sábado, 21 de septiembre de 2013

METABOLISMO DEL PROGRESO escribe Gabriel Zaid para LETRAS LIBRES


http://www.letraslibres.com/revista/convivio/metabolismo-del-progreso

Los antiguos creían en la generación espontánea. Aristóteles, por ejemplo, habla de insectos que brotan de lo podrido (Historia animalium V 539a) o del rocío V 551a). La creencia fue cuestionada cuando se inventó el microscopio, dos milenios después; pero, todavía en 1859, la Academia de Ciencias de París creyó necesario organizar un concurso de experimentos para refutarla. Lo ganó Pasteur.

Y, sin embargo, ahora es respetable creer en la abiogénesis: la generación espontánea de moléculas orgánicas (Alexander Oparin, El origen de la vida, 1924), aunque ningún laboratorio ha podido recrear lo que supuestamente sucedió hace 3.8 millones de milenios.
Que el cosmos surja de la nada, la vida de lo húmedo y el lenguaje de la vida animal son creencias antiguas que se han vuelto científicas. Implican saltos de progreso. Pero, ¿puede haberlos?

Las máquinas de vapor se desarrollaron desde el siglo XVIII empíricamente. No fueron consecuencia de teorías que, de hecho, aparecieron después: cuando Sadi Carnot fundó la termodinámica con sus Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego (1824). El libro compara el fuego solar que mueve el viento y las nubes con el fuego del carbón que produce vapor en las calderas y movimiento en las máquinas. Demuestra que, independientemente del diseño mecánico, su rendimiento nunca llegará al 100%. No toda la energía del carbón consumido por el fuego pasa al vapor. No toda la energía del vapor en expansión mueve el pistón. Finalmente, la energía mecánica obtenida siempre es menor que la energía química del combustible quemado. La diferencia está en la pérdida de energía, que no se destruye, pero se degrada.

La termodinámica postula que, en un sistema cerrado (sin intercambios con el exterior), la energía se degrada inexorablemente. La degradación avanza con el tiempo de modo irreversible: implica un antes y un después venido a menos. Esto niega el progreso. Concuerda con la creencia antigua de que el pasado fue mejor. Según Hesíodo (Los trabajos y los días, 109-175), la decadencia de la Edad de Oro llevó a la de Plata, y así a la de Bronce, etcétera.

¿Cómo puede haber progreso? La energía, el calor, la presión, el movimiento, tienden a disiparse, enfriarse, nivelarse, detenerse. La vida tiende a desorganizarse, la comunicación tiende al ruido, el orden al desorden. Todo tiende a menos: a la degradación que se llama entropía.

Y, sin embargo, hay logros a contracorriente. Una fracción de la energía puede subir a más: transformarse en progreso, aunque el resto siga su tendencia natural. Erwin Schrödinger (¿Qué es la vida?, 1944) llamó entropía negativa a la contracorriente, y dijo que “lo más enigmático de la materia viva es que elude la pronta degradación al estado inerte” (capítulo 6).

¿Por qué hay progreso, en vez de pura degradación? ¿Por qué hay vida, en vez de pura materia inerte? Y, más radicalmente: ¿Por qué hay algo, en vez de nada? (Leibniz, Principios de la naturaleza y de la gracia 7). No se sabe.

Valerse de la misma tendencia natural para eludirla (interviniendo desde el exterior) es hacer como los antiguos navegantes de vela que aprendieron a avanzar con vientos contrarios, aprovechando parte de la misma fuerza opositora (no de frente, sino en zigzag). Sucede en el progreso espontáneo, que inexplicablemente fue de la nada a la vida y de la vida al lenguaje. Sucede en el progreso logrado por iniciativa humana.

Milenios antes de que se inventara la máquina de vapor, el fuego fue domesticado en la hoguera. La domesticación empezó por conservar el fuego caído del cielo (el incendio provocado por un rayo); por no dejar que se apagara; por tenerlo en lugar seguro; por transportarlo y aprovecharlo para defenderse de las fieras nocturnas y cocinar y platicar; por hacer fuego donde y cuando hiciera falta con técnicas diversas (Catherine Perlès, Préhistoire du feu).

La hazaña cambió la vida de la especie humana, y se volvió un gran tema de las literaturas orales en todo el planeta (James George Frazer, Myths of the origin of fire). Según Claude Lévi-Strauss (Lo crudo y lo cocido), los mitos muestran la conciencia del salto que se produjo: el contraste entre la especie humana y todas las demás, que no saben hacer fuego ni cocinar, que comen crudo, que siguen en la vida natural, que viven sin cultura.
El mito de Prometeo (castigado por haber robado el fuego a los dioses) es también la primera crítica del progreso. Hacer fuego es prescindir de los dioses, rechazar su divina providencia: una autonomía que ofende al cielo y, además, provoca incendios peligrosos del aprendiz de brujo.

Milenios después, los mitos de Eva y de Pandora critican otro progreso: la domesticación de las plantas. La arrogancia del árbol del saber (la agricultura, que ya no depende de las plantas silvestres sembradas por Dios) como antes la arrogancia del fuego del saber (que ya no depende del rayo divino) provocan el castigo: la expulsión de la Edad de Oro, del Paraíso nómada, cazador y recolector a la afanosa vida agrícola.

La cocina y la máquina de vapor son admirables, pero menos que la fotosíntesis: la “cocina” celular. Las células vegetales aprovechan la energía solar para “cocinar” sustancias que no son orgánicas y obtener moléculas que lo son (un proceso llamado metabolismo, del griego metabolé: transformación). La vida se alimenta de energía para mantenerse, funcionar y reproducirse, en vez de degradarse y extinguirse. La energía vital proviene, en último término, del fuego solar que las plantas transforman en energía orgánica (glucosa) y oxígeno, a partir de agua y co2 (anhídrido carbónico).

Esta transformación de la energía solar genera progreso más allá de las plantas. Cuando son comidas, entran a un nuevo proceso metabólico que las digiere y les extrae nutrientes y energía para la vida de los animales (que, a su vez, pueden ser comidos). El oxígeno respirado permite quemar la glucosa y producir energía para los procesos internos, para la percepción del medio externo y para la acción.

El oxígeno del aire (o2) apareció en el planeta extraído del agua (h2o) por las plantas. Hizo posibles los incendios forestales provocados por un rayo, la combustión interna de los animales que respiran y, finalmente, el fuego intencional. La hoguera redujo la combustión interna necesaria para resguardarse del frío y amplió las fuentes de energía externa digerible, cocinando alimentos antes indigestos. El uso cada vez mayor de fuentes de energía externa (siempre a contracorriente: quemando más de la que se aprovecha) multiplicó la capacidad humana.

Durante milenios, la energía externa aprovechada provino esencialmente de recursos vivos: de las plantas (comidas o quemadas); de los animales (comidos o domesticados para cuidar, rastrear, pastorear, ordeñar, montar, cargar, tirar de carros o trineos, dar vueltas a la noria para sacar agua o mover máquinas); así como de los seres humanos (comidos o esclavizados). Había grandes reservas de energía quemable en la vegetación muerta y sepultada durante millones de años (que se fosilizó como carbón, petróleo y gas), pero no se aprovechaban.

Las primeras brasas de carbón fósil se encendieron hace apenas tres milenios, en el hogar. El uso pasó de la cocina a las fundiciones artesanales y, finalmente, a las calderas de las máquinas de vapor. Por eso, ya en el siglo XIX, hubo quejas ecológicas contra las minas de carbón (explotadas a cielo abierto). Destruían grandes superficies agrícolas y forestales para extraer el combustible necesario en las máquinas de vapor.

Antes de la máquina de vapor y de la Revolución industrial (digamos, antes de 1760), el mundo artesanal producía esencialmente con leña, carbón (vegetal o mineral) y glucosa muscular (humana o animal) más la fuerza del agua y el viento en los molinos y para navegar. Todavía un siglo después, en 1860, la mitad de la energía productiva en los Estados Unidos provenía de la fuerza animal, una cuarta parte de la fuerza humana y el resto de otras fuentes, según John McHale (World facts and trends). Para 1960, las otras fuentes (esencialmente fósiles) habían subido del 25% al 96%; mientras que la fuerza muscular de los animales y los hombres bajaba del 75% al 4%.
Las siguientes cifras, tomadas del mismo libro y de la web, están sujetas a muchos asegunes, pero son indicativas.

Se puede caminar tranquilamente a 3 kilómetros por hora, sostener un paso vivo a 5, correr un maratón a 15. Navegar en canoa a 4, en carabela a 8, en barco de vapor a 60. Cabalgar a 15, viajar en ferrocarril de vapor a 100, en tren bala a 300. En las calles congestionadas, se puede avanzar en automóvil a 12, en bicicleta a 16. Un avión de hélice puede volar a 500, un jet a 900, el Concorde volaba casi a 2,500.

Al hombro se pueden llevar fácilmente 3 kilos, en una bicicleta 30, en un triciclo 120. Una mula puede cargar 200, una camioneta pick up 400. Un camión de volteo pequeño 10 toneladas, un tráiler de un solo remolque 35, un carro de ferrocarril 100, una barcaza fluvial 1,500, un buque tanque petrolero 300,000.

Un ciclista tranquilo ejerce una potencia de 200 watts (un cuarto de caballo), un caminante 250 (un tercio de caballo); una motocicleta 30 caballos, un automóvil 120, el avión Jumbo de Boeing 85,000.

En un par de siglos, la capacidad humana se ha multiplicado más que en todos los milenios anteriores, gracias a la creatividad en el uso de la energía. Y, sin embargo, en plena Revolución industrial, Baudelaire escribió que el progreso no está en el vapor, sino en “la disminución de las huellas del pecado original” (Mon coeur mis à nu XXXII).

La crítica del progreso es otra forma de progreso. Aumentó la capacidad humana de otra manera. No hay que olvidar la buena conciencia con que se veían los espectáculos macabros del circo romano y las hogueras de la Santa Inquisición. Hoy tales espectáculos, así como el canibalismo, la esclavitud, las masacres, los hornos crematorios, los gulagues, la guerra, la tortura, el maltrato a los animales y la destrucción ecológica se han vuelto intolerables. La conciencia moral también progresa.

domingo, 15 de septiembre de 2013

LA CAÍDA DE UN GIGANTE: NOKIA (escribe Oscar Miranda para el Diario LA REPUBLICA)

 

http://www.larepublica.pe/14-09-2013/la-caida-de-un-gigante

“Nuestra plataforma se está quemando…”.

El memorándum interno que Stephen Elop envió a sus empleados en febrero de 2011 tenía un tono de franca brutalidad. Y debía tenerlo. Nokia, la empresa finlandesa de telefonía móvil cuyas riendas había tomado hacía solo cinco meses, era una nave en llamas a punto de zozobrar.
 
“¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Por qué nos quedamos atrás cuando el mundo a nuestro alrededor evolucionó?”, se preguntaba.
Las ventas de sus competidores Samsung y Apple crecían rápidamente, mientras que las de Nokia se reducían cada vez más. Hacía solo unos años, entre 1998 y 2007, había sido el proveedor de más de la mitad de celulares del mundo. Pero ahora perdía cada vez más terreno.
 
Unos días después de que se filtrara el memorándum, Elop anunció el cambio. Nokia dejaría de usar su histórico sistema operativo Symbian y lo reemplazaría con el nuevo Windows Phone. Nokia y Microsoft sellaban así una alianza que anunciaba tiempos de recuperación.
 

Eso no fue lo que ocurrió.
 
Dos años y siete meses después, en los primeros días de setiembre de 2013, Microsoft se tragó a Nokia.
 
¿Qué fue lo que pasó?
 
Quienes buscan explicaciones dirigen su vista a Elop.
Porque, en realidad, este canadiense de 49 años fue, según algunos analistas, un “topo”, un “caballo de Troya”, un “infiltrado”. A pesar de su retórica de capitán preocupado por salvar el barco, siempre habría jugado a dos bandas. O, mejor dicho, a una sola banda, con la lealtad comprometida no con la compañía que le pagaba su –millonario– sueldo, sino con
la empresa de la que provenía.
 

Microsoft.

Dispararse al pie
 
En Microsoft había sido jefe de la importante área de Negocios, donde destacó, entre otras cosas, por su papel en el lanzamiento de Office 2010. A mediados de ese año, Nokia, que ya empezaba a padecer el crecimiento del iPhone y de los móviles que usaban el sistema Android y necesitaba un revulsivo que sacudiera a la empresa, le ofreció un sueldo de 4,6 millones de dólares al año. Elop dejó a su familia en Seattle y se instaló en Helsinki. Llegó como el salvador.
 
En ese momento, la compañía se lamentaba de no haber tomado más en serio la aparición del elegante aparato lanzado por Steve Jobs en 2007. No habían sido los únicos. Steve Ballmer, el CEO de Microsoft, se había mofado: “¡500 dólares! Es el teléfono más caro del mundo y no tiene teclado”. No presagiaron que la sencillez del sistema operativo del iPhone, así como su elegancia y sofisticación, conquistarían a tantos.
En cualquier caso, para 2010 Nokia ya no era el monstruo que había sido en la primera década del siglo XXI, pero seguía teniendo la porción más grande del mercado. Su sistema operativo Symbian estaba en el 44% de los móviles, mientras que el Android (de Google) lo seguía lejos, en el 18% y después de ellos estaba el iOS de Apple, en el 14%.
Entonces, en febrero de 2011, Elop decidió enterrar el Symbian. Es verdad que era un sistema operativo farragoso y que cada día perdía más terreno. Pero su anuncio de reemplazarlo por el Windows Phone, que no iba a estar listo hasta fin de año, afectó brutalmente sus ventas. ¿Quién iba a comprar un smartphone cuyo sistema operativo caducaría al año siguiente? Ese trimestre las ventas de sus móviles inteligentes cayeron de 28 a 16 millones.
 
Nokia cerró el 2011 con el 30% de las ventas mundiales de celulares, seguida de Samsung (24%) y de Apple (7%). Al año siguiente, Samsung le quitó el liderazgo (se hizo del 29% de las ventas, mientras que la finlandesa se quedó con el 24%). En el campo específico de los smartphones, su caída fue mayor: pasó de tener el 16% de las ventas en 2011 a solo el 5% el 2012. La nave que conducía Elop se incendiaba cada vez más.
El lanzamiento de sus modelos Lumia frenó la caída y apaciguó en algo las llamas. Elop llamaba a la calma. Decía que su compañía seguía padeciendo el “entorno altamente competitivo” del negocio de la telefonía móvil. Y se declaraba optimista porque el público respondía positivamente a los Lumia y de ese modo “nuestros volúmenes de venta están aumentando trimestre a trimestre”.
 
Aquello fue un espejismo.
 
Las ventas siguieron cayendo y lo mismo el valor de la empresa. La cotización de sus acciones se derrumbó a 3 dólares en 2012 (había estado a 40 dólares en 2007). La situación fue tal que un grupo de accionistas demandó a los directivos acusándolos de haberles engañado al prometerles que la conversión a la plataforma de Windows Phone les traería ganancias. Muchos se preguntaban por qué no apostaron por el Android, como hicieron Samsung y otras telefónicas asiáticas. Pero no, Elop solo quería trabajar con Microsoft.
 
El 2 de setiembre, el anuncio de que los de Washington comprarían las divisiones de Dispositivos y Servicios de Nokia no resultó una total sorpresa. Parecía el paso natural. Lo que sí sorprendió fue el precio a pagar: 7.200 millones de dólares, un precio diez veces menor al valor de la compañía en 2010, cuando Elop llegó a “salvarla”. La suma, relativamente baja para los niveles en los que se mueven estos gigantes, sorprendió más porque en 2011 Google había adquirido Motorola, otra empresa en decadencia, de importancia histórica, pero de menor dimensión que Nokia, por 12.500 millones de dólares. En verdad, Nokia resultó una ganga.

Misión cumplida
 
“El caballo de madera, introducido en Troya con soldados escondidos en su barriga para acabar con la ciudad desde dentro, fue una broma infantil comparada con lo que ha hecho Stephen Elop con el símbolo tecnológico de Finlandia”.
De esta manera comenzó Javier Martín, periodista especializado en Tecnología de El País, su columna sobre la venta de Nokia a Microsoft. Él, y otros analistas de distintos países, están convencidos de que el desempeño del canadiense como CEO de Nokia no fue ineficiente (Tomi Ahanen, ex directivo de Nokia, lo llamó “el CEO más inútil de la historia de Forbes 500”) sino pura y simple “traición”. “No hay caso igual en la industria del móvil: del 34% al 3% [del mercado] en menos de tres años. Un descalabro tal no es casualidad. Es la consecuencia de un trabajo metódico y premeditado para hundir una marca y favorecer a un tercero: Microsoft”.
 
Quizás la teoría habría sido desechada con facilidad de no ser por una noticia que circuló hace unos días, poco después del anuncio de la venta: Elop es uno de los candidatos fuertes para convertirse en el próximo CEO de Microsoft, una vez que Steve Ballmer se retire. Ya hay quien dice que esta es la forma en que los de Washington le agradecerán que les haya ayudado a concretar tremendo negocio.
 
Sea como fuere, lo cierto es que con la venta de Nokia llega a su fin otra de las grandes compañías de telefonía móvil que dominaron el mercado mundial en los 90 y la primera década del 2000. Le ocurrió a Motorola, el inventor del celular, cuando la absorbió Google hace dos años. Y muy probablemente dentro de poco le sucederá a Blackberry, que busca un plan de escape (venta, asociaciones o alianzas con otras empresas) para salir de su grave crisis. Hace 10 años, el móvil que usted y yo llevábamos en el bolsillo seguro era de una de estas tres marcas. Ahora las tres están a punto de ser historia.
 

miércoles, 11 de septiembre de 2013

UN TEXTO DE ALFREDO BARNECHEA SOBRE EL GOLPE DE ESTADO EN CHILE EN 1973 (EL EDEN IMPERFECTO, Fondo de Cultura Económica, 2005)



 

A 30 AÑOS DE ALLENDE

El 11 de septiembre se cumplieron 30 años del derrocamiento de Salvador Allende.

Del viejo edificio de La Moneda diseñado por Toesca, el arquitecto italiano atormentado por las infidelidades de su mujer y al que Jorge Edwards ha revivido en una espléndida novela, brotó el humo por las bombas de la aviación.

La voz grave de Allende hablándole al mundo, y a la posteridad. Había dicho en 1970: “No tengo pasta de mártir ni vocación de apóstol”, pero el viejo bon vivant se aprestaba a dar una lección de virilidad.

Durante todo el siglo XX Chile desarrolló una tradición de partidos de izquierda. Ya en 1938, como en la Francia de Leon Blum, el Frente Popular chileno había llevado al poder a Pedro Aguirre Cerda. En 1970 una reedición de ese Frente, la Unidad Popular, ganó las elecciones. Allende se impuso estrechamente a Jorge Alessandri y Radomiro Tomic.

Allende ganó con 36% de los votos, aún menos del 39% que había obtenido en 1964 cuando ganó Frei. Tenía un tercio. No tenía mayoría constitucional para hacer su programa, y menos la “transición” al socialismo. Intentarlo era romper todo el sistema.

Aunque después de la Revolución Cubana se había corrido más a la izquierda, no era un radical. Después de la efímera república socialista de Marmaduque Grove (con quien estaba emparentado) estuvo entre los fundadores del Partido Socialista, entonces muy en la línea de los aprismos latinoamericanos.

Había heredado de Frei un superávit fiscal, y una economía más bien estancada. Procedió a la consabida reactivación fiscal de las fórmulas “heterodoxas”, y durante un tiempo el PBI creció. En las elecciones municipales de 1971 la UP ganó el 49,7% de los votos.

Como siempre ocurre en esas experiencias “heterodoxas”, que se atribuyen para su desgracia a Keynes, la experiencia chocaba contra las reservas y la inflación se disparó.

Mientras las clases medias se exasperaban, la Unidad Popular se radicalizaba. El resultado fue la polarización y, al final, el golpe. A lo largo de las tres décadas posteriores han surgido muchas evidencias de que el gobierno de Nixon lo promovió, pero puede decirse que incluso sin ello el golpe se hubiera producido.

Como Azaña en la guerra española, la izquierda republicana de Allende fue devorada por los extremos. No logró pactar con el centro (el grueso de la Democracia Cristiana se había corrido a la derecha) ni controlar a su ala izquierda, que cruza a menudo la frontera de la violencia. Esa izquierda, la del MIR o la de Altamirano, amenazando a la oposición con actos que nunca se producían, fue la parodia de una revolución.

Con su muerte, Allende transformó esa parodia en una tragedia, la elevó a la categoría de mito.

El hombre que lo derrocó fingía ser un militar “constitucionalista” pero al final se encaramó en el golpe. Se encontró con unos economistas liberales jóvenes. De ese encuentro surgió el modelo chileno.

En 1973 Chile tenía un producto de 10, 811 millones de dólares. El 2002 era de 66,425. Se multiplicó 6,1 veces. Para compararlo con un vecino, el Perú tenía uno de 9,151 millones y el 2002 uno de 56,926.  Creció 6,2 veces. El ingreso per cápita chileno creció 3,9 veces. El peruano 3,4 veces.

Donde Chile creció el doble que Perú fue en sus exportaciones. En 1973 exportaba 1,231 millones y el 2002 exportó 18,340 millones de dólares. Crecieron 14,9 veces. El Perú exportaba 1,050 y exporta ahora 7,565 millones. Creció 7,2 veces.

El “modelo” chileno se afirmó cuando la Concertación, que reemplazó a Pinochet, lo prosiguió, que por entonces había influido en la cultura económica de toda América Latina.

Dicho sea de paso, a diferencia de lo que ocurrió en España en 1975, la transición se hizo en Chile con su Franco vivo y sentado en el Senado.

Históricamente ¿quién ganó? ¿Allende o Pinochet? Una reciente encuesta que compara la imagen de Allende y Pinochet en Chile, muestra que ambos tienen un nivel parecido de desaprobación (44% y 47% respectivamente) como de aprobación (32% y 30%, a su vez). El país quiere salir de ese debate. Y probablemente la larga transición chilena terminará no tanto cuando Pinochet muera, sino cuando la derecha llegue al poder, al revés de lo que ocurrió en España, donde la transición se consolidó cuando llegó a la izquierda.

La semana pasada se realizó en Santiago un concierto internacional llamado “El sueño existe”. Desde que vi por primera vez su rostro y esos abominables lentes oscuros, Pinochet no forma parte de mis ídolos, para decirlo de manera suave. Celebré cuando los lores ingleses aceptaron extraditarlo a España. Pero también sé que Chile está hoy mejor que en 1973. Ese concierto puede ser un merecido tributo a la memoria de Allende, pero lo cierto es que ese sueño ya no existe.

Como todo gran líder tiene los pies en la Historia de su país, aquel día, hace 30 años, Allende pensaba sin duda en Balmaceda, el presidente que se suicidó en 1891, enfrentando grandes intereses económicos.

En América Latina ha habido pocos suicidios  así, dignos de algún emperador estoico de la Roma difunta. Balmaceda, Getulio, Allende. Este fue un dirigente fallido, presidió una experiencia errónea, pero fue un gran héroe republicano.

Alfredo Barnechea, “El Edén imperfecto”, Fondo de Cultura Económica 2005

martes, 10 de septiembre de 2013

CIUDAD DE SOMBRAS de Allen Hughes (Escribe Raúl Lizarzaburu)


 
Primer largo en solitario del moreno Allen Hughes, que junto a su hermano Albert desarrolló una irregular filmografía: ambos dirigieron, al alimón, el horror gótico de Desde el infierno y el futurista El diario de Eli, vistos en nuestra cartelera, y otros como Dead Presidents y Menace II Society, programados en cable. En 2009 Allen había participado como uno de los varios realizadores del filme colectivo New York, I love you (algo así como la respuesta americana a Paris, je t’aime), y su aventura solista con Ciudad de sombras (Broken City, 2013) como que no ha sido muy afortunada.
Y es una lástima, porque tenía elementos para un resultado, por lo menos, un poco más interesante: un reparto llamativo, un guión (del debutante Brian Tucker) que se mueve entre el cine negro tradicional y el thriller político, un impecable empaque técnico.  Se inicia con un hecho que es más o menos común en Estados Unidos en los últimos años, en este caso Nueva York: la muerte de un joven afroamericano, en oscuras circunstancias, a manos de un policía blanco (Billy Taggart, interpretado por Mark Wahlberg), que es llevado a juicio en medio de las protestas de la víctima y de otros ciudadanos negros. Este sale bien librado ante la justicia, pero el nada santo alcalde de la ciudad, Nicholas Hostetler (Russell Crowe), y el jefe de policía Fairbanks (Jeffrey Wright) lo tienen poco menos que agarrado del pescuezo. Siete años después, el burgomaestre intenta su reelección, y poco antes de la votación, en una disputada campaña con el candidato opositor, el concejal Jack Valliant (Barry Pepper), recurre a Taggart, convertido en detective privado, para una ingrata aunque bien remunerada tarea: seguir a su guapa esposa Cathleen (Catherine Zeta-Jones) ante las evidencias de que tendría un amante. Pero a medida que investiga, toma fotos y hace averiguaciones, comienza a descubrir cochinadas que van más allá de un simple adulterio. 
Pero pese a los giros que va tomando, la trama no puede evitar caer en lugares comunes y un ritmo más bien anodino, hasta que la acción y la violencia más o menos entran a tallar en la media hora final. Una secuencia lamentable es la del berrinchito de Taggart con su novia actriz (Natalie Martinez) después de verla en una ardiente escena sexual en su debut fílmico (en el que se pone un curioso énfasis en lo indie, que van a Sundance y cosas así). Y otra imposible de tragar es la del héroe encontrando información valiosa, que puede echarse abajo la carrera de un político, en un tacho de basura. De los protagonistas, a Catherine se le ve con más aplomo, mientras Crowe y Wahlberg (además uno de los varios productores; otro es el veterano Arnon Milchan) no lucen muy cómodos.  Griffin Dunne aparece unos minutos en la última parte con un personaje que resulta clave en la historia. La fotografía de Ben Seresin es uno de los puntos más altos: aparte de las imágenes de Nueva York (sobre todo las nocturnas), una de las mejores secuencias es la del diálogo entre Hostetler y Taggart en el salón acompañados por una toma envolvente.
Pero no es suficiente. Ciudad de sombras queda como un thriller más. Y si Allen Hughes quiso jugar a que nada es lo que parece, simplemente no le ligó.