miércoles, 24 de octubre de 2012

DESUNION EN EL GREMIO CINEMATOGRÁFICO PERUANO, escribe Óscar Contreras



Sobre la crisis institucional del cine peruano quiero decir algunas cosas:

1) Se viene consumiendo miserablemente tiempo, energía y recursos en un enfrentamiento ridículo (DICINE vs. los supuestos beneficiarios del régimen anterior).

2) La tan esperada (como imposible) batalla entre cineastas "pitucos" vs. cineastas "cholos"; entre realizadores "rojos" vs. realizadores "conservadores"; entre el "cine guerrilla" vs el "establishment"; es improductiva y no constituye una oportunidad de cambio. Por el contrario alimenta prejuicios y temores entre los gremios así como la oscuridad.

3) No recuerdo una etapa tan complicada, turbulenta y dominada por la angurria como la actual.

4) El cine peruano vive un "enmierdamiento" generalizado por culpa del poder y la plata.

5) Mientras varios afilan los cuchillos en la sombra del sectarismo, movidos por la venganza, invocando dogmas trasnochados e improductivos, otros quieren mantener el status quo y las ventajas que éste les reportaba.

Ya estuvo bueno. Ya paren la mano.

En un país como el Perú (con un mercado cinematográfico tan pequeño, pervertido por las prácticas oligopólicas de las majors) hacer cine es difícil y carísimo. Gestionar los costos de producción de una sola película es una tarea titánica, desalentadora y fallida en la mayoría de casos. Armar un budget y una buena producción no son moco de pavo. Por eso los productores exitosos merecen todo mi respeto. En apoyo de esos directores y productores, el Estado tiene que formular políticas públicas eficaces e instituir múltiples canales de financiamiento.

Sin embargo, de ahí a proponer la existencia de una Dirección General de Industrias Culturales dentro del Ministerio de Cultura hay una desviación o, mejor dicho, un desvarío.

Creer que el cine peruano podrá convertirse en una industria cultural; creer que una manifestación artística del Perú (cualquiera) desarrollará líneas de producción en un futuro no muy lejano, es no solo una entelequia sino una veleidad chauvinista.

Todo se parece a los años 20. Cuando se quería articular el movimiento socialista-obrero sabiendo que el desarrollo industrial en el Perú era precario y no existían ni proletarios ni burguesía ni élites. Igual pasa con la gestión del cine en estos momentos. Se quiere hacer "cine guerrilla" y contradictoriamente promover una "industria del cine" cuando nuestros realizadores apenas y descubren, dominan, reflexionan e instrumentalizan los elementos y las esencias del cine.

martes, 23 de octubre de 2012

ARGO, LA NUEVA GRAN PELÍCULA DE BEN AFFLECK (Varios)


“Es triste no haber resuelto ninguno de estos conflictos"

Cómo rescatar a seis estadounidenses ocultos en la embajada canadiense en Irán, luego de que Carter diera asilo a su ex monarca tirano y una horda revolucionaria traspasara las puertas de la propia embajada para tomar posesión de la sede y 52 diplomáticos más? Tan sencillo como creativo: echando correr la historia, con campaña de prensa incluida, de un apócrifa película de ciencia ficción a rodarse en Irán para ingresar "en territorio enemigo" y, en la confusión, traerse a los rehenes.

La historia ocurrió realmente y tuvo como protagonista a Tony Méndez, un agente de la CIA de carne y hueso, quien ideó la operación, la llevó a cabo con éxito y recién pudo compartirla con el mundo 15 años más tarde, cuando la administración Clinton desclasificó esos documentos de la famosa agencia de espionaje. Y dio el puntapié para que Ben Affleck, 15 años después, filmara su propia versión de los hechos en Argo, un película que combina registro de documental con policial de suspenso y chispazos de autoparodia al cinismo hollywoodense.

"La película es bastante fiel a los hechos", aseguró Affleck en las entrevistas previas al estreno, que en la Argentina tendrá lugar este jueves, y que muestra a la ex pareja de Jennifer Lopez en el rol de Tony Méndez (además de director); a John Goodman (Barton Fink, Educando a Arizona) como el experto maquillador John Chambers, y a otros destacados actores como Bryan Cranston (Breaking Bad), Alan Arkin (Pequeña Miss Sunshine), Kyle Chandler (Súper 8) y Victor Garber (Titanic).

"Creo que sería posible que se repitiera el mismo tipo de colaboración que se dio entonces entre la CIA y Hollywood", especuló Affleck, que para este film (el tercero desde que en 2007 decidió dar un vuelco hacia la dirección, con la premiada Gone Baby Gone (Desapareció una noche) se abocó a reconstruir palmo el contexto histórica de aquel conflicto, con la presidencia de James Carter en franca decadencia (acosado por la inflación y la crisis iraní, como se dio a conocer este conflicto) y el universo árabe apareciendo por primera en el horizonte de la opinión pública estadounidense.

"Recuerdo esa época muy bien", cuenta John Goodman, actor fetiche de los hermanos Coen. "De hecho recuerdo aquellos años como muy opresivos, atemorizantes. Nunca sabías qué podía pasar después. Y menos respecto a los rehenes que estaban en Irán, fueron años tristes y desalentadores."

Así, entre citas a Led Zeppelin (héroes del rock setentista) y al vestuario típico de la época (camisas de cuello ancho, pantalones Oxford, anteojos de marco grueso), Argo acierta en reconstruir un espíritu de época algo melancólico y otoñal que todavía sentía lejano el rejuvenecer colorinche de los años ochenta con la llegada de Reagan al poder y el relanzamiento de la industria del entretenimiento bajo consignas exististas y efectivas.

"Estoy seguro que era más fácil filmar en Irán en 1979 que intentarlo ahora", explicó Affleck cuando se le consultó sobre la posibilidad de haber rodado Argo en el propio lugar de los hechos: Teherán. "Ellos ya conocían el truco, así que hubiera muy difícil hacerles pisar el palito dos veces", graficó para la prensa y confirmó que primero habían decidido remplazar Irán por Turquía, lo que confirma la tirante relación que aún mantiene Estados Unidos con el país árabe más estigmatizado por su política exterior. "La historia se está repitiendo de alguna forma, muchas de las grabaciones de hace 30 años que revisé como investigación para este guión parecen exactamente iguales de lo que estoy viendo en televisión actualmente. Esto me hace pensar que es triste que no hayamos resuelto ninguno de estos conflictos", sostuvo.

Goodman, por su lado, en el papel de John Chambers (el legendario maquillador artístico interpretado por Goodman que supo ganarse un Oscar por su trabajo para El planeta de los simios, además de genialidades como las orejas puntiagudas del Señor Spok de Viaje a las estrellas) ofrece una visión cínica y autoparódica de Hoollywood. "John Chambers era realmente así", dice sobre su personaje que irradia humor y acidez cada segundo que aparece en pantalla. "Tuve oportunidad de conocerlo y confirmar mi idea", reveló.

Hay un momento muy gracioso durante la película en la que Chambers dice que hasta un mono podría cumplir su rol en Hollywood, incluso dirigir. La pregunta que surge inmediatamente es si eso se puede aplicar a Ben Affleck.

John Goodman: –No, claro que no. Él es mucho mejor que un mono, te puedo asegurar.

Bryan Cranston: Mirá. Yo pienso que es cierto que una parte importante de lo que es dirigir una película corresponde a una correcta aproximación a lo que es actuar y el rol que deben tener los actores. Y eso está predeterminado en el guión. De hecho, los trabajos más fáciles que generalmente nos toca hacer tienen que ver con guiones perfectamente escritos. Por el contrario, cuando la historia es deficiente, vos tenés que salir a cubrirlo con tu actuación. Nada que ver con lo que nos pasó con Argo, donde cada momento dramática estaba muy bien marcado. Y donde simplemente tenías que encajar tu parte como si fuera un scrabble.

John Goodman: –Concuerdo. Ben establece un tono en el set que es muy relajado y confortable. Y que permite a todo el equipo dar lo mejor de sí y hasta arriesgar algunos pasos, sin temor a que luego te recriminen o se burlen de tu audacia.

Alan Arkin: –Como director, es muy meticuloso. Eso es algo que comprobé ahora, pero que ya me había dado cuenta viendo sus dos anteriores films. Su opera prima parecía hecha por un tipo con 15 rodajes encima. Y no, era Affleck en su primera experiencia ahí.

Entre los productores de Argo brilla el nombre de George Clooney, que también luego de sus muy buenas experiencias como director (Confesiones de una mente peligrosa, de 2002), le empezó a tomar el gustito a participar por fuera de la actuación. "Lo lindo de trabajar con George como productor es que ya sabe lo que es filmar una película, conoce por todo lo que tenés que pasar para sacar adelante un rodaje", elogió Affleck. "Viene oficiando de productor hace bastante y realmente me apoyó durante todo el proceso", completó.

Argo, recién estrenada en Estados Unidos con muy buenas críticas (obtuvo un muy buen promedio de 86 puntos), tiene ya un efecto inesperado: el interés del guionista original de la falsa película (en la que se basó el engaño) por realmente concretar el film. "Yo no voy a comprar los derechos para hacerla", aclaró Affleck. "Pero no descarto que aparezca algún interesado real." Una situación que, de concretarse, le daría un nueva vuelta de tuerca a esta historia. «

De muñeco ken a un mini clint eastwood

Los elogios de su amigo Matt. Hasta no hace tanto, Ben Affleck era uno de esos tantos actores "carilindos" en desgracia. Sus películas tipo tanques o blockbusters habían empezado a cortar pocas entradas (pecado mortal para un producto armado para la taquilla millonaria) y “Bennifer”, su resonado romance con Jennifer Lopez, era el hazmereír de toda la prensa chimentera de Hollywood. Gigli, la película que habían filmado juntos y estrenaron en 2003 fue un fracaso comercial (y de crítica) y ya nadie apostaba por la recuperación del ex protagonista de Armageddon, Pearl Harbor y La suma de todos los miedos, por nombrar algunos de sus films más famosos y exitosos. Sin embargo, sucedió: Ben Affleck dio un giro de 180 grados a su carrera y en lugar de actuar, pasó a dirigir sus propias películas. Pero con un talento tal, que muchos empezaron a preguntarse: ¿estamos ante un caso de talento tapado?

Veamos: Gone Baby Gone (Desapareció una noche), su debut como director en 2007, lo mostró seguro en su manejo de un policial seco basado en una novela de Dennis Lehane (el mismo de Río místico) y con su hermano Casey en el protagónico.

The Town (Atracción peligrosa), su segundo largo de 2010, abordó el thriller dramático y la acción callejera y obtuvo excelentes críticas: ya no se trataba de mera casualidad.

Y finalmente está el caso de la reciente Argo, sobre la famosa crisis iraní y su curiosa resolución, que confirmó lo visto antes: se estaba en presencia de un muy buen director con un gran futuro por delante.

"Es un tipo de talento monumental", lo elogió hace poco Matt Damon, su compañero y amigo en la ganadora del Oscar Good Will Hunting (En busca del destino). "Para mí es un caso parecido al de Clint Eastwood. Porque Clint hacía películas de tipos duros y la gente no lo tomaba en serio. Y miren lo que pasó después. Se convirtió en un ícono. Realmente siento que ese es el tipo de carrera que Ben va a tener."

Tal vez suenen un poco exageradas las palabras de su colega Damon, pero el antecedente está. Y es de esperar que Ben Affleck continúe entregando estas películas sobrias, humanas y clásicas, que saben obtener el visto bueno del público, pero sin caer en atajos. Se verá.

Críticas en canadá

El mes pasado, cuando el director Ben Affleck preestrenó su largometraje Argo en el Festival de Toronto, se encontró con una crítica inesperada: su film ponía demasiado énfasis en lo hecho por la CIA estadounidense y dejaba muy en segundo plano la acción del embajador canadiense en Irán, Ken Taylor, quien en la realidad histórica fue una pieza fundamental del rescate.

Fue tanto el malestar que Affleck levantó el teléfono y llamó al propio ex embajador (hoy un hombre de 72 años). "Le dije que entendía que era una película de Hollywood y que eran necesarias ciertas dramatizaciones, pero que nuestra participación había quedado un poco disminuida. Y la realidad es que la CIA fue un actor de reparto en todo esto."

Luego de pasar un par de veladas juntos con sus respectivas esposas, Ben Affleck se interiorizó un poco más del punto de vista canadiense del conflicto y finalmente le agregó el siguiente cartel a su film: "El involucramiento de la CIA complementó esfuerzos de la Embajada de Canadá por liberar a los seis rehenes en Teherán. Al día de hoy, la historia se mantiene como un modelo duradero de cooperación internacional entre dos países."

Fuente y Más información: http://tiempo.infonews.com

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CRÍTICA DE ARGO: Como el cine clásico... y con destino de clásico

Argo (Estados Unidos/2012). Dirección: Ben Affleck. Guión: Chris Terrio. Con Ben Affleck, Bryan Cranston, Alan Arkin y John Goodman. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Alexandre Desplat. Edición: William Goldenberg. Diseño de producción: Sharon Seymour. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 120 minutos. Fue sólo por casualidad que el mismo día me tocó ver Argo y Casablanca (en ese orden).

Por supuesto, no se necesita volver a Casablanca para reconocer cuándo una película usa los mecanismos del cine clásico para llevarlos hasta su punto de máxima belleza, pero el doble programa fue igualmente revelador: después de todo, se tratan de dos películas que van a compartir la cartelera por la rara circunstancia (que invita a hacerse por lo menos un par de preguntas sobre la necesidad actual de mirar al pasado) de que los reestrenos se pusieron de moda, y de que un puñado mínimo de directores y guionistas como Clint Eastwood, Aaron Sorkin y, en este caso, Ben Affleck no dejan de retomar esa tradición para revitalizar un cine que muchas veces se pierde en la falta de precisión y nitidez.

En realidad, Argo es el nombre de dos películas: la tercera que dirige Ben Affleck, después de convertirse en un director prestigioso con Desapareció una noche (Gone, Baby Gone) y Atracción peligrosa (The Town), y una extravagante producción de ciencia ficción tipo La guerra de las galaxias que debía filmarse en Irán en 1980, y que sirvió como pantalla para que el agente de la CIA Tony Mendez (el propio Affleck) sacara con vida del país a seis rehenes que habían quedado varados y ocultos en la casa del embajador canadiense, después de que una multitud de revolucionarios atacara la embajada de Estados Unidos en Teherán para exigir la restitución del recién derrocado Sha, que había conseguido asilo político en ese país.

La historia está basada en hechos reales y comparte mucho del espíritu de Invictus en el hecho de celebrar y homenajear a la política ejercida por medios pacíficos, en este caso el ingenio y la creatividad en la invención de un plan bastante osado que evitó lo que podía haber intensificado un conflicto internacional ya bastante difícil (los rehenes de la embajada, que eran muchos más que seis, no fueron liberados hasta 1981 y el caso no sólo arruinó las relaciones entre los Estados Unidos y la nueva República de Irán sino que también tuvo su peso en la derrota electoral de Jimmy Carter contra Ronald Reagan).

Como pasaba en Casablanca, a Argo le interesa lo colectivo o al menos la actuación moral de un héroe en medio de un conflicto que lo excede, y por eso las dos películas no presentan a sus protagonistas sino después de varios minutos. Primero se nos pone en contexto con un relato ayudado de mapas, fotos, carteles, etc. -esos intermediarios entre la ficción y la actualidad en la que quiere insertarse- y luego se nos introduce en una acción tensa y algo caótica donde hay vidas en peligro.

Argo está tan bien filmada que es todo lo contrario de esos comienzos difusos en los que uno no sabe bien qué pasa y opta por no tratar de entender a los pocos minutos; al contrario, el mayor placer de la película proviene de su capacidad para anudar situaciones de tensión extrema alrededor de un detalle concreto, como un teléfono que suena en una oficina vacía y del que dependen varias vidas, o la velocidad con que se coordina una serie de acciones para permitir que un avión suizo despegue o no despegue (de nuevo, ahí está presente el final de Casablanca).

Pero Argo, a diferencia de Casablanca, no tiene ni pretende tener a un Rick Blaine de párpados melancólicos que se lleve todas las miradas: el Tony Mendez interpretado por Affleck pasa por un tipo común, a lo sumo un poco más osado y con una idea más amplia de lo posible que sus compañeros de la CIA (se sabe que inteligencia no es lo mismo que creatividad), que tiene como fondo difuso una separación reciente y un hijo que vive con la ex. Realmente no hay nada demasiado notorio en Tony Mendez, un héroe tan anónimo que el gobierno tuvo que premiarlo en secreto (salvo porque Ben Affleck con sus primeras canas y una barba crecida es una belleza de principio a fin, con un toque juvenil en el flequillo que hace juego con su idea de la película sci-fi), pero en lugar de sentirse como una falta eso cobra sentido cuando se piensa a Mendez como el héroe americano promedio que una secuencia de regreso al hogar con bandera de fondo deja más que claro.

Y de hecho los personajes más atractivos de la película son los productores de Hollywood a cargo de Alan Arkin y John Goodman, que le reponen al “basado en hechos reales” esa otra mitad de fantasía en un mundo de cartón con sus propias reglas -primero que nada, saber mentir, vivir actuando- que se parece tanto a la política, sólo que con un tono más lúdico y festivo, y que termina por filtrarse e intervenir sobre la realidad de una manera tan extraña. Acá no hay historia de amor como la de Ben Affleck y Rebecca Hall en Atracción peligrosa (y mucho menos como la de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca), pero sí hay un romance con el cine que ocupa ese lugar y pone toda la emoción en un relato que de otra forma podría resultar un poco impersonal o frío. Esa fascinación con el poder de las ficciones no deja de reconocer, sin embargo, en otro personaje secundario bastante desarrollado como es la ama de llaves iraní del embajador canadiense, que la realidad tiene destinos menos gloriosos que el cine: esa subtrama le pone una gota bienvenida de amargura al conjunto y refuerza esta idea, tanto del cine como de la aventura, como máquinas plurales que dependen para funcionar hasta de sus partes más deslucidas, y si Argo es una de las mejores películas del año es porque a esto, que parece tan simple, hay que tomar mucha sopa para saber filmarlo.

Por Marina Yuszczuk
Fuente y Más información: www.escribiendocine.com

domingo, 7 de octubre de 2012

"EL PRECIO DE LA HISTORIA", UN FENÓMENO TELEVISIVO MUNDIAL (www.pagina12.com.ar)


Las joyas de la abuela


“Tenía 8 años, estaba echado en mi cama, cuando de pronto el mundo se me dio vuelta, sin aviso: el piso se convirtió en el techo y el techo en el piso. Al igual que mi primer gran ataque de epilepsia, los infinitos que le siguieron definieron mi infancia y buena parte de mi vida, llegando con violencia, con tanta fuerza que di por hecho que no llegaría a la adultez. Forzado a quedarme en cama, en nuestra casa suburbana en Mission Valley, San Diego, mi vida volvió a cambiar. No podía moverme, no tenía televisión en mi habitación, no se habían inventado los videojuegos ni los iPads, así que estaba por las mías. Y entonces leí libros. Muchos libros.” Libros como la serie de novelas juveniles El gran cerebro, sobre un chico que hace dinero comprando y vendiendo cosas con historias interesantes. O la historia de las baterías. O la de los alquimistas. O la el envenenamiento por mercurio. “De todo.”

Así arranca la autobiografía de Rick Harrison, License to Pawn: Deals, Steals and My Life at the Gold & Silver (“Licencia para empeñar: negocios, estafas y mi vida en el Gold & Silver”), la “leyenda originaria” del protagonista de uno de los programas de cable inesperadamente más populares del mundo en este momento: El precio de la historia. Quien conozca de hacer zapping a la familia Harrison (Rick, su padre, el patriarca al que se conoce como El Viejo, y su hijo Corey), probablemente se sorprenderá al enterarse de que El precio de la historia es el tercer programa más visto del cable en América latina cada vez que estrena un capítulo. Un fenómeno de popularidad casi idéntico al que tiene en su país, donde lo ven más de siete millones de personas, y los Harrison, hasta hace tres años unos desconocidos, hoy son estrellas que casi no pueden andar por la calle. Acá se vio confirmado hace unas semanas, cuando Rick y su hijo visitaron Argentina en la primera salida promocional fuera de EE.UU., y convocaron a miles de personas el Mercado de Pulgas de Dorrego y Niceto Vega.

Las razones de su éxito local son un misterio, al menos más allá de lo que está a la vista: una fórmula de una eficacia típicamente norteamericana en su producción, que combina una modesta, pero funcional misión didáctica, con la divertida dinámica de un reality show; lo que algunos productores llaman Laugh & Learn TV. Todo el asunto transcurre en el interior del Gold & Silver Pawn Shop, la casa de empeños que los Harrison manejan en Las Vegas desde hace más de veinte años. Las breves, pero impecables lecciones de historia se originan en los productos que los clientes llevan al local para empeñar o vender: su procedencia y la anécdota personal sobre cómo el vendedor se hizo de él. Mediante un aceitado, pero sencillo mecanismo de puesta en escena y basado en el carisma, la calidez y la natural simpatía de Rick Harrison, entramos no sólo al negocio sino a la comedia real de la interacción entre tres generaciones de Harrison (y el amigo de Corey de toda la vida, el no muy iluminado Chumlee): “Lo mejor del negocio es trabajar con la familia –dice Rick–, y lo peor del negocio es trabajar con la familia”.

Las razones del éxito de su programa en EE.UU. son más evidentes. Rick había intentado vender la idea para su programa, sin suerte, a HBO, cuando en 2009 lo llamaron de la productora neoyorquina Leftfield Pictures, quienes se encargaron de venderle el piloto a The History Channel. Finalmente, el momento para Pawn Stars (“Las estrellas del empeño”, título original de El precio de la historia) había llegado con la crisis que sacudió a Norteamérica en 2008, y que de pronto puso a muchas familias a revisar sus sótanos en busca de esos cachivaches que ya hasta habían olvidado que tenían, y que acaso tuvieran algún valor de mercado. Así, aparecen cosas como anillos del Super Bowl, un vinilo autografiado por el mismísimo Bob Dylan (que es fan del programa), juguetes, primeras ediciones de revistas, videojuegos, medallas olímpicas, trajes de astronautas, antiguos encendedores Zippo, alhajas (de oro, y ocasionalmente, alguna hecha de huesos humanos) o, en la nueva temporada que debuta hoy, cosas como un álbum de fotos firmado por el general Patton, o una rara grabación de Martin Luther King Jr. Rick mantiene un inquebrantable código de transparencia en su negocio: no engañar a quien llega con una joya sin saberlo, no meterse con material de orígenes dudosos –como memorabilia nazi– y comprar armas de fuego sólo si son antiguas: “No tomo las modernas porque es un tema difícil en EE.UU. –le explica a Radar–. Si viene un tipo joven que se ve un poco extraño, no podés decirle que no mientras que a otros les decís que sí: o vendés armas o no las vendés, y punto, así que preferimos no hacerlo.”

La inestabilidad económica ha sido, después de todo, el origen de la casa de empeño. “Hasta los años ’50 las casas de empeños fueron el principal sistema de crédito para los norteamericanos –argumenta Harrison–. El 20 por ciento de la población adulta de EE.UU. no tiene una cuenta bancaria ni cómo conseguirla. Por eso las casas de empeño son una de las formas más antiguas de bancarización: los clientes entregan un ítem personal por un préstamo de, en promedio, unos 50 dólares, y un plazo para reclamarlo por el monto prestado, más un interés. Cumplido ese plazo, si no se recupera, nadie te pone en una lista de deudores, ni te persigue para romperte las piernas, ni te rebotan los cheques: simplemente perdiste lo que empeñaste.” Hay casos notables, dice, como cuando hay una pelea grande de box en Las Vegas: “Viene mucha gente que apuesta más de lo que puede perder, así que al terminar la pelea traen sus joyas por efectivo. ¿Quiénes compran esas joyas? Los cafishios, porque si los arrestan les confiscan el efectivo, que fue obtenido ilegalmente, pero no las joyas, que pueden mandar a vender por la mitad de lo que pagaron –es decir, mejor que una joyería– y con eso pagar sus fianzas”.

El programa forma parte de todo un subgénero (que integran otros como American Pickers o Cash in the Attic: “dinero en el ático”) y ha generado imitadores (Hardcore Pawn) y derivados, como Los restauradores, la versión Louisiana de El precio de la historia y otras. Efecto de la larga estela de recesión y desempleo, el programa no busca regodearse en la miseria ajena, y es por eso que se ven muchas más operaciones de venta que de empeño: “La gente que empeña no quiere salir en cámara –dice Rick–, ya que si está empeñando es porque está en la lona, está atrasada con el alquiler o algo así. Pero no hay que prejuzgar: hay gente que se presenta con pinta de homeless que de pronto saca 4 mil dólares de adentro de una media y compra la joya más cara de la vidriera. Pero lo interesante nunca es mostrar a los que la están pasando mal; sino el material bizarro que nos llega, las cabezas de búfalo y sus historias. Eso es buena televisión”.

El precio de la historia estrena los domingos a las 23,por The History Channel.

Por Mariano Kairuz
Fuente: Radar
Más información: www.pagina12.com.ar

CENTENARIO DE FERNANDO BELAÚNDE, escribe ALFREDO BARNECHEA para la revista CARETAS



Por Alfredo Barnechea.-

Estamos en las vísperas del centenario de Fernando Belaunde.


No hay que olvidar las condiciones de su infancia: exilio, debido a la oposición familiar a Leguía. Le dio una educación escolar de nivel mundial, en el corazón de la civilización de Occidente, Francia, pero al mismo tiempo, interminables sobremesas alimentadas por la nostalgia inmensa del Perú.

Luego la universidad, en Texas, en el otro polo de esa civilización occidental, Estados Unidos.

Regresa en 1935, a los 23 años. Dato muy importante: no está mezclado, envenenado sería quizá la palabra, de los fragores de la sorda guerra civil peruana entre el Apra y el sanchezcerrismo.

Pero, además, dato igualmente clave: trae en la retina el ejemplo de Roosevelt, que comienza a sacar a Estados Unidos de la recesión. Ejemplo del poder de la política cuando es razón pública al servicio de los ciudadanos.

Por ello está tan emparentada con la educación, a la que FBT se dedica casi inmediatamente, junto con su oficio de arquitecto.

Y en respuesta a su nostalgia, y siguiendo los trazos de Riva-Agüero, comienza sus recorridos por el Perú. ¿Qué encuentra?

Ante todo, la huella de una vialidad integradora. Asociada a ella, la ecuación hombre-tierra. Y sobre todo el trabajo mancomunado, la minka, que le inspiraría luego Cooperación Popular. Años después, en Chincheros, diría: “En cada villorrio hago la pregunta: ¿quién hizo el templo, la escuela, los caminos?”. Y la respuesta le llegó, “como el eco de una marcha triunfal que encierra la historia del Perú de ayer y de hoy y la profecía de mañana: el pueblo lo hizo…”.

De esos viajes se le impuso la visión que el Perú no era solo un territorio, una historia, una civilización trunca, sino un proyecto. Una “doctrina”.

Esa intuición le permitió escapar de los encierros de las ideologías de la guerra fría, y proponer un sueño centrista. ¿Cuáles eran sus líneas esenciales?

Había que conquistar físicamente el territorio. Integrarlo. Eso sería, como en el pasado, un esfuerzo mancomunado del Estado y el pueblo, lo que hoy se llamaría la sociedad civil. Y todo debía hacerse, aun a costa de demoras, en democracia, dentro de grandes partidos populares. Su padre, Rafael, había dicho en 1945: “las masas se combaten con las masas”.

En 1956, los jóvenes del Frente Nacional de Juventudes que lo quisieron como su candidato, no tenían detrás nada: ni el poder del dinero, ni la fuerza de las bayonetas, ni el auspicio de grandes periódicos. Solo tenían, en el corazón, ilusiones, y en las manos otra vez nada, salvo una bandera. Pero siete años después, Fernando Belaunde estaba en Palacio de Gobierno.

Cuando, mucho tiempo después de 1968, me puse a estudiar ese gobierno, me quedé asombrado de la magnitud de sus realizaciones.

Incorporó una región entera, antes solo arañada por los misioneros, al territorio efectivo de la patria.

A cada kilómetro de vías, mil hectáreas ampliaron la frontera agrícola.

A lo largo de la Marginal, un proyecto no solo peruano sino sudamericano, se ha descubierto después los grandes yacimientos de hidrocarburos: Camisea, Casanare en Colombia, Lago Agrio en Ecuador. Allí residen también las grandes fuentes hidroeléctricas.

Las irrigaciones: Tinajones, Aguada Blanca, Gallito Ciego, entre tantas.

Dos tercios de la electricidad peruana los prendió Belaunde.

Bien contadas, construyó directa o indirectamente centenares de miles de vivienda.

Pero no es solo historia sino que el espíritu de lo que hizo Belaunde tiene hoy, todavía, una extraordinaria actualidad. Desde 1959, cuando publicó “La Conquista del Perú por los peruanos”, mucho se ha hecho. Pero esa conquista es todavía una obra inacabada. Por ejemplo, el Sur Andino es una tarea pendiente del Perú. Interoceánicas, gasoductos, polos petroquímicos… Tenemos que hacer por él algo semejante al esfuerzo “oriental” de Belaunde.

La Cooperación Popular, torpemente abandonada por todos, sigue siendo un instrumento ejemplar.

Y el activismo democrático, el activismo desarrollista, es lo que el Perú necesita, y no este paralizante “piloto automático” de todos los últimos gobiernos (Toledo, García, Humala), que parecen creer que solo la buena macroeconomía (y la buena fortuna de los precios internacionales) obrará el milagro del desarrollo.

En el colegio, podía repetir de memoria, frase por frase, su discurso de Punta del Este. Luego descubrí a Haya de la Torre y mi instintiva socialdemocracia creyó encontrar un cauce popular. Fui un episódico opositor de Belaunde, pero luego, cada viaje por el Perú me devolvía a lo extraordinario de su legado. Tuve el raro, y sin duda inmerecido privilegio, de haber sido amigo muy cercano de los dos grandes líderes políticos del siglo XX peruano.

A partir de 1985 vi a FBT, creo, cada semana. Tuve el honor que viniera innumerables veces a mi casa, y yo lo visitaba en su altillo, lleno de mapas y libros sobre el Perú. Esperaba con ansiedad cada encuentro, de los que salía siempre renovado, sabiendo algo más de Piérola, o la altura de algún abra, o un viajero extranjero que aún desconocía. Diez años después, como extraño esas conversaciones. Pero me quedan los viajes por el Perú, donde a cada paso encuentro una obra, un recuerdo de Belaunde, y veo cómo el tiempo engrandece la figura del arquitecto que tuvo el oro a sus pies pero jamás se arrodilló a recogerlo.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Segundo número de DESISTFILM


El gorro de este interesante site de cine reza: "La película como objeto poético. Como una experiencia única y mágica".

Un target elevadísimo al que apuntan muchos críticos de cine en todo el mundo; y que exige una sustanciación permanente, documentada, audaz; más áun cuando el centro de interés lo constituye el cine avant-garde, experimental, underground e independiente que envejece rápidamente.

DESISTFILM es una revista virtual de cine, bilingüe, editada por los críticos de cine peruanos Mónica Delgado y José Sarmiento y con colaboradores críticos de todas partes del mundo. Su comité editorial está integrado por luminarias del oficio como el australiano Adrian Martin, la francesa Nicole Brennez, los argentinos Eduardo A. Russo y Lorena Cancela y el peruano Emilio Bustamante

Su segundo número es nutrido y riquísimo. Con un dossier imperdible sobre el cine japonés underground de los 60´ y 70´ (las tendencias ero-sen, pink-eiga y demás hierbas radicales) y sus grandes exponentes (Yoshida, Matsumoto, Suzuki, Wakamatsu y Tetsuji Takechi) que las nuevas generaciones deberán descubrir.

Asimismo se puede encontrar un TOP 50 de las mejores películas avant-garde de acuerdo al gusto de los editores y colaboradores de esta interesante revista virtual.

A leerla http://desistfilm.com/


Oscar Contreras Morales