un aviso de la marca de lencería Victoria Secrets, que apareciera en otro de iPod y que su tema Subterranean Homesick Blues fuera usado por Google para promocionar un nuevo motor de búsqueda. Y, colmo de los colmos, que diera permiso para que The Times They Are A-Changin sonara en la publicidad del Banco de Montreal.

Lo único que en su vida se mantiene estable es la música. Y las giras. A punto de cumplir 71 años, allí está, rodando, viviendo más en moteles de ruta que en ningún otro lado. Como si aquel "cómo te sentís cuando no tenés un hogar al que volver" hubiera sido un anuncio de su propia vida.

La anécdota esta vez es porteña. Primera visita de Bob Dylan a Buenos Aires, en agosto de 1991 para actuar en el estadio Obras. No eran sus mejores tiempos: estaba saliendo del bloqueo creativo que lo tuvo casi sin componer durante una larga temporada. Hacía apenas tres años que había comenzado el Never Ending Tour, y faltaban todavía seis para que saliera Time Out of Mind, el disco de la resurrección. De todas maneras, aquí y en todos lados, el peso de la historia era muy fuerte: el ícono de los 60, el hombre que había subyugado a los Beatles y los había impulsado, desafiado, a escribir letras más serias, con mayor vuelo poético, llegaba por primera vez a la Argentina. Alguien de la organización fue a buscarlo a Ezeiza. No se sabe cómo, pero Dylan bajó del avión y nadie lo vio. Tranquilo, dicen que con su guitarra a cuestas, el hombre tomó un taxi rumbo a Capital. Seguramente habrá habido levantadas en peso a aquel a quien se le escurrió tan conocido rostro. Pero, en su descargo, hay que decir que también es muy de Dylan pasar inadvertido. Las anécdotas que circulan son muchas.

Dicen que es el hombre invisible, pero no como aquel de la vieja serie de TV ni porque tenga el manto mágico de los elfos, sino porque usa el método de Edgar Allan Poe en La carta robada, ese cuento en el que el sobre del que pende el destino de un rey es escondido por el ladrón dejándolo como al descuido en un portapapeles, arrugado, como si se tratara de algo sin valor ni importancia; algo a quien nadie prestaría atención, salvo, claro, el ojo del lince del detective Dupin. Así, Dylan también se esconde a la vista de todos. En las muchas páginas de Internet que nutren sus fans de todo el mundo, siempre hay nuevas historias. Que se lo cruzan en un bar de la ruta con su cepillo de dientes en la mano. Que está tomando algo en un bolichón de mala muerte. Acá mismo, en su última visita en 2008, salió del hotel y fue a practicar boxeo a un club de Almagro. En Punta del Este, en el mismo año, anduvo en bicicleta vestido de mujer a la vista de todos. Simplemente, nadie podría pensar, como en México, que es Bob Dylan el que se toma el subte para ir a dar una vuelta.

Él es él, pero no siempre

El método de la invisibilidad comenzó desde su mismo inicio artístico. Robert Zimmerman, tal su verdadero nombre, adoptó otro y nunca se molestó en aclarar por qué. O mejor dicho dio muchas respuestas diferentes. Que era por un lejano pariente, que era en homenaje al escritor irlandés Dylan Thomas. En 1965, en una conferencia de prensa, le preguntaron si era cierto que había cambiado su nombre, respondió que sí, que el verdadero era Knezelwitz. "¿Knevevitch?", preguntó el periodista. "Knevovitch, sí -contestó-, ese es mi nombre, pero no voy a decirte el apellido."

Lo cierto es que de allí en más, él es él, pero no siempre. Como cuando, en Don't Look Back, el documental de Pennebaker que registra sus gira por Inglaterra de 1966 mirando una noticia sobre él en los diarios dice: "I'm glad I'm not me", un intraducible juego de palabras que sería algo así como qué suerte que yo no soy yo.

También ha logrado a lo largo de estos 50 años de carrera (el 19 de marzo se cumplió medio siglo de la edición de su primer álbum, Bob Dylan) que su vida personal siga siendo un enigma. Como un Salinger al revés, él está allí, siempre en viaje, siempre en la ruta, pero casi nada se sabe de él. Sí se supo de su primer casamiento con Sara Lowndes, pero tras esa separación que dio como resultado Blood on the Tracks, para muchos el disco sobre ruptura amorosa más perfecto de la historia, todo quedó envuelto en el enigma Dylan. Tanto es así que recién se enteró el mundo de su segundo casamiento, con una corista de su banda, cuando el amor y el matrimonio ya habían terminado.

Se rumorea que tiene muchas propiedades, unas veinte dicen algunos, diez arriman otros. Lo más aceptado es que tiene una casa en Malibú, donde viviría buena parte del tiempo que no está de gira; una granja en su Minnesota natal y un complejo de oficinas en Santa Monica. Pero también se dice que tiene propiedades en Nueva York, España y el Caribe. Tampoco hay muchos datos sobre su patrimonio, y no se gasten en buscar en Forbes, nunca aparece allí.

Nadie puede asegurar si hoy está casado, dónde vive de verdad y ni siquiera con certeza cuántos hijos tiene.

Lo rodea una cortina de humo que viene tejiendo desde hace años. "Me preguntó por mi familia, de dónde eran. Le respondí que no tenía ni idea, que habían muerto tiempo atrás", cuenta Dylan en Crónicas, (primer volumen de su autobiografía, aparecido en 2004, y que quién sabe cuándo continuará). Estaba frente al publicista de Columbia Records, el sello con el que acababa de firmar para sacar su primer disco, recién llegado a Nueva York, y que se los requería para comenzar a promocionar su trabajo. "Trató de sonsacarme ciertos datos, como si esperara que yo se los facilitase sin reservas", agrega, explica y confunde aún más.

La de su falsa orfandad es sólo una de las muchas fábulas sobre su vida anterior que armó en aquellos años. También contaba, aquí y allá, que había viajado por el país en furgones, que había llegado a Nueva York colándose en un tren de carga, que había recorrido el sur del país, que había vivido en México, que se había unido a una feria ambulante a los 13 años, que era descendiente de los sioux.

Cosa de músicos

No son sólo los fans los que intentan entender a este enigmático artista. Para los músicos, los encuentros con Dylan son también hitos, ceremonias especiales y, siempre, inesperadas. "La primera vez que me encontré con él, me descolocó completamente cuando me pidió sacarse una foto conmigo -le contó Bono a la revista británica Q, sobre su encuentro con Dylan en 1985-. Luego me sentó y comenzó a preguntarme sobre la Familia McPeak, yo pensaba si sería una banda punk de Arkansas, pero resulta que era un grupo de música folk irlandesa del que yo nunca había oído hablar."

Nick Cave también suele contar que, luego de años de admirarlo profundamente, se encontraron finalmente en un festival, en un día de lluvia torrencial. "Yo estaba de pie en el barro, entre bastidores, y vi a un viejo caminando en línea recta a través del campo embarrado. Cuando llegó me dijo: «Sólo quería decirte que me gusta mucho lo que haces», y se fue."

Rubén Blades le contó otra a Fena Della Maggiora en el programa Músicos latinoamericanos del canal Encuentro. Allí, el panameño recordó que cuando para su álbum en inglés sugirió convocar a Dylan, todos en su sello fueron escépticos. Sin embargo, ante su insistencia, el mensaje fue enviado. Un día sonó el teléfono de Blades en Los Angeles, y era Bob invitándolo a su casa en Malibú. "No sé manejar", dijo Blades, y tras reírse a carcajadas, Dylan ofreció ir para allá. "Y allí apareció, en un auto destartalado, con un perro enorme y su guitarra."

Como si fuera un tipo normal. Como si no fuera el gran enigma de la música popular de hoy. Como si no hubieran hecho falta seis actores (Christian Bale, Cate Blanchett, Heath Ledger, Richard Gere, Ben Whishaw y Marcus Carl Franklin) para intentar retratar su multifacética personalidad en la biopic I'm not There, dirigida por Todd Haynes.

O es todo simplemente un espejismo. Una tela de araña, una cortina de humo para ocultar una verdad sencilla. Dejémoslo hablar a él, otra vez desde las Crónicas: "Nunca fui más que lo que soy. Un músico folk que contemplaba la neblina grisácea con ojos cegados por las lágrimas y componía canciones que flotaban en una bruma luminosa". Palabras de Dylan.

Los shows

El Never Ending Tour vuelve a traer a Bob Dylan por estas tierras en las próximas semanas. Será la cuarta visita: en 1991 actuó en Obras; en 1998 llegó como acompañante de la gira de los Rolling Stones en River; la tercera, en 2008, fue en el estadio Vélez. Esta vez, para alegría de sus fans, la cita es más íntima, en el teatro Gran Rex, donde actuará el 26, 27, 28 y 30 del actual. Serán así shows más similares a los que da en los territorios más caminados, Europa y EE. UU., donde toca en salas chicas.

Y toda vía más caras - (más) caras

A la par de su inmensa carrera musical, Dylan también ha incursionado en otros territorios artísticos. En 1971 editó Tarantula, una breve y extraña novela en la que alternan poemas con cartas y bromas, y que obtuvo tibias críticas. Mucho más apreciado fue el reciente Crónicas, en el que cuenta momentos de su vida con una prosa rica y ágil que lo vuelve indispensable para sus fans. El cine también lo tentó en varias ocasiones: en 1973 actuó en el western Pat Garrett & Billy the Kid. En 1978 dirigió la extensa y también rara película Renaldo & Clara, filmada durante la gira Rolling Thunder Revue, y en la que participaron además de los músicos que lo acompañaban, gente de otras ramas del arte como el poeta Allen Ginsberg y el dramaturgo Sam Shepard. También fue más exitoso su segundo intento, la reciente Masked & Anonymous en la que participó activamente en la dirección y guión (aunque con seudónimos) y que protagonizó como el cantautor renegado Jack Fate.

La pintura también ha sido una pasión, aunque recién hace tres años realizó su primera exposición.

Finalmente, su primer amor, la música, lo pudo expresar en el programa de radio Theme Time Radio Hour que condujo durante tres temporadas por una emisora de Internet.

Amnesty

Por los 50 años de la existencia de la ONG Amnesty International, acaba de editarse Chimes of Freedom, un álbum cuádruple en el que los más diversos artistas versionan temas de Dylan. Diana Krall, Miley Cyrus, Sting, Adele, Bad Religion, Maroon 5, Ziggy Marley, Joan Báez, Lenny Kravitz, My Chemical Romance, Jackson Browne y el Kronos Quartet, entre otros, suman 73 canciones con interpretaciones para todos los gustos.

Por Adriana Franco
Fuente: La Nación
Más información: www.lanacion.com.ar

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“Poder ver a Bob Dylan sobre un escenario es alucinante”

En el contexto de este nuevo regreso de Bob Dylan a Buenos Aires, justo en el mes en que se cumplen 50 años de la salida de su primer disco, esta semana se publicó en Estados Unidos un nuevo intento por abrazar el fenómeno. Lo firma David Dalton, periodista norteamericano, miembro fundador de la revista Rolling Stone y experimentado autor de biografías que lo han llevado a la cotizada lista de bestsellers de The New York Times. El libro se llama Who Is That Man? In Search of The Real Bob Dylan, y con mucha altura va sobrevolando la historia que ya se ha contado tantas veces en este medio siglo, para detenerse en varios de los momentos que, a falta de Internet, amplificaron, multiplicaron el mito.

Dalton intuye que su búsqueda es infructuosa, que en realidad no hay manera de saber quién es ese hombre, pero se divierte revisando momentos clave en la explosión de Dylan en los años ’60 y, desde ellos, cuenta la historia. La fase Woody del principio, sostenida por aquel mítico “traspaso” de la herencia folk de un Woody Guthrie convaleciente. El abucheo de los mismos fans folk en el festival de Newport, unos años después. La revolución eléctrica. El accidente en moto en plena Dylanmanía. Su desaparición. Su conversión. Sus mil reapariciones, cada vez más fuerte. El papa Juan Pablo II. Sus mil caras. Sus paranoias. Su actitud ante la prensa. Todo eso que encierra en una frase, sobre el final del libro: las variaciones del enigma.

Difícil contener a Dylan en una charla telefónica. Aquí, lo mejor de la entrevista exclusiva para Página/12 que David Dalton concedió desde su casa en las afueras de Nueva York.

–¿Cuál fue su premisa, teniendo en cuenta la cantidad de libros escritos sobre Bob Dylan?
–Creo que hay seis biografías hasta ahora y todas caen en lo que llamamos Dylanology, detalles sobre su vida y sus grabaciones. A mí me interesaba lo que me parece que le interesa a más gente, descubrir quién es Bob Dylan, quién es este personaje...

–¿Cuál fue su conclusión?
–Es la clase de persona de la que no podés escribir una biografía convencional, como si fuera la de Tomas Edison o la de George Bush, porque Dylan es la fusión de sus personajes de ficción, de sus canciones, con su propia vida. Básicamente es un personaje folklórico, y es por eso que estamos tan fascinados con él. De algún modo, es como el Correcaminos: apenas tratás de ponerlo en una caja, ya desapareció y se te convirtió en otro personaje.

–¿Por dónde encararlo, entonces?
–Más allá de lo que pensemos de él, esa mixtura de su vida privada y los personajes que inventa en sus discos ha generado su propia mitología, y yo decidí tomar esa mitología seriamente. Cuando leés sobre la vida de otras personas querés saber si algo realmente pasó o si esa persona lo inventó. En el caso de Bob Dylan, ése no es el punto, porque todas sus canciones son capítulos de su biografía.

–Pero en Who Is That Man? hay varios pasajes dedicados a revelar ciertos mitos, como por ejemplo el del encuentro de Dylan con su admirado Woody Guthrie, en su cama de hospital...
–Ese encuentro es totalmente ficticio. Woody Guthrie no sólo no podía hablar, sino que básicamente estaba paralizado, así que esa historia de que lo designó como su seguidor, su discípulo, por supuesto que no es verdad.

–Poco después se da otro punto de inflexión que usted analiza: el abucheo con que el público folk recibe al Dylan electrificado que actúa en el festival de Newport en 1965.
–Estuve en ese festival, era como una fiesta de la primavera; ése era el espíritu ahí, muchos chicos de joda. Para que se entienda, yo no era un fan de la música folk, pero escuché “Like a Rolling Stone” en la radio y decidí sumarme a unos amigos... ¡para ir a verlo tocar la guitarra eléctrica! Quizás haya habido algunos chicos abucheándolo, pero de verdad nada significativo. Dylan es muy bueno en tomar esos momentos y convertirlos en mitológicos: “el artista incomprendido”, “la chusma ignorante abucheando al genio”...

–¿Fue todo una gran mentira, entonces?
–Lo que pasó es que la gente escuchó sobre este incidente y los más fanáticos entendieron que debían ir a sus próximos conciertos a abuchearlo ¡porque se sentían traicionados! Entonces rápidamente se convirtió en una profecía cumplida, cosa que a Dylan le encantó. Dylan es parte de la maquinaria promocional-cultural básica de Estados Unidos. Aquí no existe la mala prensa: cuanta más controversia, mejor. Si tenés una película o una obra de teatro y la Iglesia la prohíbe o la gente dice que sos un traidor, eso inmediatamente te convierte en un héroe y todos quieren ir a verte.

–En otro momento, usted se entretiene con todo lo que rodeó el accidente en moto que Dylan sufrió en 1966.
–Es que la moto apenas si patinó. Esto sucedió a unos veinte metros de la casa de su manager. Pero hay que entenderlo, estaba exhausto y quería abandonar la gira que lo tenía de acá para allá. Por otro lado, su ídolo James Dean murió en un accidente, Hank Williams murió en un auto, los accidentes son una suerte de crucifixión en Estados Unidos. Y como nadie dijo nada, empezaron las especulaciones. ¿Daño cerebral? ¿Murió? Luego reapareció y pasó de mostrarse como un Hamlet en anfetaminas a lucir como un aspirante a rabino... Empezaron a circular versiones, todas bizarras. Que tenía un doble, que lo había capturado la CIA, que unos aliens lo habían raptado... En fin...

–Sólo en Estados Unidos.
–Estados Unidos es un país completamente falso, todas nuestras grandes invenciones son falsas. Las películas, las canciones, son todas ficciones. Por supuesto que tenemos grandes pintores, grandes novelistas, pero no como en Europa, ni siquiera como en Sudamérica. En Estados Unidos todo es una gran ilusión. Lo que Dylan ha sabido hacer es convertir lo falso en verdadero. Esa es su magia.

–Pero eso también es un arte, ¿o no lo cree así?
–Todo arte es fraudulento. El simplemente lo llevó a otro nivel. Hay que entender que originalmente estuvo asociado al movimiento folk, a la canción de protesta, eso le dio autenticidad. El era diferente a esos cantantes que no cantaban sus propias canciones, como Elvis. Y luego también se lo consideró parte del movimiento de rock apocalíptico. Ahora la gente se olvida de que en los años ’60 pensábamos que el rock podía cambiar el mundo. Era un movimiento revolucionario muy poderoso, intrínsecamente conectado con la guitarra eléctrica. La guitarra eléctrica fue la batería que cargó a una generación, y Dylan era el héroe de esa generación.

–El renegó de ese rol de vocero generacional, se alejó, no quiso participar.
–El explotó el movimiento de protesta. Su primer álbum para mí es brillante, pero vendió 600 copias y eso fue devastador para él. El quería ser como Marlon Brando o James Dean o Mohamed Alí, quería fama y respeto artístico. Para mí, “Blowin’ in the Wind” es desafortunadamente su canción más famosa: siempre me sonó falsa. Y después empezó a escribir otras canciones de protesta no menos falsas, como “The Times They Are A-Changin’” y todas ésas... La verdad es que, para mí, él es un moralista, nunca fue un activista político como lo es Joan Baez.

–Hoy puede parecer simpático, pero su negativa a participar en aquel entonces debe haber sido muy grave para mucha gente...
–Sí, claro, a la gente le molestó mucho que no dijera nada de la guerra de Vietnam. Se puede decir que está implícita en discos como Blonde on Blonde o John Wesley Harding, porque tienen un sentido apocalíptico. El no creía en ningún movimiento político. Siempre ha sido un moralista. Se lo criticó mucho porque cuando fue a China en 2010 no cantó canciones más políticas, pero pienso que eligió bien y que las que hizo fueron provocativas, mejores que las canciones de protesta por las que es tan famoso.

–El libro comienza con uno de sus encuentros con él, ¿cómo lo describiría en persona?
–Sólo lo tuve frente a mí dos o tres veces. Debo decir que mis encuentros no fueron más reveladores que todo lo demás que se puede saber de él. En persona, es extremadamente escurridizo, tal como lo es en sus discos. El es básicamente muy bueno en esconder quién es en verdad. Es un doble outsider, es judío de una pequeña y remota ciudad del norte del país, alguien que desde muy pequeño aprendió a no responder preguntas directas, nunca. Quizá como forma de protección, para evitar que le hicieran daño si revelaba sus pensamientos.

–Después de tanto tiempo, ¿diría que lo admira?
–Absolutamente, he visto algunos de sus shows más recientes y me pasó de todo. No pude creer lo malo que fue el primero que vi de esta serie y tampoco pude creer lo bueno que estuvo el siguiente al que fui. Para mí es un ídolo.

–Entonces este libro surge del amor, no es un trabajo con el que trata de revelar su lado oscuro.
–No, no... ¡me gusta hasta su lado oscuro! Creo que el Bob bueno es tan atractivo como el Bob malo: es un fenómeno. Todo sobre él es interesante. Es un milagro que todavía podamos seguir disfrutándolo y yendo a verlo, no importa que no le quede mucha voz o que sea de tal o cual manera. El es como Shakespeare, como Calderón, poder verlo sobre un escenario es alucinante.

–Entre Shakespeare y el Correcaminos: ahí hay espacio suficiente como para poder encuadrarlo ¡y cazarlo de una vez por todas!
–¡Absolutamente! Creo que Bob Dylan está compuesto por Bob Dylan, por sus canciones y por lo que sea que pensemos de él. Es una entidad, un fenómeno que trasciende la música popular.

Por Javier Andrade
Desde Los Angeles
Fuente: Página 12
Más información: http://www.pagina12.com.ar/

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Bob Dylan: por siempre joven

No sería raro que en unos años las Bootleg Series de Bob Dylan (los registros de sus shows grabados originalmente de forma pirata) edite cajas con meses enteros de presentaciones suyas. El bardo oriundo de Duluth, ya de 70 años, entiende cada show como un arte de la variación.

Desde 1988 está embarcado en una gira sin final. Dylan sostiene que hubo un “Never Ending Tour” -término acuñado por un entrevistador en 1989- pero que fue sucedido por giras llamadas “El dinero nunca se acaba” o “Simpatizante sureño”. Un chiste, claro, como la locución que abre todos sus shows desde 2002: parafraseando un sarcástico artículo periodístico, se lo describe con títulos como “la voz de la promesa de la contracultura de los ‘60.” En todo caso, es una gira hasta el final: Dylan no se ve distinto a tantos músicos de blues, folk, country y jazz que hicieron lo mismo. No le importa si es el Madison Square Garden, el Conrad de Punta del Este o la feria estatal de Arizona mientras esté arriba del escenario, “el único lugar donde soy feliz”, como confesó en 1997.

A mediados de los ‘80, Dylan sentía ajenas a sus propias canciones (“ya no podía hacer nada radicalmente creativo con ellas”) hasta que una noche de 1987, en Suiza, vivió un epifanía que lo llevó al plan actual: tocar mucho (desde entonces, ya pasó los dos mil shows) y reformular su manera de interpretar (explicado, combinando técnica con sanata, en su libro Crónicas Vol. 1 ).

Para motivarse, extremó prácticas habituales: no sólo varía un tercio del repertorio noche a noche (pasando a veces el centenar de composiciones por año), sino que puede modificar la tonalidad de los temas (no necesariamente por cuestiones de rango vocal), rearmonizarlos, cambiar melodías y letras (es célebre Visions of Madonna , en vez de Visions of Johanna , de una noche de 1999), o ampliar los espacios para los solos. “Puede ser la misma canción, pero encontrás cosas distintas que no habías pensado la noche anterior”, explicó en 1989.

Un tema que en un show tocó en la guitarra la fecha siguiente puede cantarlo desde el órgano -su instrumento principal hoy- como sucedió en 2008 en Buenos Aires y Rosario con Rainy Day Women #12 & 35 . Aunque no faltan varios clásicos, la mitad de cada setlist proviene de sus últimos quince años. La banda, capitaneada por el bajista Tony Garnier, el músico que más ha tocado con Dylan, es una versión mejorada de la de 2008 gracias al retorno del guitarrista Charlie Sexton.

“Dylan en un concierto es genial y en otro canta y le chupa un huevo todo”, opinó en 1993 un entendido en la materia, Charly García. Si bien hay noches mejores que otras y su voz a veces está más ronca de lo habitual, conviene rechazar dos lugares comunes. El primero, que hay que esperar a escuchar la letra para reconocer la canción. Además, ¿cómo todavía hay gente que dice que Dylan no canta bien? Su voz continúa sedimentándose con más de un siglo de música popular: escuchar su presentación en un homenaje a Martin Scorsese en enero, cuando lo conmovió cantando -hasta el momento, por única vez en el año- aquello de Nobody can sing the blues like... Blind Willie Mc... Tell.

Por Pablo S. Alonso
Fuente: Clarín
Más información: www.clarin.com